cadivilogía


El motorizado me esperaba afuera, listo para arrancar apenas me viera aparecer por las puertas del banco. Al llegar, tomé, por tercer día consecutivo, un ticket que, como me indicó el vigilante en la entrada, era de la serie 600. Ahora estaba identificado con el numero 614, y, buscando donde sentarme, me acerqué a la taquilla donde sabía, por las consultas de los dos días anteriores, que me atenderían. Una señora de la tercera edad pelea con un cajero mientras consigo un puesto y me siento como si nada pasara. De mis visitas anteriores sé como es el proceso, y me recorre el miedo. La cajera atiende al 609 ya, y siento que nuestras miradas se encuentran. Veo, o imagino, una muy pequeña sonrisa dibujándose en su rostro. Antes de terminar con el 609 observo que se apaga el aviso del número que atiende. Me extraña y concluyo que debe ser normal, aunque el resto de las cajas si tienen sus avisos encendidos. Al finalizar con el 609, se para, camina para un lado y desaparece, pasan unos minutos en que pienso que Carlos, mi amigo que me hizo la segunda de llevarme en moto, está afuera esperándome y seguramente ladillándose. Regresa la cajera, se enciende la luz, y llama al 610. Nadie se para. Pasan unos segundos, y llaman al 611; luego al 612, 613, y unos segundos largos después, me llega mi turno. Me cruza por la mente que era extraño que no hubiese nadie de los números anteriores al mio, y mas extraño me parece cuando recuerdo que casualmente la cajera se había parado y desaparecido. Posiblemente, al recordar la diligencia que vengo a hacer, se paró para dar aviso a sus secuaces y marcarme. Camino hacia la taquilla y al llegar suspiro. Sin decir palabra le sonrío y paso mi cédula, me devuelve la sonrisa y se dedica a buscar en la computadora.  Definitivamente recuerda a que vengo. Agarra una hoja y la mete en la impresora. Se voltea y agacha y saca dos paqueticos de dólares. Revisa uno y el otro lo regresa. Saca la hoja de la impresora, mira los seriales de cada billete de cien y los anota, momento que aprovecho para verificar que estén los 5 billetes. No pienso contarlos sino agarrarlos y cual prestidigitador, meterlos en el bolsillo mas escondido de la chaqueta que cargo. El día anterior me contaron de un par de amigos que en el estacionamiento del centro comercial del banco donde fueron a buscar sus dólares, los abordaron y se llevaron la plata y los pasaportes. Se quedaron sin el efectivo y sin poder viajar. Por eso, y por si acaso me lo pedían, aunque en los dos días anteriores pregunté insistentemente y me aseguraron que solo se requería la cédula, mi pasaporte lo tenia Carlos afuera en la moto. Si me asaltaban entregaría la chaqueta con los dolares pero conservaría mi pasaporte. Me pasan el papel, y me dice que lo firme, coloque la cédula, y la huella. Todo el mundo está viendo, o al menos eso siento. Dejo una temblorosa firma, casi irreconocible, producto del susto a que se den cuenta que busco divisas, pero también a la posición antinatura que debo adoptar para poder firmar en el pedacito de madera disponible, y a la muy corta liga que ataja el lapicero negro para evitar su robo, supongo. Entrego las hojas separadas por un gastado papel carbón. Me devuelven la copia, y viene el momento cumbre, el punto de quiebre: me entregan «las divisas». Así tal cual me las entregan, procedo a seguir el protocolo que había establecido. Las guardo en el bolsillo, paso el cierre. Medio sonrío a la cajera y le doy las gracias. Camino a la puerta guardo la cédula en la cartera, y miro a un señor de muy avanzada edad que camina exageradamente lento acercándose a la entrada al banco. Abro la puerta y Carlos al verme procede a ponerse el casco y a esperarme listo para salir. El señor se acerca y mientras por costumbre abro la puerta y espero que pase para soltarla, pienso que es una oportunidad perfecta para que me lleguen y me atraquen. Siento que pasan siglos mientras el señor termina de entrar, me volteo soltando la puerta y enfilando hacia la moto ya prendida y lista para arrancar, cuando de repente una voz profunda me dice «CASTELLANO». No quiero voltear, no puede ser que me vaya a pasar a mi, pero irremediablemente lo hago para enfrentar mi destino. Afortunadamente es Alvaro, un muy amigo de la universidad, que luego de mucho tiempo sin vernos, las circunstancias, según me cuenta en unos pocos minutos qque conversamos, nos hacen encontrarnos muy casualmente en ese banco. Termino de saludarlo y vuelo a la moto. Arrancamos y unos minutos después estamos en la oficina, donde me siento seguro.
Así pasó la penúltima etapa de este «proceso» de tramitar los dolares de cadivi para viajero. Penúltima porque en esta ciencia exacta, debe faltar la parte del reporte y Dios sabe que otra cosa por hacer. Y digo que es una ciencia exacta, porque al seguir los pasos que los expertos recomiendan, finalmente se obtiene el resultado esperado.

Al comienzo todo era duda. Las instrucciones no eran claras, pero asumí que podría realizar solo todos los pasos para lograr el resultado final. Comencé pidiendo el pasaje. De una vez me entregaron 3 copias «por si acaso». Luego, entré a la pagina de cadivi, pero no era tan fácil. Allí comenzaron a aparecer los expertos. Unos me decían que hiciera una cosa, otros, que cambiara el navegador, otros, que le rezara a san Isidro labrador. Total que seguí todos los consejos y gracias a alguno, logré generar la solicitud e imprimirla. Luego, los consejos para armar la carpeta. Que le ponga teipe encima a las etiquetas, «porque a veces no las reciben, o si lo hacen no garantizan la aprobación si se le despega una». Iba a pegar los documentos en los papeles foliados, pero me dijeron que no los entregara así, sino que los pegara y luego los fotocopiara, y que guardara los originales. Así lo hice, y llegado el día de la cita, asistí a entregar mis carpetas. Lleve un sobre con todas las copias y originales que tenía; esperé, ansiosamente, que me atendieran; al llegar mi turno, me senté y entregué mis carpetas. Las revisaron, y sucedieron dos cosas: primero que de todos los originales que llevé, me pidieron el pasaporte, el cual no cargaba por miedo a que me lo robaran o se me perdiera. Le dije a la chica que en ninguna parte decía que lo llevara, a lo que simplemente me dijo «pero si no lo tiene no se puede procesar la solicitud». Me quedé en blanco, pero de inmediato me dijo «pero vaya a buscarlo, y me lo trae de nuevo, y vamos a revisarlo todo a ver si esta todo bien». Al verificar la información, vió que el número de pasaporte no era el actual. Claro, en algún momento lo renové y nunca se me ocurrió actualizar eso en la pagina de cadivi. Al final, le dije, cual Arnold Schwarzenegger: I’ll be back (claro, no arrogantemente como el, sino muy sumisamente y con una sonrisa nerviosa en la cara). Salí, y de inmediato pensé que ninguno cadivólogo me dijo que llevara el pasaporte. Con el carro en el taller desde hace mas de 4 meses (básicamente debido a la falta de dolares para adquirir repuestos, a la ley del trabajo y a una muy mala leche), procedí a ver cómo resolvía. La solucion: una mototaxi. Pero cómo agarrar para la casa con un desconocido perteneciente a un gremio con tan mala reputación a hacer una diligencia relacionada con divisas? De inmediato me acuerdo de Carlos, amigo y compañero de trabajo con una moto. Lo llamo y de inmediato me dice que me pasa buscando. Lo espero unos minutos, al final de los cuales me veo lagrimeando por la velocidad de la brisa vía a la casa. Llego, prendo la computadora y comienzo a rogar que pueda entrar a la pagina de cadivi. Primero debo cambiar el número del pasaporte para luego imprimirla. Entro en la opción 2, como tanto he hecho en los últimos días, pero allí no está la opción para realizar cambios en los datos. «Read The Fucking Manual» pienso, y me dedico a buscar instructivos que me orienten. Carlos mientras tanto conversa, aunque mi preocupación no me deja pararle mucho. Consigo lo que busco, y aprendo que para modificaciones debo seleccionar la opción 1. Entro, realizo el cambio requerido, cierro, entro en la opción 2, verifico las planillas y están, ahora, correctas. Imprimo la pagina que necesito, no sin antes verificar que el numero sea el mismo. Saco el gancho de las carpetas, abro los huecos a las nuevas planillas, las sustituyo, verifico que todo quede bien, no desecho las planillas con el error, ya que las mismas tienen las marcas del chequeo que les hizo la joven en el banco, así que las meto en el ya abultado sobre. Apago todo, y comienzo nuevamente a lagrimear camino de regreso al banco. Me toca mi turno, no es la misma chica que me revisó las carpetas, pero confío en que no habrá problemas. Revisa todo, me pide el pasaporte, y al final, las carpetas son recibidas. Guardo los papeles que me dan como constancia de recepción de las carpetas en el sobre cadivólogo, y me regreso, 3 horas después, a la oficina. Al contar lo sucedido, todo el mundo dice «coño pero que bolas, si eso es lógico!»; o «pero me hubieses preguntado y te hubiese dado el dato». Ahora, resulta que todo el mundo es experto. Todo el mundo es cadivólogo. Y lo mejor, es que ya entré a esa logia…

Pasan los días, hasta que me llega el correo de que me aprobaron lo de la tarjeta, y los de efectivo. Espero el día y voy a buscarlos. Le comento a una compañera, así como si hubiese inventado la cura del cáncer, que me voy con Carlos en la moto, a lo que me dice, al mejor estilo de cadivilogista: «claro! Esa es la única manera de reducir al mínimo el riesgo de que te roben el efectivo…» y pienso yo «ajá! Y si no se me ocurre me jodo?»…

Ahora, todo el sistema ha cambiado. Los otrora expertos ahora no saben nada. La duda recorre las oficinas, los hogares y las mentes de todos. No se sabe que va a pasar, pero con toda seguridad, la experiencia será como el curso de nivelación y actualización para una nueva camada de expertos en cadivilogía.

Mi recomendación? No se de mala vida. Pregunte. Pregunte que todos a su alrededor sabrán que hacer para conseguir sus dólares de cadivi…

Y yo que pensaba usar periódico!!!


En el mundo de los animales domésticos, no hay nada más desvalido como un perro. Por ejemplo, comparado con un gato, al perro hay que enseñarle a hacer sus necesidades en un mismo sitio, mientras que a los gatos se le compra una ponchera, la tierra especial, y ya, ahi hacen de todo. A un perro hay que bañarlo regularmente, lo cual implica perseguirlo, gritarle, amenazarlo (como si entendiera lo que le estan diciendo), para finalmente terminar dándose un baño tanto el perro como quien lo baña; al menos yo jamás he visto (ni lo hice cuando tuve mis gatos cuando niño) que alguien bañe un gato. A los perros hay que sacarlos amarrados, y en los casos más avanzados, sin correa pero si mirándolos con el rabito del ojo, ya que en cualquier oportunidad se van y, o deciden no regresar, o simplemente no consiguen el camino de regreso; los gatos ni siquiera necesitan que les abran la puerta de la casa, ya que salen, se escuchan unos chillidos terriiiibles, y luego, como si nada hubiese pasado, se les encuentra nuevamente en la casa, limpiándose, como si nada hubiese pasado. Cuántas veces se sabe de alguien desesperado buscando a su perro perdido, en comparación con las veces que se ve a alguien buscando su gato perdido… En fin, que definitivamente las estadísticas generan una matríz donde los perros son unos minusválidos en comparación de los gatos.

En el proceso de educación de los perros, no hay elemento más valioso que el papel periódico. Los diarios se mantienen gracias a la adquisición de canes en los hogares. Dependiendo del tamaño de la casa, se utilizan o los diarios nacionales o los regionales. Al adquirir un hermoso cachorro, lo primero que se requiere es forrar la casa en papel periódico. Se comienza sólo con una esquinita, donde se coloca el alimento y el agua del perrito, y se pretende que allí mismo haga sus necesidades (como si a uno lo enseñaran a comer sentado en la poceta, por cierto). Al ver que el cachorro hace caso omiso de la aspiración, se comienza el proceso de ampliación del espectro del papel periódico en el hogar. Así, se amplía esa esquinita, luego se forra la cocina, luego el baño, y finalmente, como el perro ha llenado la casa de excremento y orines, se dejan papeles aleatorios por todos lados, con la esperanza de que al menos la pegue usando uno. Es típico (créanme, que bastantes perros tuve la oportunidad de criar) ver una casa donde hay un perro nuevo, que el periódico tapa un porcentaje grande (mas del 85% diría yo) de la superficie de dicho hogar, y los dueños, con actitud muy seria, dicen «es que lo estamos enseñando». Luego, no hay nada como el papel periódico para limpiar las «gracias» que hace el perrito. Así como el sucio y la uña, la espátula y el periódico se convierten en un equipo inseparable. Aquella espátula que tenía guardada con restos de pintura, regresa a la vida para ayudar a recoger cuanta gracia hace el perro, y siempre, siempre, el papel periódico acompaña ese proceso. A veces hasta se utilizan los mismos papeles regados por la casa, que estan ya sucios de tanto pisarlos sin que el bendito perro haya querido usarlos, para recoger las gracias que termina haciendose al lado de los mismos. En ese proceso, se observa como un periódico pasa de color blanco-grisáceo, a amarillo, al ser utilizado para absorber alguna meada que haya hecho el perrito. Este proceso se extiende ad infinitum hasta que el cahorrito ya corre, que es cuando viene la segunda etapa de requerimiento del periódico, que es la profundización del proceso educativo.
En esa segunda etapa, donde ya la desesperación y desesperanza de verse envuelto en heces y orines por todos lados, aparte de rodeado de papeles periódicos que jamás se utilizarán para su fin, ha desaparecido, los editoriales, las mas dignas opiniones terminan siendo apurruñadas en un bojotico, que ya involucra el uso de las revistas dominicales, las que no son tan útiles para el proceso inicial, pero si para este proceso educativo. Como comentaba, al borde de la desesperación, se toma o bien un cuerpo del periódico nacional, o todo el periódico regional, o la última revista dominical, se enrolla, y se persigue al cachorro con el pliego en una mano, de manera de que finalmente entienda, de la única manera real, que la idea no es que haga sus necesidades en los espacios entre los periódicos, sino en los mismos! Esta práctica siempre va acompañada por el muy educativo paso de agarrar al cachorro, y remojarle la nariz en sus heces u orines, y darle solo dos golpecitos para que aprenda, o deshilachar el rollito dejando salir la rabia que implica tener que agarrar, una vez más, aquella espátula en la que ya los restos de pintura blanca no se ven, tapados por una patina marrón. Este proceso se repite y se repite, hasta que el can, asustado, decide no hacerse más nunca nada en la casa, y espera a que lo saquen.

Como hemos visto, el periódico es FUNDAMENTAL en el proceso educativo de los animales en la casa. Asimismo, lo es para algunos congeneres que lo leen, aunque realmente no entiendan lo que contienen…
Hoy, amanecemos con el anuncio, ya repetido, de que en los próximos 30 días, si no sucede un milagro, no habrá papel para imprimir periódicos. Esto se viene advirtiendo, y en preparación, los periódicos han sacado sus versiones digitales, pero nada, nada es igual como agarrar un periódico y utilizarlo. La respuesta del Gobierno de turno? Muy sencilla: SACAN LA MISION NEVADO!!! Y que quiere decir esto? Sencillo: NO VA A HABER PAPEL PARA LA PRENSA!!!! Y lo que se están preparando es para la botazón de perros que va a haber, dado que no se contará con el elemento necesario para atender las necesidades más básicas de dichos animales, incluyendo su proceso educativo. Entonces, como siempre, adelantándose a dicho hecho, prepara todo lo necesario para atender a esos millones de perros que estarán en la calle por la desesperanza de sus dueños. Algunos, seguramente intentarán, por el amor a sus animales, utilizar las versiones digitales, pero honestamente, no creo que un iPad, por muy bueno que sea, sirva para recoger, cual espátula, las excretas de un perro…

Y, de paso, y en el mismo escenario pero ya en el terreno humano, tampoco se consigue papel toalé. En lo personal, por algunos hechos sucedidos en el pasado, recordaba la primera vez que ante una emergencia me vi en la necesidad de utilizar un papel periódico para atender la misma, resultando con leves pero dolorosas micro cortadas en los instersticios anales, ante lo cual, quienes habían pasado por el trauma, me indicaron, lo cual jamás se me olvidará, que el secreto es mojarlo antes de usarlo. Hoy, viendo que ya me quedan menos de 6 rollos de papel toalé en la casa, y leyendo en mi desalojo matutino la noticia de que no circulará más prensa por la falta de papel para imprimirlo, me digo, suspirando: «y yo que pensaba usar periódico!»…

Démonos una oportunidad


La inseguridad en Venezuela siempre ha existido. Recuerdo alrededor de 1980, cuando fuimos víctimas de la delincuencia en nuestra casa en Trujillo. Unos ladrones irrumpieron aprovechando que estaba sola la casa en el día, y se llevaron lo que mas les gustó. Policía, PTJ y demás relacionados hicieron sus experticias, echaron un polvo para captar huellas por toda la casa (y que aun debe estar pegado a cuanta pared y cosa tocaron), y a la fecha, no hubo capturas, ni aparecieron los peroles. La delincuencia en Venezuela siempre ha existido.

Todos los años, por mucho tiempo, tuvimos la oportunidad de viajar desde el occidente a pasar los días de vacaciones en la isla de margarita. Esto significaba atravesar todo el territorio nacional, de punta a punta, con una parada por lo general en Caracas. En esos años nunca nos pasó casi nada en la carretera (excepto un asalto con secuestro incluido que sera objeto de otro artículo), pero uno se sentía seguro. Seguro, porque desde que se pasaba por Barquisimeto, incluso saliendo de Valera, se pagaban unos peajes, y esto permitía que las vías estuviesen perfectas (si! Perfectas, incólumes, prístinas), que hubiese Policia por montón a lo largo de la vía, grúas gratuitas, blancas, limpias, y hasta ambulancias. En las oportunidades que nos tocó atender un caucho espichado, o atender una llamada corporal que no aguantaba hasta la próxima parada, en lo que uno se detenía, sin importar la hora, aparecía una patrulla, de donde se bajaban unos policías amables, bien vestidos, bien comidos y hasta bien hablados, que verificaban lo que sucedía, ayudaban a resolver, y acompañaban hasta que uno terminaba y seguía su viaje, o hasta que lo llevaban a un sitio no seguro, sino donde se pudiesen atender las necesidades que se tenían (mecánicas por lo general). Eso lo viví yo, y muchos otros venezolanos. Por todas las grandes vías se tenia ese servicio, que tenia su costo, pero que no tenia precio. Las vías estaban iluminadas de noche, pintados los rayados, y en fin, había un mantenimiento permanente que permitía que uno decidiera andar en carro por todo el país. A pesar de todo esto, había sitios, como la autopista ospino-agua blanca, donde era común que de los barrios circundantes lanzaran piedras a los vehículos para obligarlos a detenerse y atracarlos. La inseguridad en Venezuela siempre ha existido.
Un día, este gobierno que tenemos decidió que había que eliminar los peajes. La consecuencia directa: el caos se apoderó de las vías en Venezuela. Se acabó el mantenimiento y lo que intentaban los mal vivientes, al atravesar objetos en la vía para tener víctimas para asaltar comenzó a ser parte del trabajo del gobierno central al no asumir la responsabilidad que tenían quienes administraban los peajes. Las grúas sufrieron un proceso de vejez anticipada, y aquellas flamantes grúas blancas y limpias se convirtieron en unos milagros rechinantes, conducidos por milagros médicos andantes, con actitud de pirata en proceso de abordaje. Aquellos policías que con solo su presencia inspiraban confianza y seguridad, se extinguieron como los dinosaurios para ser sustituidos por muy pocos, casi inexistentes muchachitos cuyo cuerpo escasamente soporta el peso real y moral de la pistola a la cintura, que con cara de asustados le dicen a quien requiere de su apoyo «mejor se apuran porque por aquí roban mucho».

Llevo dos noches sin poder dormir como normalmente hago. Dos noches cargado con la información del cobarde asesinato de Mónica Spear, es miss Venezuela, actriz, VENEZOLANA. Pero, su caso es uno entre miles. Son miles de venezolanos que sufren la misma desgracia en las vías venezolanas. El gobierno se ha esforzado en resolver ese caso, pero aparte de agradecerlo, no es eso lo que requerimos. Necesitamos que abra los ojos, que entienda el problema, que asuma su responsabilidad como parte del mismo, y que atienda su obligación de solucionarlo. Necesitamos que el gobierno deje de ser parte principal del problema, y que se convierta en el canal principal de implementación de la solución. Es un problema de todos, que debemos atender en forma coordinada los gobiernos Nacional, Regionales, Municipales, y todo el resto de Venezuela.

No dejemos que nos obnubile la solución de un solo caso. Aprovechemos la apertura del gobierno para que se genere una acción consolidada que marque el inicio del fin de esta era de impunidad. Asumamos que todos estamos interesados en resolver el problema, mas allá de la ya obsoleta diatriba política. Al contrario de lo que le pasó a esa familia venezolana, démonos una oportunidad…

El Gusto de Escribir


Aún recuerdo muy claramente aquellas tareas que me ponía la Señorita Anailia. Especialmente las que consistían en la transcripción de un texto que debía hacerse en un papel semi transparente. Esa actividad consistía básicamente en 3 retos importantes: escribir cada línea derecha, no salirse de un marco imaginario, y separar las letras en forma correcta al final de cada línea. Los dos primeros se resolvían relativamente fácil: a una «hoja de examen»se le hacía un marco en color rojo, con lo cual se tenían las líneas que se usaban de guía para escribir derecho, así como los límites hasta donde se podía llegar. Sólo requería que se utilizara una superficie plana y limpia (muy importante, ya que ese papel agarraba cualquier sucio, o se podía saltar la línea si el lápiz se encontraba con algún obstáculo en su camino), y unos trozos de teipe. El tercer reto era el más complicado: separar las palabras en forma correcta al final de cada línea. Esto implicaba que quizás en la primera se cometiera un error, y tocaba desechar la hoja y comenzar de nuevo. No representaba mayor impacto ya que no se estaba perdiendo mucho tiempo ni esfuerzo. A veces el error se presentaba después de haber escrito en la primera mitad de la hoja, pero lo peor era cuando el error se presentaba cuando cuando se estaba en la última línea de la hoja. A pesar de lo impecable de todas las líneas anteriores, tocaba desechar todo el trabajo y tiempo invertido, y arrancar de nuevo. Cómo no se iba a prender así?! pero, en este caso, lo que quiero resaltar es lo que implicaba escribir. Se requería una concentración, una preparación, un plan y mucha paciencia. Al final había un resultado, algo físico, tangible, y que se defendía con la vida, porque el que se perdiera o se dañara representaba, también, volver a pasar por todo el proceso. Esas tareas se hacían con lápiz, y era, visto hoy en día, todo un poema ver la hoja por la parte de atrás. Cada línea, cada trazo se marcaba realmente sobre ese papel. Se hacía un surco con cada trazo escrito, que por detrás, a pesar del color negro del carbón, se veía blanco. Se hacía evidente, se podían tocar cada una de las letras, y ese papel en particular tenía la característica de que no se deformaba como lo hacen las hojas de un cuaderno.

Quien no recuerda la diferencia entre un cuaderno nuevo y uno usado? El nuevo era como de un tercio del grosor del usado, además de que el color de las hojas, ese elemento tan delgado, se tornaba oscuro por el uso. El cuaderno usado, al colocarlo sobre una superficie, desplegaba esa forma de abanico. Y era tan fácil pasar las hojas en el cuaderno usado, además de sabroso ese ruido característico que hacía cada hoja al pasar de un lado al otro. Se podía ver, aparte de leer, lo que se había escrito. Tenía un volúmen, un tamaño y un peso el conjunto de las palabras puestas en cada cuaderno, independientemente de lo que expresaran.
Hacer un examen… Había que llevarse las hojas especiales para tal ocasión, y había que tener la previsión de cargar suficientes en caso de que hicieran falta. Cada error de cálculo o duda era remediado con un borrador. Habían de todos tipos, colores, tamaños e incluso olores, pero nada como los NATA de Mayka. Y con cada acción de borrar, se iba cambiando la condición de la hoja: su color, grosor y hasta el sonido que hacía. Precisamente ese cambio que sufrían las hojas al ser escritas y/o borradas era lo que evitaba que uno se llevara una «escrita» al exámen, ya que se notaría de inmediato.
En fin, que el escribir no era sólo un tema de inspiración, sino una pleyade de sensaciones que se tenían prácticamente por todos los sentidos. Seguramente muchos dirán que el gusto no es un sentido involucrado, pero quien haya tenido la necesidad de tragarse un pedazo de papel que por pura casualidad le haya caído en la mano durante un exámen, con toda seguridad supo a lo que sabía la combinación de papel y lápiz…

Obviamente el avance de la tecnología y la posibilidad de su uso por todos ha ido impulsando la sustitución de la escritura a mano por el uso de computadoras y todos los dispositivos que tenemos a la mano hoy en día. Y esto ha cambiado también las incomodidades que trae el escribir por mucho tiempo a mano, por las que se generan por el uso constante de los dispositivos modernos. Así, aquella preocupación por la separación de las palabras, por escribir derecho y dentro de un margen cambió por el contar con conexión constantemente para poder publicar en las redes sociales lo que se está generando. Algo similar sucede con las máquinas de escribir. En mi casa las hubo de muchos modelos, desde la «portátil» que necesitaba de mucho músculo para imprimir en el papel cada letra requerida, en un acto casi de tortura tanto de quien escribía como de la hoja que se usaba, hasta las mas modernas, como aquella que permitía escribir una línea en una pantallita electrónica, que luego de ser revisada y corregida se le daba a una tecla, y como por arte de magia, como usada por un alma en pena de un taquígrafo, procedía a escribir sola la línea en el papel. Al final, el resultado era casi el mismo, ya que también esas máquinas cambiaban las características del papel, permitiendo sentir cada letra en relieve invertido, convirtiéndose en un documento único. Definitivamente, todo cambió.

A menudo siento que se me está olvidando escribir a mano. Eso es algo como montar en bicicleta, pero al intentarlo, la mano duele, los dedos tardan en acostumbrarse al agarre del lápiz, y casi que se puede escuchar el chirrido que produce la mano al tener tanto tiempo si ser usada para tan hermoso fin. Por ello, y pensando en las más de 15 mil visitas recibidas a este blog, decidí comenzar a escribir cada artículo a publicar a mano, comenzando por este mismo. La experiencia de ver no sólo como surgen las palabras producto de la inspiración, sino como se va transformando ese papel, como se puede pasar la mano sobre las palabras y sentirlas, hace que se quiera más y más. Por ello, espero poder seguir escribiendo como hasta ahora, y dejando, físicamente, este legado que espero que algún día mi hija pueda disfrutar leyéndolo tanto como lo hago yo escribiéndolo.

Gracias a todos los que dedican parte de su tiempo a leer lo que me permite hacer la inspiración. Siempre será un gusto escribir para ustedes, que es escribir para mí.