Una historia de corredor


Una de las pasiones que he tenido en la vida es correr. Aún cuando no pareciera así, pues le agarré el gusto una vez que conseguí recuperar mi vida del sedentarismo, y esta es una de las más interesantes historias de esos días, cuando corrí la Carrera de la Hacienda Santa Teresa (13K) en Venezuela.

Fueron mas de 60 kilos los que logré bajar, y que me permitieron entrar en el mundo del running. Y poco a poco, iré compartiendo algunas de las historias más representativas. Por ahora, les dejo VENCIENDO LA MONTAÑA. 

El Efecto Melamed


Recorro la ruta del tercer medio maratón que hago en el año. Como de costumbre, se me hace presente la emoción en forma de nudo en la garganta cuando lo veo. Todo plan, toda estrategia, toda duda desaparece en ese momento. Me uno a la celebración de todos los que lo ven y pasan: «vamos Maickel!» gritan muchos, excepto yo impedido por el flujo de emoción que me inunda. La emoción se mantiene y recuerdo ese camino que me llevó a estar compartiendo con él, a ese momento en que decidí aventurarme, a estar buscando, simplemente, ser como él.

Aquel 24 de diciembre del 2010 íbamos de madrugada a estar con nuestra hija en casa de sus abuelos. En la vía, bajando a Morón, siento que la vía se mueve. Luego de caer en cuenta que no era la vía, busco orillarme antes de perder el sentido. Detengo el carro, y en medio de un sudor muy frío le digo a mi esposa que estaba muy mal. El colesterol y los trigliceridos producidos por mis casi 160 kilos me pasaban factura. Luego de recuperar el aliento, decido continuar, y en esa larga ruta hasta Valera pienso, reflexiono. Pudimos tener un accidente. Pudimos perder todo. No puedo seguir como si nada. Decido comenzar de inmediato a tomar decisiones. La primera, comenzar a cuidar lo que comía. A pesar de las risas y los comentarios, paso los días decembrinos sin hacer lo de costumbre: comer y beber sin límite.
 El 24, o el 31, llega el momento en que se comienzan a hacer las promesas. Acompañado de mis dos concuñados, y mi amigo Johnny, prometemos, no recuerdo por qué, que el año siguiente estaríamos los 4 corriendo la Caracas Rock.

De regreso a Caracas, decido comenzar a hacer ejercicios. Como mil veces comencé, alentado (y muchas veces obligado) por mis padres y mis tías Aura y Sara. Cuanta preocupación de todos por esa gordura que me caracterizaba, y que ahora, finalmente, se hacia mía. Me puse mis shorts, mis zapatos de goma, y bajé al parque de la urbanización. Esa bajada, que luego medí y pude saber que era de 1,5kms, no representó dificultad alguna. Algunas vueltas en el parque, cada una de unos 300 mts, y ya me estaba sintiendo cansado. Decidí regresar por la otrora bajada, envocándola con decisión, pero a mitad de camino no pude más. Tuve que sentarme en la entrada a uno de los edificios, y llamar por transporte usando el celular. Sabia decisión el habérmelo llevado, aunque la falta de aire prácticamente no me dejaba ni hablar.
Me mantuve fiel a la dieta, y empeñado en el ejercicio. A los 4 meses ya daba mas vueltas y subía caminando, pero no era suficiente. Un día, decidí combinar trote con la caminata. Daba una vuelta al parque caminando, y una trotando. Así me mantuve como un mes más, hasta que decidí irme a conocer el perímetro de la urbanización: la cota mil. Es de esos detalles que se hacen invisibles. Años viviendo allí y nunca se me había ocurrido ir a la cota mil. Así comencé a recorrerla. Primero no mas de 3 kms entre ida y vuelta. Pensaba que dominaba las subidas, y era solo una de las de la urbanización. Las de la cota mil eran otra cosa! Domingo a domingo iba, e incrementaba la distancia, hasta que un día decidí no caminar mas. Al poco tiempo, se presentó la oportunidad de inscribirme en una carrera. La tercera valida del circuito gatorade de aquel 2011 fue mi primera carrera. Sobre esa carrera escribí en su momento (ver De metas dementes). Comencé a seguir gente que me recomendaban en twitter, como runners venezuela, soymaratonista.com y muchos más. Comencé a manejar la jerga, los detalles, y por supuesto comencé a escuchar sobre Maickel Melamed. Leí sobre el, y me pareció impresionante lo que hacía. Compartí con el carreras, y se convirtió en un ejemplo a seguir.

Llegó Octubre de aquel 2011, y cumplimos nuestra promesa de hacer el Caracas Rock. Por esos días, al final de la carrera de Unicef, discutíamos las razones por las cuales era peligroso hasta pensar si participábamos en la media maratón CAF. Argumentabamos, esgrimiamos razones por las que debíamos esperar mas tiempo, hasta que vimos que pasaba Maickel, en su entrenamiento para el Maratón de Nueva York (si no recuerdo mal). Obviamente se hizo un silencio sepulcral entre nosotros, el cual era roto por los aplausos y vítores que le daban a Maickel. Luego que pasó, no pude mas que decir «coño, el va para un maratón, y nosotros decidiendo si hacemos media maratón?». Luego de algunos minutos de mas silencio, quedamos en que ese mismo día nos inscribiriamos en la media maratón de Caf. La hicimos, y 2 años después, pasaba a Maickel, ya considerado MI amigo, en vías a finalizar mi tercera media maratón del año, logrando un nuevo PR.

Pero, que es lo que ha logrado Maickel Melamed?

Siento tanta vergüenza cuando en una carrera, dicen que darán salida a los atletas «discapacitados»… Atletas que salen antes que yo, y llegan mucho pero mucho antes que yo haciendo tiempos que ni en sueños lograría, poniendome a dudar de su discapacidad, y palpando la mía. Quienes han tenido oportunidad de correr una carrera saben lo que significa mantener un ritmo por hora y media o dos horas (nosotros los terrestres). Saben lo que significa escalar la llamada «pared», responderse positivamente la pregunta de qué se está haciendo en esa bendita carrera, o lo que se requiere para vencer la merma del rendimiento por el esfuerzo realizado y sacar energía para rematar en el último kilometro, en los últimos metros… Maickel ha pasado por eso en jornadas de 18 horas y más, para finalizar incluso celebrando, y ya planificando su participación en el siguiente evento, aun mas exigente que el que está terminando. Es una prueba fehaciente del milagro en que todos nos podemos convertir, eso si, con disciplina, esfuerzo y dedicación. Es una alarma ante esos «peros» que nos autoimponemos. Es la demostración viviente (y andante) que para lograr hasta las metas mas dificiles, imposibles, no es la fuerza, el físico, los músculos ni el equipo lo que se necesita para alcanzarlas, sino la voluntad. La voluntad y, imposible no reconocerlo, una mezcla de muchos otros factores, entre ellos los mencionados, que en conjunto y bien orquestados nos llevarán a hacer eso que cualquiera, con un pensamiento lógico y una visión cuando menos tradicional, asegurarán que es imposible.

Espero poder mantenerme como compañero de rutas de Maickel. Que a pesar de mi incapacidad, pueda alcanzarlo y, con ese nudo en la garganta, aplaudirlo para seguir en la vía hacia mis sueños. Y, para el año que viene, espero poder entrar en la liga de Maickel, al finalizar el Maratón Caf, en el cual ya me inscribí, y para el que entreno, siempre contando con el «Efecto Melamed» como guía.

LIFE’S SHORT. RUN LONGER!

Running Tips 01


Correr es igualador: al cruzarse con otro corredor no hay manera de saber cuantos kilómetros ha corrido en su vida, ni cuantos ha corrido ese día, ni de donde viene ni hacia donde va. Pero solo un saludo basta para sentirse acompañado y respetado por otro corredor.

Running is equalizer: when crossed with another runner there is no way of knowing how many miles has run in his life, neither any that has run that day, or where it comes from or where it goes. But only a salute is enough to feel the support and respect from another runner.

15 minutos por toda una vida


(Crónica presentada en el Concurso Letra Corrida: Crónicas del Maratón CAF-CARACAS 2013)

El reloj me sacaba de los pensamientos obligados. Había despertado hacía minutos, y repasaba las acciones a ejecutar. había preparado lo que me llevaría la noche anterior, así que era obligado desayunar, hidratarme y encaminarme a la gran carrera. Quería llegar a tiempo de conseguir puesto, ya que el año anterior casi me perdía la partida buscando uno. En el camino pensaba que lo importante era terminar. Terminar sin haber dejado de correr en todo el recorrido, y bueno, bajar las 3 horas del año anterior. Mi mayor temor: la subida del Helicoide. Mi fortaleza: todo el entrenamiento que había seguido rigurosamente. Llevaba todo lo recomendado, y probado. Finalmente, llegué a mi encuentro conmigo mismo.
A la entrada al parque Los Caobos, me encandilaban las luces del carro de la policía  que resguardaba a los transeúntes. Caminé por la senda hacia donde se escuchaba música, y fuí viendo cada vez más gente. Encontré el aviso de entrada para los extraterrestres que iban a correr la maratón completa, y seguí buscando la de los aspirantes. Al final, pasando los guardarropa, estaba la entrada a mi encuentro con mi historia.
Como siempre, me acompañaba mi hermano Jesús. Tanto el de la Cruz, como el que ha corrido conmigo cada kilómetro pisado. Todos nuestros planes, toda nuestra preparación, llegaba al momento en que dejaba de ser «nuestra», para convertirse en esa lucha unipersonal contra los miedos y las condiciones físicas. Luego de un calentamiento obligatorio, la adrenalina se me acumulaba mucho más allá de los geles que llevaba en mis bolsillos. Luego de los pasos obligatorios casi llevados por la acumulación de la gente a mi alrededor, entre los aplausos y la alegría pisé la línea de  salida dando inicio a esta nueva aventura.

Pasa la algarabia del primer kilómetro. Al entrar en el túnel hacia la Bolívar, como siempre alguien grita y todos respondemos. Paso una atleta sorda, a quien le traducen los gritos de ánimo que todos damos. Claro, es el primer kilómetro y los geles aún no terminan de salir por los poros. Al kilómetro 2, hay una pelea de perros que entretiene a todos los corredores. Una jauría ataca a un pobre perrito, pero no lo veo, sino que lo concluyo por los gritos de cuantos van (y me van) pasando. Entiendo que un vigilante le da una patada a alguno de los miembros de la jauría, patada que es celebrada cual acción victoriosa de la vinotinto en el campo. Viene la subida hacia el calvario. Calvario este en el que voluntariamente me metí, y llega la primera estación de hidratación. Sobrevivo a los potes y tapas tiradas, además de a las que vuelan hacia y desde los corredores. Este año nos pusieron a subir más, pero voy bien. Ya sudo, pero finalmente llego al calvario (o estoy desde que comencé a correr). Me enfilo por la Av. San Martín, y gracias a Dios voy en bajada. Es increíble ver a la gente animándonos. No por primera ni por última vez en la carrera, trago grueso y me concentro en mi respiración para ahogar la emoción previa a llorar. Por segunda vez en mi vida, estoy corriendo por donde hay caraqueños que ni siquiera han pasado, y me parece increíble hacerlo. Pienso en que nadie hubiese creído hace 2 años y tanto, y por lo menos 30 kilos más que incluso repetiría esta hazaña. Nuevamente el nudo en la garganta, pero ya paso por el hospital militar, donde se supone reposa nuestro ya expresidente. Se acerca el siguiente reto, la subida hacia la O’higgins. Sigo bien. Hago chequeo, y ya no queda ni sombra de aquel globo naranja que decidí acompañar, pero voy pasando gente. Pienso en las veces que subí aquella infinita penuria en la urbanización, y recuerdo cuando tuve que pedir que me buscaran porque no pude vencerla. Luego, mis luchas contra la subida del Marqués por la Cota Mil, que también vencí. Así que sólo debo concentrarme. Finalmente llego a la bajada. Me preparo, porque se acerca la mitad de la carrera, y debo consumir mi gel. Recuerdo: el gel, luego el agua, porque ya veo a la India que sigue a la estación de hidratación. La paso, y recuerdo las veces que caminé por aquí. Cuántas veces me paró mi Tía Sara a que caminara para ver si adelgazaba, y lo hice a regañadientes, para comerme una licuadora de panquecas escondido luego de complacerla en aquellas caminatas matutinas. Ahora voy pasando por el frente de su edificio, y subo la mirada a ver si me esta observando pasar, pero no logro detallar, debo concentrarme en la vía. Mucha gente vitorea y aúpa. Y se viene, al entrar a la plaza madariaga, el mayor de mis temores. Paso mucha gente que camina. Ya siento las consecuencias de los mas de 12k que llevo, pero me siento bien. Subo, mientras alguien grita «graseen, graseen», y logro entrar en la Av. Victoria. Victoria que recorro, y que aún está lejos. Me pasa un señor que en su espalda puso «tengo 56 años y 2 infartos y vas detrás de mi». Un golpe duro. Le pregunta un transeúnte «vas bien papá?», y pienso que la respuesta es obvia. Comienzo a dar la curva y entro a los símbolos vía los próceres. Recuerdo que por inexperto me compré unos zapatos que en la carrera pasada casi hicieron que perdiera los dedos. A esta altura ya no los sentía, pero hoy voy bien. Agotado, si, pero bien, contento y concentrado en mi meta. Veo los avisos del maratón, y me da escalofrío pensar que estoy tan cerca de mi meta en comparación de lo que les falta a los que pasan por ahí en ruta a la meta de los 42k. Pero sigo. Veo a los que vienen de regreso, y quisiera estar allá, del otro lado. Paso la estación de gatorade, y nos dan ánimo. Sigo, hasta que doy la vuelta para enrumbar al tramo final. unos minutos después, un señor que va delante de mí se desvanece. Cae como un plátano, y nos paramos varios. El hombre está ido, no reacciona, y mientras grito por ayuda, pienso que si me enfrío, no podré cumplir con mi meta. Se acercan más corredores, y vienen corriendo los socorristas. Veo que mueve la cabeza, y decido seguir. La escena es un recuerdo de que es un compromiso con altos riesgos esta aventura. No necesito mucho para volver al ritmo, ya que a esta altura mis piernas son seres independientes, gracias a Dios, que llevan vida propia. Paso la venta de CDs, y viene la bajada. La bajada que precede el penúltimo temor de la carrera, la subida de los estadios. La enfrento, me le pego a una dama que se da ánimo, pero al final la camino. Más por un efecto psicológico de «ahorrar» energía para el remate final, que por falta de fuerza. La bajada me ayuda, y entro en la Gran Avenida. El túnel me hace latir el corazón más fuerte, porque al cruzarlo, viene la meta. La subidita me pega, pero voy dispuesto a dar el resto. Y corro, corro y sonrío haciéndole caso a los avisos que recuerdan las fotos que se vienen. Y me digo «lo logré». Y ahora si se me entrecorta la respiración del remate con el llanto que me invade. Pienso en mi mamá, que estaría tan orgullosa de mí; que lo está desde donde me acompaña siempre, y en mi hija, que se pondrá la medalla con tanto orgullo. Y levanto los brazos porque se me viene la meta…

Pasada la tarde, y luego de casi desmayarme al detenerme, veo mi tiempo oficial, el cual me confirma que hice el recorrido en 15 minutos menos que el año anterior. 15 minutos que significan un cambio de vida. 15 minutos que se sumarán el próximo año a otros 15 minutos que venceré.

9 Minutos…


El himno nacional suena. Con mi gorra en la mano lo canto. No, no lo canto. Realmente un nudo en la garganta, que me genera mucho dolor, no permite que salga palabra o sonido alguno. Soy uno más entre al menos 15000. Uno más que se planteó el objetivo de llegar a la meta. La meta. Realmente pocas cosas tienen un nombre tan significativo. Plantearse una meta. Alcanzar una meta. Cruzar la meta. Anuncian que viene la salida. Entre empujones y suaves codazos de aquellos que se van abriendo camino al frente, brinco en el mismo sitio para mantenerme en forma. Mi estrategia era correr muy duro los primeros kilómetros de subida, para luego «descansar» en la bajada. El «pacer» de @soymaratonista dice «vayan a su ritmo, es muy común que los corredores que arrancan muy rápido los primeros kilómetros se fundan y no rindan el resto». Decido cambiar mi estrategia. La nueva, ir al ritmo que mejor me sienta, como me sienta más cómodo. Dan la partida, vamos avanzando cada vez más rápido para pisar la alfombra que marca la partida. Chequeo mi Ipod, listo para comenzar el conteo. Chequeo mi monitor cardíaco, primera carrera en que lo uso. Piso la alfombra en medio de la algarabía. Le doy «start» al Ipod, que inicia pero no suena la música. Inicio el conteo en el monitor cardíaco. Falla logística: la música no suena. Debo decidir si me entretengo resolviendo el tema de la música, o si me concentro en lo que vine a hacer: correr. Recuerdo, mientras pasan los que siempre corren como perseguidos por el demonio (que realmente no sé por qué no son «elites») que en la maratón olímpica nadie iba escuchando música. Por algo debe ser. Miro el monitor cardíaco, ya pasó el tiempo predeterminado y me avisa que estoy por debajo del rango que programé. Acelero el paso, me siento bien. En la semana seguí todas las instrucciones. Corrí como siempre hasta el domingo pasado, y luego fuí disminuyendo hasta el jueves, momento en que entré en el tiempo de descanso. Me estuve hidratando bien, mucha agua. Dormí mis 8 horas de rigor todos los días. Varié la alimentación haciendo crecer la proporción de carbohidrato en forma progresiva. Comienzo a pasar a los que arrancan entre los primeros, y luego comienzan a caminar. Caminar… siempre una opción en caso de que las fuerzas me fallen. Pero la última opción. La subida continúa, y sigo pasando gente. Sincronizo mis pasos con mi respiración, y decido dejarme llevar por el momento. Escucho mis latidos, y verifico el monitor. Me mantengo en el rango programado, y sudo. Sudo, y escucho los pasos de todos. Y escucho los mios, y escucho la respiración de todos a mi alrededor, y cómo sudan. Y cómo sudo. Una vez estabilizado en el ritmo, recuerdo aquel diciembre en que hicimos la promesa. Una promesa que, un día de diciembre, en la madrugada, quizás un 24 o un 31, con 4 palos encima, pues se convierte en promesa por cumplir, quizás de año nuevo. Pero aquí estoy, 2da carrera Gatorade Caracas Rock desde que hicimos la promesa. Fuimos 4, y 3 estamos en la carrera. Jesús adelante como siempre (la gacela de los andes, le digo cariñosamente y con algo de envidia). Atrás Johnny (a quien solo veía de diciembre en diciembre hasta que decidimos correr). Y yo, yo voy llegando al distribuidor para dar la vuelta. Según mis cálculos, lo peor ya pasó. Agarro agua, tomo, y sigo. El monitor se mantiene fijo, mantengo el ritmo, y el paso que me indica el Ipod es más rápido que el que tengo cuando entreno. La primera banda toca. Como no llevo música la escucho. Leí de las bandas que iban a estar, y pienso que deberían colocar un aviso para saber quien es quién, aunque no sé si lo hay y no lo veo. Sigo, la subida del distribuidor pega, y paso mas gente, pero me estuve preparando en las subidas de la casa, así que no debería flaquear ahora. Regreso a la autopista, y voy en bajada. Recuerdo aquel día en que entrenaba por la cota mil y una muchacha le gritaba a unos participantes en una carrera «Vamos, desplacen, que van en bajada, den pasos largos!». También recuerdo que en la misma cota mil, cuando cambiaba el paso para desplazar en la bajada, terminaba con unos calambres terribles, así que desplazo al paso que sé no me va a afectar. Paso otra banda, y salgo de la autopista. Hay mucha gente gritando y dando ánimo, lo cual realmente me anima. Me causa esa mezcla entre alegría y llanto. Nuevamente la garganta me duele. Pienso en quienes me gustaría ver animándome, y sigo. Parada de Gatorade, no me paro, porque llevo mi hidratación. me hago lo más a la izquierda posible, evitando los vasos, porque recuerdo que Maickel Melamed se cayó en la maratón al resbalarse con los vasos. Jah! ya quisiera tener ese empuje, esa fuerza de Melamed. Y sigo. Subida hacia el Eurobuilding, paso más gente. Hago chequeo de estado y voy bien. Me siento bien. En las subidas me sube el ritmo cardíaco, lo cual es normal, y luego se empareja. Voy bien. Entro en la Río de Janeiro, faltan 2 kilómetros, y debo rematar. Mantengo el ritmo, paso gente, y me pasan a mí. Recuerdo la carrera anterior, que a ese nivel realmente iba agotado, y ahora no voy así. Llego al elevado, y veo que hay que cruzar a la derecha. Me preocupo porque si hay que subir hacia el Rosal, tendré que sacar la energía extra del remate, pero no, damos la vuelta antes de subir (mucho antes, de hecho), y voy hacia la meta. Comienzo a correr más rápido, pero siento que viene un calambre en la parte de atrás del múslo izquierdo. Podría darle y que se reviente lo que sea, pero decido mantener el ritmo con el dolorcito presente. Es el mismo dolor de cuando le va a dar a uno un calambre en la «batata» mientras se duerme. Sigo, y metros antes de la meta me alcanza Johnny. Cruzo la meta. Lo logré de nuevo. Jesús debe estar en el punto de encuentro, y Dilué, mi cuñada, debe venir atrás. Me entregan la medalla, medio fría la cosa. Y pienso que quizás para ellos es solo una medalla más de entre 20.000, pero no para mi. Para mi es el resultado de la constancia, del esfuerzo, del apoyo de muchos. Nos reunimos y celebramos. Una más, y ya pensamos en la próxima.

Luego, el concierto. Finalmente disfruto un concierto de los Caramelos de Cianuro. Me sé casi todas sus canciones. Me da algo de pena cantar a todo gañote al lado de los chamos a quienes al menos les doblo la edad, pero ahí estamos, juntos, disfrutando del mismo concierto, cantando las mismas canciones, luego de recorrer los mismos kilómetros. Mi tiempo, no importa mi tiempo. Lo que importa es que bajé 9 minutos en relación con la misma carrera el año anterior. 9 minutos, que no es nada para cualquiera, pero la vida entera para mí. 9 minutos que incluyen 30 kilos menos. 9 minutos que incluyen haber normalizado el colesterol y los triglicéridos. 9 minutos que se convierten en la seguridad de poder disfrutar mucho más la vida de mi hija. 9 minutos que serán al menos 18 el año próximo, cuando debo estar por debajo de los 60 minutos de carrera.

Hasta ahora hemos cumplido con la promesa. Hasta ahora quiero seguir. Gracias al apoyo de @soymaratonista y de @runnersvzla, a quienes sigo desde hace mas de año y medio y que siempre han sido fuente de inspiración, el cruzar la meta se ha hecho más cómodo. Ni hablar de Maickel Melamed, quién con su constancia nos inspiró a participar en la media maratón de la CAF. Ya comienzo a entrenar para bajar ese tiempo, y la historia de cómo llegué a esa meta, esa historia merece un espacio especialmente dedicado.

A quienes aún piensan en comenzar, sólo el roce con el asfalto los mantendrá en la vía…