9 Minutos…


El himno nacional suena. Con mi gorra en la mano lo canto. No, no lo canto. Realmente un nudo en la garganta, que me genera mucho dolor, no permite que salga palabra o sonido alguno. Soy uno más entre al menos 15000. Uno más que se planteó el objetivo de llegar a la meta. La meta. Realmente pocas cosas tienen un nombre tan significativo. Plantearse una meta. Alcanzar una meta. Cruzar la meta. Anuncian que viene la salida. Entre empujones y suaves codazos de aquellos que se van abriendo camino al frente, brinco en el mismo sitio para mantenerme en forma. Mi estrategia era correr muy duro los primeros kilómetros de subida, para luego «descansar» en la bajada. El «pacer» de @soymaratonista dice «vayan a su ritmo, es muy común que los corredores que arrancan muy rápido los primeros kilómetros se fundan y no rindan el resto». Decido cambiar mi estrategia. La nueva, ir al ritmo que mejor me sienta, como me sienta más cómodo. Dan la partida, vamos avanzando cada vez más rápido para pisar la alfombra que marca la partida. Chequeo mi Ipod, listo para comenzar el conteo. Chequeo mi monitor cardíaco, primera carrera en que lo uso. Piso la alfombra en medio de la algarabía. Le doy «start» al Ipod, que inicia pero no suena la música. Inicio el conteo en el monitor cardíaco. Falla logística: la música no suena. Debo decidir si me entretengo resolviendo el tema de la música, o si me concentro en lo que vine a hacer: correr. Recuerdo, mientras pasan los que siempre corren como perseguidos por el demonio (que realmente no sé por qué no son «elites») que en la maratón olímpica nadie iba escuchando música. Por algo debe ser. Miro el monitor cardíaco, ya pasó el tiempo predeterminado y me avisa que estoy por debajo del rango que programé. Acelero el paso, me siento bien. En la semana seguí todas las instrucciones. Corrí como siempre hasta el domingo pasado, y luego fuí disminuyendo hasta el jueves, momento en que entré en el tiempo de descanso. Me estuve hidratando bien, mucha agua. Dormí mis 8 horas de rigor todos los días. Varié la alimentación haciendo crecer la proporción de carbohidrato en forma progresiva. Comienzo a pasar a los que arrancan entre los primeros, y luego comienzan a caminar. Caminar… siempre una opción en caso de que las fuerzas me fallen. Pero la última opción. La subida continúa, y sigo pasando gente. Sincronizo mis pasos con mi respiración, y decido dejarme llevar por el momento. Escucho mis latidos, y verifico el monitor. Me mantengo en el rango programado, y sudo. Sudo, y escucho los pasos de todos. Y escucho los mios, y escucho la respiración de todos a mi alrededor, y cómo sudan. Y cómo sudo. Una vez estabilizado en el ritmo, recuerdo aquel diciembre en que hicimos la promesa. Una promesa que, un día de diciembre, en la madrugada, quizás un 24 o un 31, con 4 palos encima, pues se convierte en promesa por cumplir, quizás de año nuevo. Pero aquí estoy, 2da carrera Gatorade Caracas Rock desde que hicimos la promesa. Fuimos 4, y 3 estamos en la carrera. Jesús adelante como siempre (la gacela de los andes, le digo cariñosamente y con algo de envidia). Atrás Johnny (a quien solo veía de diciembre en diciembre hasta que decidimos correr). Y yo, yo voy llegando al distribuidor para dar la vuelta. Según mis cálculos, lo peor ya pasó. Agarro agua, tomo, y sigo. El monitor se mantiene fijo, mantengo el ritmo, y el paso que me indica el Ipod es más rápido que el que tengo cuando entreno. La primera banda toca. Como no llevo música la escucho. Leí de las bandas que iban a estar, y pienso que deberían colocar un aviso para saber quien es quién, aunque no sé si lo hay y no lo veo. Sigo, la subida del distribuidor pega, y paso mas gente, pero me estuve preparando en las subidas de la casa, así que no debería flaquear ahora. Regreso a la autopista, y voy en bajada. Recuerdo aquel día en que entrenaba por la cota mil y una muchacha le gritaba a unos participantes en una carrera «Vamos, desplacen, que van en bajada, den pasos largos!». También recuerdo que en la misma cota mil, cuando cambiaba el paso para desplazar en la bajada, terminaba con unos calambres terribles, así que desplazo al paso que sé no me va a afectar. Paso otra banda, y salgo de la autopista. Hay mucha gente gritando y dando ánimo, lo cual realmente me anima. Me causa esa mezcla entre alegría y llanto. Nuevamente la garganta me duele. Pienso en quienes me gustaría ver animándome, y sigo. Parada de Gatorade, no me paro, porque llevo mi hidratación. me hago lo más a la izquierda posible, evitando los vasos, porque recuerdo que Maickel Melamed se cayó en la maratón al resbalarse con los vasos. Jah! ya quisiera tener ese empuje, esa fuerza de Melamed. Y sigo. Subida hacia el Eurobuilding, paso más gente. Hago chequeo de estado y voy bien. Me siento bien. En las subidas me sube el ritmo cardíaco, lo cual es normal, y luego se empareja. Voy bien. Entro en la Río de Janeiro, faltan 2 kilómetros, y debo rematar. Mantengo el ritmo, paso gente, y me pasan a mí. Recuerdo la carrera anterior, que a ese nivel realmente iba agotado, y ahora no voy así. Llego al elevado, y veo que hay que cruzar a la derecha. Me preocupo porque si hay que subir hacia el Rosal, tendré que sacar la energía extra del remate, pero no, damos la vuelta antes de subir (mucho antes, de hecho), y voy hacia la meta. Comienzo a correr más rápido, pero siento que viene un calambre en la parte de atrás del múslo izquierdo. Podría darle y que se reviente lo que sea, pero decido mantener el ritmo con el dolorcito presente. Es el mismo dolor de cuando le va a dar a uno un calambre en la «batata» mientras se duerme. Sigo, y metros antes de la meta me alcanza Johnny. Cruzo la meta. Lo logré de nuevo. Jesús debe estar en el punto de encuentro, y Dilué, mi cuñada, debe venir atrás. Me entregan la medalla, medio fría la cosa. Y pienso que quizás para ellos es solo una medalla más de entre 20.000, pero no para mi. Para mi es el resultado de la constancia, del esfuerzo, del apoyo de muchos. Nos reunimos y celebramos. Una más, y ya pensamos en la próxima.

Luego, el concierto. Finalmente disfruto un concierto de los Caramelos de Cianuro. Me sé casi todas sus canciones. Me da algo de pena cantar a todo gañote al lado de los chamos a quienes al menos les doblo la edad, pero ahí estamos, juntos, disfrutando del mismo concierto, cantando las mismas canciones, luego de recorrer los mismos kilómetros. Mi tiempo, no importa mi tiempo. Lo que importa es que bajé 9 minutos en relación con la misma carrera el año anterior. 9 minutos, que no es nada para cualquiera, pero la vida entera para mí. 9 minutos que incluyen 30 kilos menos. 9 minutos que incluyen haber normalizado el colesterol y los triglicéridos. 9 minutos que se convierten en la seguridad de poder disfrutar mucho más la vida de mi hija. 9 minutos que serán al menos 18 el año próximo, cuando debo estar por debajo de los 60 minutos de carrera.

Hasta ahora hemos cumplido con la promesa. Hasta ahora quiero seguir. Gracias al apoyo de @soymaratonista y de @runnersvzla, a quienes sigo desde hace mas de año y medio y que siempre han sido fuente de inspiración, el cruzar la meta se ha hecho más cómodo. Ni hablar de Maickel Melamed, quién con su constancia nos inspiró a participar en la media maratón de la CAF. Ya comienzo a entrenar para bajar ese tiempo, y la historia de cómo llegué a esa meta, esa historia merece un espacio especialmente dedicado.

A quienes aún piensan en comenzar, sólo el roce con el asfalto los mantendrá en la vía…

Porque soy Scout!


Aquel día el destino había puesto en mis manos 10 vidas. A toda la práctica y estudio le había llegado la hora para surgir. Era necesario. Era imperativo. Mientras recordaba todos los nudos que había aprendido a hacer, rodeaba aquel grueso árbol con la cuerda que serviría de puente. El «scouter» me había seleccionado a mí. Debía realizar un amarre que aguantara el peso de las 10 personas que íbamos a atravesar unos 20 metros sobre el lecho del río, y que al final, una vez que hubiésemos cruzado, debía poder desamarrar desde el otro lado, ya que no regresaríamos por el mismo lugar. Todo sucedía bajo la mirada escrutadora de todos los «barras blancas» que, seguramente, sabían cómo hacer lo que me habían asignado a mí. Pero al final, lo logré. Cumplí con lo solicitado sin perder ninguna de las vidas que dependían de mi seguridad. Aquellas reuniones de «barras blancas» eran un paso grande desde los días en que comencé en los lobatos. Corrí con la suerte de que mi papá también es Scout, de manera que desde muy pequeño tuve su orientación de acuerdo a lo que indica el escultismo.

Muchas son las historias que vivi como Scout. Historias de excursiones, de campamentos, de decisiones a tomar, e incluso, aqui en mi blog pueden leer hasta de la vida que me tocó salvar. En mi han vivido siempre la Promesa, la Ley, las Virtudes, y el Lema. «Siempre Listo», suena sencillo, corto, pero mucha gente no sabe todo lo que hay detrás de esas dos palabras. A lo largo de mi vida, ese lema ha sido comienzo de mil tareas. Fue lo que me diferenció en momentos importantes. Es la personificación (si es que cabe la aplicación de la palabra) de mi actitud ante la vida. «Siempre Listo» estoy, y tan sólo eso me ha diferenciado del resto.
La Ley Scout dejó de serlo hace mucho, para convertirse en mi Ley, en la Ley de mi vida. Cuantas veces a pesar de lo adverso de las circunstancias, me mantuve sereno para encontrar la salida. Igual numero de veces me decían «pero cómo lo haces», muy dentro de mi recordaba «el scout canta y sonríe en sus dificultades». La vida me enfrentó a situaciones en las que debía hacer honor a compromisos hechos. Ante la duda, recordaba «el Scout cifra su honor en merecer confianza»; «el Scout es leal». Y por muy comprometida que fuera la situación, al final salía airoso, definitivamente por tomar la decisión mas justa. Hasta en mi familia me decían que era como gasparin, por tener tantos amigos. Y a mis amigos siempre les he dedicado toda la pasión y el respeto posible, porque «el Scout es amigo de todos y hermano de cualquier otro Scout». En esos momentos de prueba en los que la tentación se hacía presente, me retumbaban en la mente aquellas palabras: «el Scout obedece a conciencia, es trabajador y perseverante».
Siempre busqué vivir de acuerdo a las virtudes de un Scout: lealtad, abnegación y pureza. En el momento más dificil de mi vida, a las preguntas que me hacia mientras me despedía de quien me había dado vida, encontré paz en el principio de Dios: «el Scout está seguro de su fé y le somete su vida».

Hoy en día, desde donde he logrado llegar, por distintas razones muchos me preguntan que cómo lo he logrado. En esos momentos me pasan muy rápidamente todas las cosas que pasé con mi pañoleta puesta. El momento en que hice mi promesa, cuando hice mi primer bordón, cuando cosí mis insignias, cuando llegué a ser un barra blanca, las veces que mi cuello se hinchó con el grito de nuestra patrulla «cobra siempre cobra!!!!…», y, con los ojos aguados, y un nudo en la garganta respondo: «porque soy Scout!!!»

Le dedico estas letras a mi papá, quien siempre se esforzó porque viviéramos de acuerdo al escultismo. Ya enseño a mi hija a hacer el saludo Scout, diciéndole «el grande y fuerte debe proteger al pequeño y débil». Y a todo aquel que quiera entender que tan importante puede llegar a ser el escultismo en la vida de un niño o niña.

SIEMPRE LISTO!!!!

Cuando un año más implica muchos años menos


La veo tan emocionada. No haya que hacer entre tanta atención. La dejo que haga lo que quiera, pero sobre todo disfrutar. Llega alguien más con un regalo, y me llama. Me llama emocionada mostrándome su regalo. No sabe si jugar, destaparlo, comer… Y disfruta. Y disfruta, y yo disfruto. La veo, tan inocente disfrutando tanto. Y, pienso. Pienso las veces que he cumplido años y las tantas que mi mamá pudo disfrutar viéndome. Cuánto mis padres lo disfrutaron. Ahora entiendo ese «ya verás cuando tengas tus hijos». Ya lo estoy viendo. Pero realmente nadie me preparó para cuando no estuviera mi mamá. Y es la Ley de la vida, pero no nos preparamos, ni puede haber preparación alguna.
Desde un tiempo después de su partida, la animadversión por celebrar un año más se fue apoderando de mis sentimientos. Y es que tantos recuerdos se me agolpan al ritmo del «cumpleaños feliz», que se hace realmente difícil estar feliz en ese momento. Recuerdo cuando celebrábamos todos reunidos. Las fiestas que formábamos. Tantos momentos felices. Se me hace el nudo en la garganta y aun no termina el «ay que noche tan preciosa». Pareciera detenerse el tiempo. Mas que detenerse, retroceder. Y la veo. La veo tan feliz, y ahora se lo que estaba sintiendo. Esa mezcla de orgullo, alegría y amor. Un año mas de vida que ella había dado. Y me aumenta el dolor en la garganta, y muy apenado frente a mis amigos que se han tomado el tiempo para acompañarme, me esfuerzo para que no se me note el dolor que me abruma justo en ese momento. Y mientras ya comienza el «cumpleaños feliz», mas recuerdos se aparecen. Manteles, platos, tortas, todas con las huellas de mi mamá. Y la vela (ya son muchos años para prender tantas velas) me hacen ver los números que adornaban cada torta: 3, 4, 5, 6… Y llega el momento de soplar la vela, y luego los abrazos. Pero ella no va a estar. Recuerdo que no voy a buscarla. No voy a llamarla. Y alguna lágrima se asoma, pero el momento lo justifica ante todos, y pasa desapercibido el hueco que tengo en frente. Su ausencia está mas presente que nunca.

Pero este año, sucedió un milagro. Como todos los milagros, inesperado. Este año, ella, mi hija, se ocupó de preparar la fiesta sorpresa que siempre quise. Al llegar, los globos estaban puestos, la mesa adornada, y esas manitas me entregaban el antifaz y el gorro, y esa vocecita me decía «sorpresa papá!!!». Se ocupó de la torta, del quesillo. Hizo que se movieran todos en función del cumpleaños, y a pesar de sus 3 años lo logró! Pero no solo logró eso. No. También logró que desapareciera ese anhelo, esa búsqueda. Al soplar la vela, me preguntó: «papá te gustó tu cumpleaños? Estás feliz?». El nudo se me hizo en la garganta. Los ojos se me llenaron de lágrimas. Pero, sonriente, y realmente feliz, le dije «si hija, estoy muy feliz, y es el mejor cumpleaños que he tenido. Muchas gracias!!!».

Obviamente, ella no sabe el efecto liberador que causó en mi. No tuve que buscar, porque caí en cuenta que, como siempre, allí estuvo mi mamá. Estuvo en sus ojos, estuvo en su risa, estuvo en su empeño por celebrarme el cumpleaños. No me dejó caer. Y ahora, nuevamente, recuerdo cuando me decía «espera que tengas tus hijos». Como siempre, cuanta razón tenía, cuanta razón tuvo…

Un año mas de vida, de vida que me dieron, y que debo aprovechar. De vida que ahora debo dar y conducir, espero que con la misma firmeza y orientación que me tocó. Aún el vacío se siente, pero ya hay esperanza de que se llene, al menos que se aminore. Un año me queda para la próxima celebración, y a diferencia de los años anteriores, ya espero con ansias la sorpresa que me preparará mi hija.

¡Se murió el canario!


Antiguamente se usaban canarios para detectar fugas de gas en las minas de carbón. La República Popular China es la mayor productora de carbón en el mundo…

Finalmente, el socialismo había vencido. Los miembros del partido participaban en el holocausto laboral, sacando a los «pitiyankis» bajo la égida del comandante. Una vez avanzada la andanada, y nombrada la nueva gerencia, se comenzó el proceso de toma de decisiones. Todos los sistemas que hasta ese momento habían servido a la principal industria de ese país se hicieron incómodos. Aquellos que por su bajo rendimiento laboral no lograron hacerse merecedores de los entrenamientos fuera del país y ni siquiera los dictados en sitio, comenzaron el proceso de acusación en contra de todo lo que hasta esa fecha controlaba la producción de la industria. Basado en decisiones intestinales, se generaron decretos que establecían la obligatoriedad de usar sistemas «libres», convirtiendo una idea liberadora en una nueva forma de esclavitud. Y aparecieron los grandes «gurús» dando gritos histéricos de que se debían dar por cerrados todos los contratos hasta la fecha vigentes. La razón: la sustitución de la presencia del «imperialismo» por el solo deseo de la nueva revolución.
Al comienzo, mientras los sistemas originarios aún prestaban servicio, la industria se mantuvo productiva, pero en la medida en que se sustituían por versiones «beta» de trasnochos decadentes socialistas, la industria se fue volviendo un elefante blanco en vías al cementerio donde moriría la esperanza de ese país. Entre el convencimiento de charlatanes, y la inexperiencia de la nueva gerencia, inmersa en la borrachera que produce el flujo grandioso de dólares ajenos, se fueron relajando los estándares de seguridad de esa industria, decadente ya desde aquel silbido del pito de la desgracia.
Asi, aquel día, aquel funesto día cuando un operador de guardia reportó una fuga de gas, la respuesta no se buscó en un manual de procedimientos, ni en una consulta a un experto. La respuesta fué, entre bostezos y pocas ganas de atender una situación de acuerdo a lo establecido: «cierra la válvula y hablamos el lunes»…

Por la necesidad de justificar lo lamentablemente sucedido, se creó un comité con la misión de desarrollar un método que asegurara que no se repitiera lo sucedido. Dicho comité, compuesto por los miembros mas recalcitrantes del partido del pueblo, comenzó la tarea. En la reunión 300, los considerados eruditos en la materia solo habían gastado mas de los viáticos previstos, sin haber llegado a ningún resultado, lo cual irritaba la paciencia del comandante, quien esperaba la solución final para anunciarla como parte de sus promesas electorales. Con la presión que tenían, alguien recordó que en uno de los viajes que hizo a China como parte de pago de las jugosas comisiones que recibía, lo habían llevado a una mina abandonada, y le habían explicado como trabajaban. De lo que recordaba, se usaba un canario para detectar fugas de gas. Ante esa información y la desesperación por dar una respuesta, otro honorable miembro de aquel comité completó la idea: «coloquemos un canario en las plantas, acompañado de una paloma mensajera». Todos quedaron atónitos. Ante las caras de interrogación, el dueño de la idea decidió explicarla: «si entrenamos una paloma que sea mensajera, y que cuando vea que se muere el canario, salga y avise, tendremos la situación controlada». Luego de unos silentes minutos, los aplausos aparecieron. Esa era la solución ansiada. Ecológica y económicamente factible, no habría posibilidad de falla. Sólo faltaba colocarle un nombre, lo cual se atendió en forma inmediata: Sistema de Alerta Temprana y Análisis Natural en Areas Sensibles (SATANAS).

Mientras el comandante anunciaba, en el marco de su campaña, la implementación del sistema diciendo «ahora con SATANAS de nuestro lado, nada podrá alejarnos de la victoria», en la casa del Gerente de una planta, ubicada cerca de la misma, le comentaba su esposa mientras buscaba un fósforo para encender la cocina: «chico, ayer los muchachos cargaban una china y mataron una paloma temprano y hasta hoy me doy cuenta que tenía un papelito amarrado a la pata que decia ¡se murió el canario!»…