Tenía no mas de 11 años y hacía poco había hecho mi primera comunión, pero la verdad es que aparte del Credo, el Padre Nuestro y el Ave María, no recordaba mucho mas. Un compañero de clases y muy amigo mío vivía en Pampan, un pueblo cercano de donde yo vivía. Regularmente me iba los fines de semana a pasarlo en casa de Tomás, y en una de esas oportunidades me dijo que debía acompañarlo porque su abuela lo había pedido que fuera al Rosario que le rezarían a algún familiar recientemente fallecido. No tuve problema, además de que tampoco tenía escapatoria, y lo que pensé es que sería suficiente con sólo estar presente, y de ser muy necesario rezar el Padre Nuestro o el Ave María. No sabía (ni lo sé hoy en día) cuántos Padres Nuestros y Ave Marias son, y mucho menos el orden, pero si soy bueno siguiendo la corriente. De hecho, en esos pueblitos era costumbre “contratar” a alguien para que rezara El Rosario, con lo cual se garantizaba que se hiciera de manera correcta.
En una de las calles del pueblo estaba la casa verde donde sería El Rosario. En el zaguán habían arreglado las sillas, todas contra la pared en el espacio cuadrado, y en medio de una de las paredes había una especie de altar, otras dos sillas hacia la esquina estaba sentada la abuela de Tomás. Nosotros llegamos y nos sentamos cerca de la señora, como dos sillas a partir de la esquina, de manera que quedábamos diagonal a ella. Luego de unos minutos de silencio, se sentó a mi lado un viejito muy típico del lugar. De repente la señora se volteó hacia donde estábamos y mirándome a los ojos me increpó de manera fuerte a que comenzara a rezar El Rosario. Yo me quedé estupefacto ante la solicitud, pensando qué iba a hacer. Por un segundo me dije que seguro me confundía con alguien, y que Tomás me rescataría, pero pasaron unos muy largos segundos y la señora me seguía mirando fijo y me gritó que era conmigo! Que para que había ido si no era a rezar El Rosario, y que comenzara! Me la quedé mirando, y sentía todas las miradas posadas en mi. No tenía mas opción, así que literalmente me encomendé a Dios y comencé: “Padre Nuestro que estás en el cielo…” y de inmediato me volvió a gritar la señora diciéndome “no, usted no! El viejo vagabundo al lado suyo que lo trajimos pa que rezara y está ahí sin hacer nada!”.
Resultó que para comenzar la abuela de Tomás tenía desviada la mirada, de manera que en realidad se estaba dirigiendo al señor a mi lado pero yo veía que era conmigo.
Ese ha sido uno de los sustos más grandes de mi vida, y sin embargo, como ha sido mi actitud desde esos días de mi niñez, pues afronté la situación y me lancé a rezar un Rosario que no sabía cómo hacerlo, y mucho menos cómo terminaría esa aventura, pero estoy más que convencido por las cosas que he vivido, que a quienes enfrentan con buena actitud las circunstancias siempre les va bien.