Quién ganó las elecciones


En estos días muchos dan explicaciones
Sobre quien fue el que ganó las elecciones
Cómo quisiera que con la misma intensidad
Los alcaldes electos tomen sus cargos con seriedad
Que si fue la MUD, que si fue el PSUV
Lo importante es que quien gane seas tú
 Que ganaron unos mas joyas de la corona
Que los otros mas votos, qué buena broma
Hoy caí en un hueco, le menté la madre
Al que por no taparlo es un irresponsable
Luego extrañamente comenzó a llover
Se desbordaron las quebradas y me volví a joder
Señores de derecha, señores de izquierda
Quién haya ganado me sabe a mucha… hierba!
Lo que necesitamos es que su gestión resalte
Que merezcan nuestra confianza siendo buenos Alcaldes

Arsenal de Enseñanzas en el Closet


Aquellos zapatos le habían costado mucho. Eran rojos, de tacón alto, y buscaban desafiar algunas leyes de la física al lograr que un área tan pequeña como un punto sostuviera una masa en tamaño superior…

 Jamás me senté a la mesa a comer sin camisa. Mejor dicho, las veces que lo intenté me llevé un llamado de atención, porque no era correcto. «La mesa se respeta», me decía mi papá.
«Cuando salude a otro hombre, párese para darle la mano». «Cuando tu mamá o yo te llamemos, respondes con ‘Señor’ o ‘Señora’, no ‘Queeeeeeee'». Aún tengo fresco en mi memoria aquel día en la escuela, en quizás 4to o 5to grado, cuando Simón, aquel compañerito desordenado y alzado, que a punta de amenazas pretendía hacer lo que le diera la gana en el colegio, fue llamado a la pizarra en el salón por la Srta. Maria, para llamarle la atención por su mala conducta. Mientras la Srta. María lo regañaba delante de todos, Simón se reía en señal tanto de burla como de que no le interesaba aquel discurso. Llegado el momento, los 5 dedos de la Srta. Maria le quedaron marcados en rojo en el antes henchido cachete por la risa, ahora hinchado por el dolor no solo físico, sino moral, de que la Directora del colegio, aquella viejita que tendría 80 años, le había borrado la sonrisa y la burla con una cachetada digna de pelea de clase mundial. No hubo ruido por unos segundos, y no hubo padre ni nadie que le reclamara aquella acción correctora a la Srta. María. Jamás lo olvidaré.

María Pía, María Pía era la marca. Eran, de todos los pares que conformaban su propiedad, los mas elegantes. Los seleccionados para las ocasiones especiales, para las galas. No podía haber maltrato para ellos. Debían mantenerse incólumes para lucir espectaculares en sus apariciones.

Estoy detenido en un semáforo, esperando que la luz cambie a verde. En frente, también esperan que cambie el semáforo, pero un policía llega a la punta de la cola, pasa por encima del rayado peatonal, esquiva los carros que tienen la luz verde casi provocando un choque, llega al rayado peatonal que respeto delante de mi, da la vuelta a su moto, mira a los lados y se come otra luz roja. «Que bolas!» me digo mientras llega la luz verde y no arranco porque aun hay como 5 carros pasando a pesar de la luz roja que deberían respetar. Eso es lo que nos pasa, que nos resbalan las reglas, que hemos perdido el respeto por todo.

Aquellos Maria Pía estaban disenados, como todo zapato, para mantenerse pegados al suelo. Sus suelas irían desgastándose producto del uso, que seria poco puesto que solo los usarían para ocasiones especiales. Y en una actitud de elegancia y garbo, no debería haber maltrato voluntario que afectara aquella piel utilizada para construirlos. Solo un evento fortuito y de muy mala suerte podría causar daño en su superficie.

Observo al Presidente, diciendo que está dispuesto a gobernar con todos los alcaldes, independientemente de si son de su partido o de la oposición. Segundos mas tarde llama al ganador de la alcaldía mayor «vampiro», pero le reconoce como ganador, aunque dice que espera que no use su cargo y recursos para golpes de estado. Pienso que mucha gente, al recibir esos mensajes, terminan condicionandose a simplemente seguir sus instintos, sus mas básicos instintos. A hacer lo que la naturaleza, pero la mas salvaje y retrógrada, le dicta. «Que la viejita se quede parada porque hay muchos caballeros pero pocos asientos»; «nadie los manda a ser agüeboniaos»; «me resbala si alguien se queda sin trabajo por robarme esto». A diario vemos las consecuencias de esa falta de principios a la que nos vemos sometidos. Ahora se enseña, pero no se educa. Se paga para acallar la conciencia, se compra la moral.

La instrucción que me había dado mi mamá era clara. Tenia que comprar un cuaderno que necesitaba, en la librería donde la conocían, y ella después iba a pagarlo. Un cuaderno en aquella época costaría 1 bolivar o quizás 2 si era una libreta. Era sencilla la tarea, hasta que llegué y fui sometido al predicamento de Eva: en lugar resaltado, estaba aquel «multicuaderno», como iluminado por el cielo. Solo necesitaba un cuaderno. Solo uno. Pero el multicuaderno traía 5. Su tapa plástica protegía aquellos cuadernos que llevarían las letras, signos, números e información que me permitirían avanzar en mi camino académico. Un solo problema había: costaba 30 bolívares contra 1 (o quizás 2). Por un momento me hablo el Angel en mi hombro: «tu mama te dijo que era un cuaderno, de los baratos»; pero el diablito me dijo «pero tienes 5, puedes dejar de usar todos los demás que ocupan tanto espacio en tu bulto, para solo llevar este hermoso y elegante multicuaderno». Eran 30 bolívares contra 1 (o quizás 2). Sin pensarlo, agarré el multicuaderno, y me fui orgulloso a la casa.
Al llegar, corrí al cuarto de mamá a mostrarle la adquisición. Llevaba el discurso preparado, y ante las evidencias, no había manera de que no me dieran la razón. Al mostrarle el cuaderno a mi mamá comenzó el interrogatorio de rigor, hasta que llegamos al precio. En ese momento, el tiempo se detuvo tipo «matrix». Entre los gritos de mamá vi cómo buscaba algo con que «enderezar», cual el arquitecto de la matriz, aquella falla sistémica en que me había convertido. Adivinando los movimientos, y sin soltar mi multicuaderno, me volteé hacia la puerta iniciando la carrera. Al mismo tiempo mamá (me imagino, porque estaba a mi espalda y ni loco me iba a voltear) giraba en vuelta de canela por sobre la cama, agarraba los misiles de enseñanza que tenia a mano, y procedía a darme la lección… y en ese momento, sucedió el milagro. Aquellos Maria Pía, no solo hechos para andar por el suelo, sino físicamente impedidos de volar, se dirigían, con puntería de misil balístico, hacia mi. Uno hacía blanco en su objetivo, y cual «Neo» logré hacer un movimiento antinatura que evitó, por pura casualidad, que el otro también me alcanzara.
Al final, tuve que recoger los Maria Pía, llevarme el regaño por los maltratos que habían sufrido por mi irresponsabilidad, pasar la vergüenza de devolver el objeto de mi deseo, y, lo mas importante, internalizar que las cosas se hacían como debian hacerse: de la manera correcta.

La enseñanza en ese caso: pues saber que hay que seguir las reglas, que las normas se deben respetar. Jamas olvidaré los Maria Pía, y cuando la tentación me acecha, surge aquel recuerdo. Y por aquellos días, ante cualquier tentación que surgía, recordaba ese arsenal de enseñanzas que mantenía mi mamá en su closet, especialmente unos que casualmente ahora también están de moda, que eran unas plataformas que seguramente desmayarian a quien le tocara recibirlos en forma de misil.

Estamos sometidos a los peores ejemplos. Nos obligan a aceptar el malhacer y la acción canalla como algo normal. Contra eso, solo la fe y la educación pueden ayudarnos. Luces, hay pocas y muy ocultas, pero si las buscamos, las encontraremos, y venceremos las sombras que pretenden enceguecernos. Así como mi mamá consideró que no importaba lo que pasara con sus zapatos, ya que lo importante era darme una lección de vida, así debemos nosotros hacer, a costa de cualquier sacrificio, con nuestros amigos, familiares y, por qué no, conocidos.

Y de los Maria Pía… cuando pude los desaparecí, para asegurar que mas nunca pudieran volver a educarme con ellos.

Credo del corredor


Creo en Bill Rodgers,
Corredor Todopoderoso,
Ganador de 8 Majors en su carrera.
Creo en Grete Waitz, Ganadora de 12 Majors
Ejemplo a seguir
Quienes con muchos otros han abierto los caminos
Para que los corramos, pensando en ellos
Ya que si lo lograron también nosotros podemos
Con constancia y dedicación sin jamás pensar en perder

Creo en el entrenamiento contínuo
En el descanso para la recuperación de las energías
En la alimentación adecuada
En correr bajo cualquier circunstancia
En la reducción de los tiempos
En la llegada a la meta

Creo en mi!

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Una versión de otro «credo del corredor» es esta que dejo a continuación: