cadivilogía


El motorizado me esperaba afuera, listo para arrancar apenas me viera aparecer por las puertas del banco. Al llegar, tomé, por tercer día consecutivo, un ticket que, como me indicó el vigilante en la entrada, era de la serie 600. Ahora estaba identificado con el numero 614, y, buscando donde sentarme, me acerqué a la taquilla donde sabía, por las consultas de los dos días anteriores, que me atenderían. Una señora de la tercera edad pelea con un cajero mientras consigo un puesto y me siento como si nada pasara. De mis visitas anteriores sé como es el proceso, y me recorre el miedo. La cajera atiende al 609 ya, y siento que nuestras miradas se encuentran. Veo, o imagino, una muy pequeña sonrisa dibujándose en su rostro. Antes de terminar con el 609 observo que se apaga el aviso del número que atiende. Me extraña y concluyo que debe ser normal, aunque el resto de las cajas si tienen sus avisos encendidos. Al finalizar con el 609, se para, camina para un lado y desaparece, pasan unos minutos en que pienso que Carlos, mi amigo que me hizo la segunda de llevarme en moto, está afuera esperándome y seguramente ladillándose. Regresa la cajera, se enciende la luz, y llama al 610. Nadie se para. Pasan unos segundos, y llaman al 611; luego al 612, 613, y unos segundos largos después, me llega mi turno. Me cruza por la mente que era extraño que no hubiese nadie de los números anteriores al mio, y mas extraño me parece cuando recuerdo que casualmente la cajera se había parado y desaparecido. Posiblemente, al recordar la diligencia que vengo a hacer, se paró para dar aviso a sus secuaces y marcarme. Camino hacia la taquilla y al llegar suspiro. Sin decir palabra le sonrío y paso mi cédula, me devuelve la sonrisa y se dedica a buscar en la computadora.  Definitivamente recuerda a que vengo. Agarra una hoja y la mete en la impresora. Se voltea y agacha y saca dos paqueticos de dólares. Revisa uno y el otro lo regresa. Saca la hoja de la impresora, mira los seriales de cada billete de cien y los anota, momento que aprovecho para verificar que estén los 5 billetes. No pienso contarlos sino agarrarlos y cual prestidigitador, meterlos en el bolsillo mas escondido de la chaqueta que cargo. El día anterior me contaron de un par de amigos que en el estacionamiento del centro comercial del banco donde fueron a buscar sus dólares, los abordaron y se llevaron la plata y los pasaportes. Se quedaron sin el efectivo y sin poder viajar. Por eso, y por si acaso me lo pedían, aunque en los dos días anteriores pregunté insistentemente y me aseguraron que solo se requería la cédula, mi pasaporte lo tenia Carlos afuera en la moto. Si me asaltaban entregaría la chaqueta con los dolares pero conservaría mi pasaporte. Me pasan el papel, y me dice que lo firme, coloque la cédula, y la huella. Todo el mundo está viendo, o al menos eso siento. Dejo una temblorosa firma, casi irreconocible, producto del susto a que se den cuenta que busco divisas, pero también a la posición antinatura que debo adoptar para poder firmar en el pedacito de madera disponible, y a la muy corta liga que ataja el lapicero negro para evitar su robo, supongo. Entrego las hojas separadas por un gastado papel carbón. Me devuelven la copia, y viene el momento cumbre, el punto de quiebre: me entregan «las divisas». Así tal cual me las entregan, procedo a seguir el protocolo que había establecido. Las guardo en el bolsillo, paso el cierre. Medio sonrío a la cajera y le doy las gracias. Camino a la puerta guardo la cédula en la cartera, y miro a un señor de muy avanzada edad que camina exageradamente lento acercándose a la entrada al banco. Abro la puerta y Carlos al verme procede a ponerse el casco y a esperarme listo para salir. El señor se acerca y mientras por costumbre abro la puerta y espero que pase para soltarla, pienso que es una oportunidad perfecta para que me lleguen y me atraquen. Siento que pasan siglos mientras el señor termina de entrar, me volteo soltando la puerta y enfilando hacia la moto ya prendida y lista para arrancar, cuando de repente una voz profunda me dice «CASTELLANO». No quiero voltear, no puede ser que me vaya a pasar a mi, pero irremediablemente lo hago para enfrentar mi destino. Afortunadamente es Alvaro, un muy amigo de la universidad, que luego de mucho tiempo sin vernos, las circunstancias, según me cuenta en unos pocos minutos qque conversamos, nos hacen encontrarnos muy casualmente en ese banco. Termino de saludarlo y vuelo a la moto. Arrancamos y unos minutos después estamos en la oficina, donde me siento seguro.
Así pasó la penúltima etapa de este «proceso» de tramitar los dolares de cadivi para viajero. Penúltima porque en esta ciencia exacta, debe faltar la parte del reporte y Dios sabe que otra cosa por hacer. Y digo que es una ciencia exacta, porque al seguir los pasos que los expertos recomiendan, finalmente se obtiene el resultado esperado.

Al comienzo todo era duda. Las instrucciones no eran claras, pero asumí que podría realizar solo todos los pasos para lograr el resultado final. Comencé pidiendo el pasaje. De una vez me entregaron 3 copias «por si acaso». Luego, entré a la pagina de cadivi, pero no era tan fácil. Allí comenzaron a aparecer los expertos. Unos me decían que hiciera una cosa, otros, que cambiara el navegador, otros, que le rezara a san Isidro labrador. Total que seguí todos los consejos y gracias a alguno, logré generar la solicitud e imprimirla. Luego, los consejos para armar la carpeta. Que le ponga teipe encima a las etiquetas, «porque a veces no las reciben, o si lo hacen no garantizan la aprobación si se le despega una». Iba a pegar los documentos en los papeles foliados, pero me dijeron que no los entregara así, sino que los pegara y luego los fotocopiara, y que guardara los originales. Así lo hice, y llegado el día de la cita, asistí a entregar mis carpetas. Lleve un sobre con todas las copias y originales que tenía; esperé, ansiosamente, que me atendieran; al llegar mi turno, me senté y entregué mis carpetas. Las revisaron, y sucedieron dos cosas: primero que de todos los originales que llevé, me pidieron el pasaporte, el cual no cargaba por miedo a que me lo robaran o se me perdiera. Le dije a la chica que en ninguna parte decía que lo llevara, a lo que simplemente me dijo «pero si no lo tiene no se puede procesar la solicitud». Me quedé en blanco, pero de inmediato me dijo «pero vaya a buscarlo, y me lo trae de nuevo, y vamos a revisarlo todo a ver si esta todo bien». Al verificar la información, vió que el número de pasaporte no era el actual. Claro, en algún momento lo renové y nunca se me ocurrió actualizar eso en la pagina de cadivi. Al final, le dije, cual Arnold Schwarzenegger: I’ll be back (claro, no arrogantemente como el, sino muy sumisamente y con una sonrisa nerviosa en la cara). Salí, y de inmediato pensé que ninguno cadivólogo me dijo que llevara el pasaporte. Con el carro en el taller desde hace mas de 4 meses (básicamente debido a la falta de dolares para adquirir repuestos, a la ley del trabajo y a una muy mala leche), procedí a ver cómo resolvía. La solucion: una mototaxi. Pero cómo agarrar para la casa con un desconocido perteneciente a un gremio con tan mala reputación a hacer una diligencia relacionada con divisas? De inmediato me acuerdo de Carlos, amigo y compañero de trabajo con una moto. Lo llamo y de inmediato me dice que me pasa buscando. Lo espero unos minutos, al final de los cuales me veo lagrimeando por la velocidad de la brisa vía a la casa. Llego, prendo la computadora y comienzo a rogar que pueda entrar a la pagina de cadivi. Primero debo cambiar el número del pasaporte para luego imprimirla. Entro en la opción 2, como tanto he hecho en los últimos días, pero allí no está la opción para realizar cambios en los datos. «Read The Fucking Manual» pienso, y me dedico a buscar instructivos que me orienten. Carlos mientras tanto conversa, aunque mi preocupación no me deja pararle mucho. Consigo lo que busco, y aprendo que para modificaciones debo seleccionar la opción 1. Entro, realizo el cambio requerido, cierro, entro en la opción 2, verifico las planillas y están, ahora, correctas. Imprimo la pagina que necesito, no sin antes verificar que el numero sea el mismo. Saco el gancho de las carpetas, abro los huecos a las nuevas planillas, las sustituyo, verifico que todo quede bien, no desecho las planillas con el error, ya que las mismas tienen las marcas del chequeo que les hizo la joven en el banco, así que las meto en el ya abultado sobre. Apago todo, y comienzo nuevamente a lagrimear camino de regreso al banco. Me toca mi turno, no es la misma chica que me revisó las carpetas, pero confío en que no habrá problemas. Revisa todo, me pide el pasaporte, y al final, las carpetas son recibidas. Guardo los papeles que me dan como constancia de recepción de las carpetas en el sobre cadivólogo, y me regreso, 3 horas después, a la oficina. Al contar lo sucedido, todo el mundo dice «coño pero que bolas, si eso es lógico!»; o «pero me hubieses preguntado y te hubiese dado el dato». Ahora, resulta que todo el mundo es experto. Todo el mundo es cadivólogo. Y lo mejor, es que ya entré a esa logia…

Pasan los días, hasta que me llega el correo de que me aprobaron lo de la tarjeta, y los de efectivo. Espero el día y voy a buscarlos. Le comento a una compañera, así como si hubiese inventado la cura del cáncer, que me voy con Carlos en la moto, a lo que me dice, al mejor estilo de cadivilogista: «claro! Esa es la única manera de reducir al mínimo el riesgo de que te roben el efectivo…» y pienso yo «ajá! Y si no se me ocurre me jodo?»…

Ahora, todo el sistema ha cambiado. Los otrora expertos ahora no saben nada. La duda recorre las oficinas, los hogares y las mentes de todos. No se sabe que va a pasar, pero con toda seguridad, la experiencia será como el curso de nivelación y actualización para una nueva camada de expertos en cadivilogía.

Mi recomendación? No se de mala vida. Pregunte. Pregunte que todos a su alrededor sabrán que hacer para conseguir sus dólares de cadivi…