La Situación Sobrevenida


En una conversación hipotética me veo con mis muy altos panas, chavistas de corazón y verdaderos defensores del proceso, hablando de todo lo acontecido hasta ahora. Como siempre, nuestras conversaciones, que nunca llegan realmente a ningún lado (aparte de que siempre alguno termina muy molesto pateando la mesa) tratan básicamente de una exposición de los motivos de cada quien por apoyar o no la gestión de Chávez. Pero, en este momento, y como siempre con todo el respeto del mundo, a cualquier planteamiento que me hicieran en favor del proceso, simplemente les respondería: y ustedes realmente creen que Maduro cuenta con lo necesario para continuar con el proceso, para seguir el proyecto de Chávez?
Supongo que en esa hipotética conversación, se haría un silencio incómodo y, como de costumbre, se daría por cerrado el tema y pasaríamos a otros mas mundanos…

Chávez era un ser humano. Y como cualquiera de nosotros, no quería morir. En ese crisol de pasiones desatadas por las ansias de poder, decidió manejar como lo hizo el tema de su enfermedad. Para quienes hemos tenido la desdicha de perder a alguien por el cáncer, era inevitable el destino que le deparaba, sin embargo, el hecho mismo de que el se manejara como con dominio sobre su enfermedad, podía leerse como positivo. En resumen, era una muestra evidente de sus ganas de vivir. Lamentablemente, nunca supimos realmente ni que tenia, ni como lo estaban tratando y mucho menos como le estaba yendo. Por vías extraoficiales tuvimos información detallada, que a la luz del desenlace no queda mas que considerarla «acertada». Pero si algo se tenia, era la seguridad de que no estaba en sus planes morir. Desde antes, y especialmente en ese trance por su enfermedad, estuvo siempre Maduro con Chávez. Pasó de ser el Canciller de hecho, pasando por médico de cabecera, encargado de relaciones públicas, hasta que fue ungido por el mismo Chávez. De todo ese proceso, lo mas importante es que era el segundo a bordo, el mas cercano, en última instancia, el que transmitía las ordenes e instrucciones del Comandante. Y, por la manera como manejaron el tema,  no hay manera de saber si realmente era el medio o la fuente de la información.
Así, llegaron las elecciones de Octubre. A pesar de la enfermedad, Chávez se lanzó, y ganó. Con el triunfo, se disipaba la duda de si aguantaría la campaña, pero surgía la de si se juramentaría. Se plantearon todos los escenarios de Ley, lo cual se convirtió, como siempre para el gobierno anterior, que es este mismo que tenemos, en papel higiénico. Ante el avance de la enfermedad, Chávez, en su plan de vencer la misma, decidió arriesgarse por un plan «B», que consistía en no asumir la Presidencia, pero poner en marcha una estrategia que le permitiera mantener el poder en manos del proceso, siempre bajo su égida. En ese contexto, no importaba quien estuviera al final de los hilos, ya que quien los controlaría sería él. Así, designó a su Nicolás, para que en una situación sobrevenida, fuera el quien contara con el apoyo de todos. Pero el plan se complicó…
Desde ese momento, en que Nicolás fue ungido (y con toda seguridad desde mucho antes), nuestro país y todos nosotros quedábamos en manos de él. Se agregaba de hecho, mas no de derecho, un nuevo Presidente a la lista histórica. Y como con todo nuevo Presidente, aunque siempre electos y no impuestos, se generaba la esperanza de un cambio en el camino. Tampoco esperábamos un giro de timón, sino mas bien un cambio de ruta hacia el mismo destino. Mientras las decisiones del nuevo Presidente no mejoraban en nada la oferta originaria, se urdía el mayor engaño, aun por destaparse, de este gobierno inerte. La manipulación, el engaño y las bajas pasiones se hacen evidentes ante la falta del caudillo orientador, convirtiendo su muerte en la resurrección de un proceso destinado a morir bajo la sombra (y vaya si hace sombra) de quien le toca asumir un papel obligado, aunque muy a gusto y con la ventaja de poder decir «que conste que no fuí yo, fue él!», lo cual no lo exime de su papel de usurpador,  con la presión desde donde realmente están moviendo los hilos desde hace muchos años, quienes se modernizaron gracias a la fibra submarina que les dimos de regalo.

Ahora, nos encontramos con un candidato-presidente, cuyo discurso es el mismo de Chávez en el 98, cuando hablaba de las «cúpulas podridas», y vaya que es acertado el reuso del guión. Solo, que la situación en la que el presidente «sobrevenido» encuentra al país no es producto de la mala administración de adecos, copeyanos o chiriperos, sino de el y su proceso; y esto agravado con el hecho de que las medidas económicas mas fuertes en todo el gobierno revolucionario son producto de su propio gobierno, firmadas por su propia mano.
Sin duda alguna, estamos a la vuelta de la esquina de otra situación sobrevenida. Un nuevo cambio se dará el próximo 14 de abril. Un cambio que sera «sobrevenido» para el gobierno no-elegido y quienes aun los siguen alimentados por la fantasía de que es lo que quería Chávez, pero que para el resto, no es mas que el paso obligado que, mas temprano que tarde, iba a llegar.

En esta conversación hipotética, una vez expuesta mi muy humilde opinión, veo que mis panas, como de costumbre, me dejaron hablando sólo, y que el ánimo que me produce el tema no me dejó percatarme del hecho antes. Así, me paro de la mesa hipotética, y me voy a trabajar para pasar de la hipótesis a la práctica…

Reinicio


Mientras veo a mi hija jugando debajo de la bandera a media asta, se me vienen a la mente muchos recuerdos de los ultimos 21 años; recuerdos que se hacen muy intensos a la luz de la razón por la cual esa y todas las banderas no ocupan la cumbre que por derecho y deber les corresponde.

Era cerca de la media noche del 3 de febrero de aquel año 1992,  y entredormido vi en el televisor a Eduardo Fernandez acompañado por un gran grupo de personas de distintos partidos, hablando de la democracia. «Otro discurso mas» me dije, y simplemente apagué el televisor y seguí durmiendo. Unas horas después, ya en la madrugada del 4 de Febrero, me desperté con el eco de las voces atrapadas en el espacio que ocupaba la cancha entre los edificios, que en forma desordenada gritaban «golpe de Estado». Se daba un giro importante en nuestras vidas, un giro que muchos vimos como positivo, otros no, pero al final de cuentas era un giro importante en la historia de Venezuela. Mientras yo vivía mi parte de ese hacer historia, en Barinas vivía mi mamá su parte (una parte del relato está en mi artículo A l@s bolsas, hasta muert@s l@s persiguen, escrito hace algún tiempo y por otras circunstancias, de paso, aun vigentes), y así estoy seguro que hay muchas historias vividas por todos los testigos presenciales.
Una vez que escuché aquel «Por Ahora», puse mi esperanza en esas palabras, esas 2 palabras. Las circunstancias fueron pasando, aposté a que realmente podía haber un cambio, participé activamente, hasta el momento en que vi cómo mis amigos, mis compañeros de lucha, aquellos con quienes tantos planes hice de lograr tener el poder para cambiar las cosas, una vez investidos con ese poder, prefirieron cerrarme la puerta y darme la espalda, quizás por plantearles cómo podríamos ahora hacer aquellos sueños realidad. Habían sucumbido. Solo un gran golpe, un nuevo golpe, podria cambiar las cosas. Y ese golpe llegó.

 Luego de una terrible enfermedad, cuyas consecuencias solo conocemos quienes hemos pasado por eso, murió la fuente de la ya reducida esperanza. Y por todas las circunstancias por las que nos han hecho pasar, nuevamente estamos en un punto parecido al de aquel 4 de febrero. Parecido porque no se ve el camino que vamos a recorrer. Parecido porque nos enfrentamos a una situación en la que el gobierno buscará anular a quienes lo adversan con todo su poder y fuerza, solo que en este caso el gobierno es aquel que juró no permitir que se repitiera esa historia por la que pasaron, con lo cual no hacen mas que evidenciar que no ha cambiado la situación en 21 años, solo los actores.
Hace 21 años tenia la disposición de salir a arriesgar la vida por el futuro. Hoy, veo a mi hija enseñándome cómo aprendió a columpiarse sola, bajo la bandera a media asta, y me doy cuenta que así como hace 21 años, estoy dispuesto a dar la vida pero ahora para garantizar su futuro. No es una lucha contra el gobierno, ni es una lucha por la oposición. Es una lucha por el bienestar de todos, independientemente de como piensen o de donde vengan.

En Cantaclaro, de Rómulo Gallegos, en el capitulo «El menudo por la morocota…», casi al final del libro se lee:

Otra vez el vagabundo señero por la muda inmensidad, el cantador ya sin canto. Los diez de la montonera se dispersaron, cada cual a la esclavitud de su trabajo, frustrada la aventura. Martín Salcedo, el estudiante ilusionado, también desistió de ella, después de decirle:
– Este no es el camino; por aquí no saldremos nunca de la barbarie. ¡Basta ya de correr en pos de la sombra siniestra del caudillo muerto! ¡Y bien muerto! Pero no me arrepiento de haber intentado esta experiencia temeraria, pues he presenciado dos cosas sumamente interesantes: la rabia heroica y tremenda de Juan el veguero, sobreponiéndose a la muerte que ya llevaba en su organismo aniquilado, y el candoroso idealismo de Juan Parao, cuyo espíritu sólo se alimentó de epopeya y quiso ser héroe, él también, para merecer otro canto de usted. Son dos fuerzas muy nuestras que es necesario desviar de este camino para siempre. Otra empresa es la que hay que acometer y quiero intentarla.


«En el orden de las vicisitudes humanas no es siempre la mayoría de la masa física la que decide, sino que es la superioridad de la fuerza moral la que inclina hacia sí la balanza política.» Simón Bolívar.