Guerra a la Esperanza (pero no ganarán!)


Recuerdo cuando en la universidad anunciaban las visitas de las empresas que iban a reclutar gente. Las grandes iban y los mas avanzados, quienes buscaban pasantias, tesis o simplemente trabajo, llenaban las planillas para ser entrevistados. Sólo los mejores eran elegidos.
También recuerdo cómo celebrábamos cuando algún amigo entraba a trabajar en Intesa, PDVSA, sidor o cualquiera de las empresas básicas de guayana, donde en particular había mucha relación con la Escuela de Ingenieria de Sistemas. Y gran admiración se tenia también por aquellos que lograban entrar a la universidad como Profesores, o los que por algún proyecto terminaban trabajando en, por ejemplo, el IVIC.
Ahora, no existen las empresas básicas del estado; tampoco están todas aquellas empresas que iba a reclutar personal, y las que quedan, por experiencia propia, no necesitan salir a buscar los mejores, ya que les llegan miles de CV a diario de todos los que egresan de las universidades, en ese periplo temporal mientras logran irse del país (ambos); PDVSA… Ya ni procesa petroleo, básicamente por la destrucción voluntaria de todo cuanto la componía; las universidades pasan por uno de sus peores momentos, en el que el valor de un Profesor equivale a unas milésimas de militar; y el IVIC, ahora oficialmente condenado a muerte.

Miles de profesionales buscan como sobrevivir en un país donde se desprecia la excelencia. Un país que es reconocido en el exterior por la calidad y excelencia de todos cuantos han salido de nuestras universidades y ahora generan bienestar donde les ha tocado vivir. Y, así como recursos naturales, aun quedamos aquí muchos, miles, millones de personas con todo lo necesario para sacar este país adelante.

Seguirán intentando acabar con nuestra esperanza, pero jamás lo lograrán! Los que estamos aquí seguiremos luchando por nuestro futuro, seguros de que llegado el momento, contaremos con el apoyo de todos cuantos están afuera, preparándose, aprendiendo y definitivamente listos para regresar a darlo todo, como siempre, por Venezuela.

De metas dementes


El último aviso decía «7 Km», sin embargo, veo la meta adelante. Mientras me acerco, luego de mantener el mismo ritmo de trote por todos los 7 y ya tantos kilómetros recorridos, recuerdo aquellos días en los que me tocaba bañarme sentado en un banco bajo la ducha, y me repetía «no creo que vuelva a caminar». Aquellos días fueron de mucho pensar y lamentar, y a pesar de todo, salimos adelante. Y digo «salimos», porque no fué solo que lo logré, sino con el apoyo de muchos. Mientras tanto estoy más cerca, y, de verdad, comienza a sonar la canción de Diego Torres «Color Esperanza». Los ojos se me llenan de lágrimas, porque estoy cerca de la meta, pero aún me faltan kilómetros, y, efectivamente, cuando cruzo la meta trotando, es que veo que unos metros mas adelante está el aviso que indica «8 Km». Si, es la meta, pero no ha terminado la carrera. Sigue sonando Diego Torres, y comienzo a recorrer los 2 kilómetros más difíciles desde que comencé en esta actividad.
Mientras sigo, recuerdo aquel día en que, con las muletas aguantándome, intenté llevarme el plato del almuerzo para sentarme a comer, y no pude resistir el peso y me caí. Las circunstancias me hicieron estar solo en la casa, de manera que tuve que resolver solo y pararme, recoger el plato y la comida, y sentarme a esperar que llegar el auxilio, que de paso, estaba esperando a nuestra hija, en los días más difíciles de una mujer embarazada. Siento que un poco más abajo de la cintura, de mi lado derecho, comienza a dolerme algún músculo, de esos que comencé s sentir que existían desde que estoy entrenando. El dolor se hace más fuerte, tanto que pienso en parar, pero cuando lo intento, las piernas siguen como si tuvieran vida propia. Decido aguantar, ya que total, son sólo 2 kilómetros los que me separan de la llegada. El mismo camino lo habíamos recorrido al comienzo de la carrera, pero ahora pareciera no reconocer nada. Busco puntos conocidos para saber que estoy avanzando, porque entre el dolor, que se hace más fuerte con cada paso que doy, y el cansancio, pareciera que no avanzo nada. Recuerdo cuando discutíamos la estrategia de la carrera: arrancar corriendo, caminar en el medio, y llegar corriendo; o arrancar caminando, y luego de algunos kilómetros comenzar a correr; todo con miras a terminar la carrera corriendo. Pero como todo, a última hora decidimos darle corriendo toda la carrera, confiados en el entrenamiento que veníamos haciendo. Aún me parece increíble que lo voy logrando, y a pesar de todo, hasta he pasado gente que ha quedado atrás, y me siguen rodeando aquellos que caminan y corren y caminan y corren. Pero yo no, yo he mantenido mi paso por todos los ya 8 kilómetros y tanto.
Veo la genta que viene en el canal de regreso, luego de llegar al siguiente kilómetro. Unos van con cara de tragedia, otros bien; otros, ayudando a quienes deciden darse por vencidos. Agarro dos bolsitas de agua, una me la tomo, la otra me la riego en la cabeza y cuello. El dolor no pasa, y ahora comienza a dolerme la rodilla buena. Finalmente veo el sitio del regreso, donde está el cartel que dice «9 km». Aún no llego, y de verdad ya las fuerzas me abandonan. Pero en el camino comienzo a ver situaciones que me hacen retomar el ritmo a pesar de todo. Doy la vuelta en «U», y oficialmente comienzo a recorrer mi último kilómetro. Me duele la pantorrilla, pero mientras sigo, paso por un lado de alguien que en cuclillas, pasa el dolor que se muestra en su cara. Sigo, incólume, y más adelante veo a otro que vomita, y dice «no puedo más». Un chamo apoya a otro, lo toma del brazo y le dice «coño, sólo te falta un kilómetro, no puedes abandonar ahora» y lo lleva a rastras mientras el otro dice «no, déjame, no puedo». Paso por la estación de agua nuevamente, tomo dos bolsitas más, una la tomo y con la otra me enjuago la cara. No he bajado el ritmo, y desconozco esa fuerza que ahora me empuja a pesar del dolor. Con los saltos de cada paso comienzo a ver, ahora si, la llegada, y recuerdo la película «Caída del halcón negro», cuando al final los militares corren lo que llamaron la «milla de mogadishu». Ya la meta está más cerca, y ahora si comienzo a sentir los escalofríos, pero ya estoy cerca. Intento hacer el «remate» final para correr más rápido, pero la prudencia me grita que a menos que quiera caer desmayado en plena meta, que termine al ritmo que voy. Cruzo la meta, finalmente, sin mucha gloria me colocan la medalla de haber participado, pero siento la gran satisfacción de haber cumplido la meta establecida: no llegué ni dentro ni detrás de la ambulancia!

No pretendo con esto que cuento terminar mostrándome con una «chapita» de esas que dicen algo como «pregúnteme como adelgacé». Tampoco iniciarme en el área de la publicación de temas relacionados con la autoayuda. Todo esto comenzó el 24 de Diciembre pasado, cuando después de mucho escuchar a la Internista decirme lo que debía hacer para sentirme mejor, decidí hacerlo. Cumplir con la promesa, hacer lo que debía. Jamás pensé que algún día pasaría ni por la salida ni mucho menos por la llegada de una carrera. Tampoco que me sentiría tan bien, tanto física como espiritualmente con una decisión tan simple. Muchas veces se ven las cosas de forma muy adversa, y es en esos momentos en los que hay que tomar la decisión de aprovecharlos para iniciar procesos favorables. Este es sólo el comienzo, y aún falta por ver que se mantenga el impulso en el tiempo… Por esto me había alejado un poco a la escritura, pero ya iré retomando el ritmo!

Para cerrar con broche de oro, un «antes» y un «después»…

Gracias a Jesús y a Johnny, compañeros en esta primera aventura… La meta en aquel entonces era el Caracas Rock, que ya estamos inscritos, y en el interín, los que se puedan como entrenamiento!

NOTA: Esta es la publicación 100 en el blog. Muchas gracias a quienes han leído las anteriores, y más importante aún, las que vendrán.