Mucurubá es un pueblo que se encuentra como a una hora de Mérida (Venezuela), por la vía hacia el páramo. Todos los años, el 8 de diciembre, se celebra lo que se conoce como «las velas de mucurubá», en celebración al día de la Inmaculada Concepción, que es la patrona del pueblo. Por ello, y por lo general, la gente planifica para ir ese día y presenciar el espectáculo, que resulta realmente increíble, ya que se encienden mas de 17 mil velas, y se ve que no se apaga ni una, a pesar del viento. Como espectáculo, es realmente impresionante y recomendable para presenciarlo.

Un año, mientras estudiaba en la Universidad, conocí a una muchacha muy agradable, y a la cual comencé a cortejar. Fué cerca de diciembre de ese año. Con ella, salí, fuimos a comer helado, al cine, y fuimos profundizando en nuestra relación. Por aquellos días, formaba parte de un grupo de amigos que teníamos el vicio del automovilismo (aun lo tengo, pero mis amigos estan dispersos por todo el país), por lo cual nos veíamos religiosamente una vez por semana, en los «miércoles racing», para hablar de los últimos acontecimientos, tanto personales como del mundo del automovilismo, y por supuesto terminaba en unos piques en alguna parte de la ciudad. Por esa época, le rendía culto al carro, el cual tenia preparado para cualquier eventualidad relacionada con la velocidad. Andaba yo en esos días en un fiat uno de la casa, y cerca del 8 de diciembre, a la chica a la cual cortejaba se le ocurre decir que le gustaría ir a las velas de mucurubá. Mejor oportunidad imposible! nos iríamos temprano, llevaríamos seguramente una «canelita», y bueno, el regreso sería tarde… Así que rápidamente le respondí que yo siempre había querido ir, y que no había problema en que fuéramos. Me preparé con mi amigo Leo para la ocasión, y fuimos en lo que en esos días se denominaba un «dos pa’ dos».
Previendo que es mucha la gente que sube de Mérida, nos fuimos temprano, a eso de las 3 o 4 de la tarde. A pesar de ser un tramo de no mas de 45 minutos, por la gente subiendo llegamos alrededor de las 6 de la tarde, cuando aun había sol. Nos tocó pararnos en frente de una casita al lado de la carretera, como a 5 kilómetros del pueblito, donde generosamente unos niños del páramo, con sus cachetes rosaditos, nos dijeron que nos cuidarían el carro. Lo dejamos y subimos confiados (de que me cuidarían el equipo de CD, que en esa época no era tan común como ahora, así como las cornetas y sobre todo los bajos con los que daba movimiento a mis intestinos a diario) hasta el pueblo. Llegamos y fuimos testigos de la preparación, viendo como terminaban de colocar las velas. Mientras paseábamos (yo agarrado de la mano con mi invitada, a pesar de no haber formalizado nada), buscando entre la gente un lugar para presenciar el acto central del encendido de las velas, nos conseguimos a un grupo de los amigos «racing», donde estaban: nevera, conejo y peloe’rata (cada uno con su respectiva pareja), y algunos invitados mas que los acompañaban. Nos incorporamos al grupo, y disfrutamos, literalmente hablando, la velada. A las 8 en punto comenzó el acto. Salieron de la misa, encendieron los fuegos artificiales, y encendieron las velas. Pasado todo, uno se acerca y agarra una vela, que le queda como souvenir para ser utilizada en caso de necesidad (creo que la mía la gasté entre los cálculos,servomecanismos, y su laboratorio), y seguimos echando broma y disfrutando de cualquier cosa que mitigara el frío. Al rato, Nevera, que si no recuerdo mal andaba con su mamá, decidió bajar a Mérida antes de que saliera todo el tropel de gente, lo cual hacía que el viaje durara 3 o 4 horas. Seguimos gozando, hasta que en algún momento, pelo (e’rata) se dió cuenta que no tenía la llave del carro. Por supuesto que decidió bajar a ver si la había dejado en el carro. Quedamos pendientes pero seguimos disfrutando. Al rato regresó con cara de tragedia, y nos dijo: «el carro no está». Como Pelo era muy echador de broma, le exigimos que no se pusiera con eso, que no era momento, y el volvió a decirnos, con mas decisión, que era verdad, que su carro no estaba. El carro de Pelo era un fiat nosequemodelo, viejito, arreglado «racing», pero definitivamente no era lo suficientemente atractivo para robarselo. Solo alguien que lo conociera bien podia decidirlo, ya que lo único muy bueno que tenía era el motor (de hecho, Conejo un día, por querer hacer una gracia con el carrito, le reventó los satélites y planetarios de la transmisión…). Por supuesto que de inmediato, como era costumbre cuando a uno de nosotros le pasaba algo, y mas con su carro, bajamos corriendo donde supuestamente había estado parado el carro. En el camino pude verificar que el mío aún estaba allí, ya que el carro de Pelo estaba mas abajo. Llegamos y vimos que donde el decía que había estado el carro, efectivamente, no estaba. Su esposa afirmaba que era verdad, que allí lo habían dejado, y Pelo incluso mostraba que estaba la piedra con la cual había trancado el carro (ya que no le servia el freno de mano), pero definitivamente el carro no estaba. Yo me preguntaba: «y quien habrá decidido llevarse ese piazoe’carro?», y creo que todos nos preguntabamos lo mismo. Finalmente, la conclusión a la cual llegamos era que alguien había subido a pié, y que bajando vió que el carro tenía la llave pegada, y decidió agarrarlo para hacer el viaje mas cómodamente. Aprovechando que la noche era clara, y que aún el tráfico no era tan tupido, decidimos emprender una pesquiza y recuperar nosotros mismos el carro. La esperanza era conseguirlo bajando, interceptarlo, someter a los ladrones, quitarles el carro, caerle a coñazos, y bueno, ya el destino diría que mas hacer. Dadas las circunstancias, el carro mas cercano y en mejor posición para salir de inmediato era el mio, por lo cual subí corriendo a buscarlo. Mi novel compañera tenia ojos de emoción, y en cierto momento expresaba estar realmente impresionada sobre lo que era capaz de hacer… definitivamente, recuperara o no el carro, la noche prometía!
Le di la vuelta al fiat picando caucho, y bajé a toda velocidad las 2 o 3 curvas que me separaban del sitio del suceso. Nosotros habíamos subido 4 personas, y ahora para bajar, debíamos sumarle 4 personas mas al carro. Como pudimos nos metimos. Dado que tenia experiencia en manejo a alta velocidad, y en vista de que el carro iba bien pesado, decidí darle lo mas duro que pudiera. Así arrancamos.
Pasaba cada carro que venía. En las curvas aprovechaba de aplicar la regla de que si no se ven luces viniendo podía pasar otro carro, rogando al final de la adrenalina que no se le ocurriera a alguien venir con las luces apagadas. Mientras bajábamos, la esposa de Pelo intentaba con mi celular (que era el único que tenia) agarrar señal para hacer la denuncia. Por la época y el terreno, era difícil que pudiera llamar hasta que estuviéramos mas cerca de mérida.
Pasé muchos carros. Los cauchos chillaban en cada curva. No pasaba de tercera velocidad, primero para mantener el control del carro y no recalentar los frenos, pero además porque ibamos 3 personas adelante, y mi joven acompañante iba muy pegada a mi, prácticamente encima de la palanca. Pelo me daba fuerza y me pedía mas velocidad. Ibamos preparando la acción a tomar si veíamos el carro. Mas curvas, mas carros pasados, hasta que llegamos al punto donde se empieza a ver la entrada de mérida. Paso un carro, viene un en contra que me obliga a lanzar el mio a la derecha. Suenan nuevamente los cauchos, curva a la derecha de dos, y de repente suena algo muy duro y hay un chillido estridente. El carro comienza a desacelerar, inclinado hacia adelante y a la izquierda. No tengo control y viene una curva, pero sin pisar los frenos, el carro va deteniendose. Volteo a la izquierda a ver si podía encontrar alguna razón, y lo que veo es el caucho delantero izquierdo que va rodando al lado del carro. Lo veo completico, con los rines que agarré del carro de mi tía (sin su permiso, por supuesto), rodar a mi lado mientras sigo andando. Rueda, tropieza con algo y da un salto, el impulso lo hace dar otro, llegamos a la curva a la derecha, pero el caucho sigue derecho, por lo cual lo veo caer en la profunda cuneta, que esperaba lo detuviera, pero que sirve de trampolín para verlo dar un enorme salto triple mortal, girar en el aire, casi despedirse de mi, y caer en el precipicio que separa la carretera de la entrada a mérida, y en cuyo fondo, muy profundo, fluye libre el río albarregas.
El carro termina de detenerse. Se hace un silencio mortal por unos segundos, hasta que decidimos bajarnos rápidamente para salvar nuestras vidas, ya que son alrededor de la una de la madrugada, en una curva, parado en el único canal de bajada, y en espera de que media mérida regrese, la mayoría, bajo los efectos del alcohol. «Están todos bien???» es lo que digo, mientras les grito que se bajen. Saco el triángulo de seguridad, y alguien de nosotros busca monte para poner en el camino. Aún tengo fresca la imagen del caucho andando a mi lado, mientras me preguntaba, al comienzo: «ese rin se parece a los del carro de mi Tía». Pelo hace evaluación de daño: No es tan grave. «No es tan grave???????» pienso en un arranque de desesperación, pero veo a mi compañera de jornada, que con ojos ya de excitación me mira como si fuera Michael Schumacher mezclado con Macgyver y los Power Rangers. No puedo perder el control. Me acerco y veo que en efecto, tuvimos la suerte de que caimos en la plancha protectora de los discos de freno, y que solo eso había sufrido. De todas maneras, hay que esperar a ver si hay mas daños. Me imagino llamando a mi papá para contarle. La escena me espanta. Pienso que le voy a decir a mi Tía cuando me pregunte por sus rines. No se me ocurre nada. Mientras todo eso pasa por mi mente, la esposa de Pelo logra contactar a transito y pone la denuncia. Llego al borde del precipicio. No hay señales de nada. Medio meneo el monte, pero al pisar me doy cuenta que ni piso hay, es el monte muy alto lo que veo, y ni se escucha el río abajo. «Ese rin se perdió», pienso mientras me estremezco, no sé si por el frío o por el peo que me van a formar. Transito envía una grúa. Llega el resto del grupo que quedó arriba, con lo cual se reinicia la búsqueda del carro de Pelo. Levantan el carro, y decido llevarlo a la casa de Pelo. Luego de dejarlo, y con el sol ya a cuestas, me dan la cola para dejar a mi compañera de aventura, quien se despide con un beso grande y profundo, tentador y retador. Pero el carro de Pelo no aparece, y hay que seguir la búsqueda. Me voy en un grupo, mientras Pelo anda en otro.
No pasa mucho cuando nos reencontramos. La buena noticia es que apareció el carro completo, sin problema. Cuando Nevera bajó (a Nevera le decíamos así, porque era como ver una nevera: gigante, blanco y cuadrado. De hecho, una de las «gracias» de Nevera era levantar uno y creo que hasta dos o tres «pacas» de cemento con los dientes…), de repente se encontró detrás del carro de Pelo. Al sacar cuentas y estar seguro que lo había dejado arriba en Mucurubá, decide interceptar el carro y recuperarlo. Lo pasa, se atraviesa, y se baja en forma amenazante. Los que lo llevaban, efectivamente, se lo habían llevado porque andaban a pié, y lo consiguieron con la llave puesta en la puerta. No oponen resistencia y le entregan el carro. Nevera le da el suyo a alguien de los que lo acompañaban, y se lleva el de Pelo a su casa, para avisarle al otro día. Se informa en tránsito y en PTJ que ya había aparecido el carro. Queda Pelo feliz, y yo con mi carro parado.
Revisamos el fiat mio, y efectiva y milagrosamente no le había pasado nada. Le pusimos el caucho de repuesto, y listo. No hizo falta mas para que siguiera funcionando perfectamente.
De la chica que me acompañó, creo que nos vimos un par de veces más, pero no se concretó nada al respecto. Le regresé los 3 rines al carro de mi Tía, y le dije que uno se había dañado y que lo estaban arreglando. Un tiempo después, armamos una operación de rescate, con Chicho, Pelo, Ramón Chen y Pura Papa para buscarlo. Compramos muchos metros de cabuya. Hicimos rapel hasta donde pudimos. De vaina no nos matamos en caída libre, o picados por una araña o una culebra, pero el caucho no apareció. Lo dimos por perdido.
6 u 8 meses después, me dijo Chicho que había visto en los llanitos de tabay un rin igual al mio. Armamos la excursión a la cauchera, plata en mano, a ver si era el mismo, y milagrosamente lo encontramos. Claro, el caucho había pasado a la historia, pero al menos podría recuperar el rin. Pagué no recuerdo cuánto, y cámara en mano registramos el momento en el cual recuperaba el rin, y se daba por cerrado el caso del robo acaecido en las Velas de Mucurubá.
Tiempo después me enteré que a mucha gente le pasaban accidentes extraños bajando de las velas. La razón, que los tiernos niños del páramo (o alguien mas muy perverso), le aflojaban las tuercas a los cauchos de los asistentes al evento. Así que si algún inocente lector decide ir a las Velas de Mucurubá, por favor asegúrese al regresar que todas las tuercas del vehículo en el que haya ido estén apretadas en su justa medida…