Esta historia comienza en uno de los momentos más difíciles y al mismo tiempo más importantes de mi vida, y que eventualmente contaré en más detalle. Estudiaba yo en la Universidad, y por cosas del destino, luego de mucho tiempo acostumbrado a vivir «a cuerpo de Rey», me vi en la necesidad de mudarme a una residencia estudantil. Gracias a la recomendación de unos amigos que vivían por el área, conseguí una habitación disponible. En vista de que no tenía experiencia en el tema (a diferencia de muchas personas ue se vieron en la necesidad de vivir en residencias, y que conocían los detalles que implicaba esa situación), le pedí el consejo a un amigo y a una amiga, en quienes confiaba que me darían una muy sincera opinión. Tenía yo en aquellos días un volkswagen gris, año 73, en el cual fuimos los tres. Era una casa que estaba justo en una vía principal, y que no contaba con estacionamiento, de manera que la opción era pararse al frente, con medio carro dentro de una zanja de las que recogen el agua de lluvia, en plane vía pública. Para entrar a la casa se debía pasar una reja, un camino que llevaba a la puerta principal, e inmediatamente después se encontraba una pequeña sala con un piso de muchos colores que conducía a un pequeño pasillo que tenía a su mano derecha la cocina, y justo al frente una ventana que precisamente era la del cuarto que iba a alquilar. Al pasar la ventana había una puerta metálica que hacía un ruido estruendoso al abrirla por el óxido en las bisagras. Luego, se bajaban dos escalones para estar en un área como de 2x2m, que sólo tenía en el centro un jergón metálico con una colchoneta. Yo ni siquiera probé la cama, sino que les pedí su opinión a los «expertos» que habia llevado, quienes asentían con la cabeza en señal de aprobación. Luego vimos el baño, que era compartido con el resto de los residentes en la casa, lo cual representaba todo un reto para mi luego de haber vivido mucho tiempo con un baño cómodo y lujoso para mi solo. Dentro del baño ni siquiera había una cortina para la ducha. Era un solo espacio que compartían un lavamanos diminuto con un espejito sobre el mismo, luego estaba la poceta y finalmente la ducha. De allí fuimos a ver la cocina, que también era compartida y muy fea, tan fea que ni siquiera pensé en ir a tomar agua. Habiendo visto todo lo que incluía el alquiler de la habitación, mientras nos alejábamos les consulté a mis expertos que les parecía, quienes sin mucha más información me dijeron que estaba bien, razón por la cual, basado en la opinión experta, en mi positivimo de que no podía ser tan malo como me indicaban mis entrañas, y en la urgencia que tenía de mudarme, confirmé que tomaba la opción.
La Mudanza
Con tres maletas, algunos libros y mi esperanza de que todo iba a salir bien, llegué aquella noche a mi nueva residencia. Como no tenía closet, la opción era mantener todo en el piso al menos mientras pudiera tener algún mueble adicional. Ya dentro de la habitación, lo primero que detallé es que la ventana que estaba frente a la cocina no tenía cortina, por lo cual la luz de la misma entraba completa a la habitación. Esto no representaba mayor problema, excepto por el hecho de que siendo una residencia estudiantil, los huéspedes buscaban entretenerse en los momentos en los que no se dedicaban a sus tareas académicas, y en el caso de mis compañeros, eran fanáticos del dominó, y ya a esa temprana hora se encontraban compartiendo justo al pié de mi ventana, alumbrados por la luz de la cocina. Gritos, piezas tiradas contra la mesa, chistes y risas completaban el ambiente. Me hice a la idea de que terminarían temprano, dado que al día siguiente tendrían que ir a clases, y me senté en la cama, de la cual salió un chirrido metálico terrible mientras me hundía en sus fauces sin que se detuviera el movimiento, que pareció infinito, hasta que practicamente mis nalgas quedaron a centímetros del piso. Y es que aquella era una cama que por lo visto había tenido mejores momentos, pero que ya su estructura estaba absolutamente vencida, por lo cual el efecto al acostarse era que uno quedaba como enrollado en la estructura metálica, acobijado por la fina colchoneta. Y, al producirse aquel terrible ruido, todos los que participaban en el juego de dominó comenzaron a gritar que hiciera silencio. Así, decidí permanecer lo más inmóvil posible, de manera de evitar desconcentrar a quienes disfrutaban del juego, aunque prácticamente con cada respiración se producía ruido y se repetía la exigencia de silencio. Entonces, prácticamente amarrado, sin posibilidad de moverme sin causar molestia, y bajo una luz como si me estuvieran interrogando, esperé que alguien me despertara de aquella pesadilla…
La Primera Mañana
En algún momento aquella noche, se acabó el dominó, apagaron la luz de la cocina y dejaron de insultarme para que no hiciera ruido, por lo cual, luego de muchos pensamientos, me quedé dormido. Como a las 6 de la mañana alguien fué a la cocina y por supuesto me desperté tanto por la poca delicadeza con la cual alguien se preparaba unas arepas, como por la entrada de aquella irreverente luz. A pesar del ruido que producía, me paré de la cama y busqué en mis maletas una toalla y mis cosas de baño. Siendo un baño compartido, tuve que esperar en fila que me tocara mi turno. No costumbraba utilizar sandalias, de manera que me puse mis zapatos sin medias.
Cuando finalmente llegó mi turno entré, eso sí, conciente de que afuera quedaba gente esperando, también, su turno. Me cepillé los dientes, y al utilizar la poceta descubrí que, como la ducha no tenía cortina, al utilizarla mojaba la poceta, por lo cual tuve que utilizar mi toalla para secar la tapa y así evitar mojarme el c… Luego, procedí a abrir la ducha, que extrañamente tenía una sola llave, y esperé que se calentara el agua. En la puerta se escuchaba a la gente en la fila, por lo cual no me sentía cómodo como para siquiera tirarme un peo que sería escuchado sin duda alguna, mientras caía en cuenta, por la falta de vapor saliendo de la ducha, que no habia agua caliente. No me quedó otra opción que darme uno de los baños más cortos de mi vida. Me volví a poner la ropa con la que había dormido, ya que por nada del mundo saldría solo con la toalla tapandome, y cuando me puse los zapatos descubrí que mientras me duchaba, se habían mojado totalmente. Con el precio de la depresión obligándome a mantener mi cabeza agachada, salí a mi cuarto para vestirme y salir.
Luego de guardar todo en las maletas, de manera que no se viera desorden en la habitación, me monté en mi carrito, que se quedó estacionado al frente de la casa, y al intentar encenderlo, descubrí que en la noche me habían robado la batería. Busqué a mis amigos que vivían cerca, y con ellos logré resolver el problema.
La Segunda Noche
Ese día me dediqué a realizar mis tareas en la Universidad, sin pensar en el momento de regresar a mi residencia. SI me preocupaba el tema del estacionamiento del carro, entre otras cosas, pero el día pasó sin mayor novedad, excepto una muy fuerte lluvia que cubrió la ciudad durante buena parte de la tarde/noche. Ya tarde, me fuí a la que ahora era mi casa. Tomé la previsión de llevarme conmigo la batería del carro, con la cual atravesé la cocina, donde ya jugaban mis compañeros un muy entretenido juego de dominó. Tratando de no pensar en lo que me esperaba, abrí la puerta de mi cuarto para encontrar una enorme sorpresa…
La oscuridad del cuarto solo era abatida por la luz de la cocina que entraba por la ventana. Con esa pobre iluminación, pude ver que algo se movía por el piso; algo grande, negro. Me asusté. Una vez que mis ojos se adaptaron a la oscuridad, pude ver lo que estaba sucediendo: dado el hecho de que el cuarto era como un cuadrado a dos escalones por debajo del nivel de la casa, con la fuerte lluvia que había caído esa tarde, se había filtrado desde un patio central mucha agua, la cual entró por debajo de la puerta del cuarto, convirtiéndolo básicamente en una piscina de unso 15cm de profundidad, de manera que lo que había visto moviéndose no era otra cosa que mi maleta más grande. Asimismo, pude ver como flotaban mis zapatos, y todo lo que ordenadamente había dejado en el piso de la habitación. De inmediato entendí la razón por la cual la cama estaba tan oxidada. Sin siquiera pensarlo entré tal cual estaba y comencé a recoger mis cosas, al menos las que estaban flotando, y las fuí colocando sobre la cama. Simplemente me acosté como pude, hundiéndome en la misma hasta el punto en el que mis nalgas tocaba el agua acumulada, y entre la luz de la cocina, las amociones del juego de dominó y mi culo mojado, el sueño terminó venciendo la depresión que me aquejaba.
Momento de tomar decisiones
Al día siguiente me desperté y vi que seguía como una isla en medio de toda el agua. Casi no me podía mover, ya que las cosas con las que había dormido podían caerse. En ese momento, tomé la decisión de que en esa casa no me quedaría más nunca! Me paré, metí algunas cosas en una de mis maletas (que afortunadamente era impermeable), agarré la batería de mi carro, y me fuí!. A partir de ese momento, comencé una de las jornadas más interesantes en mi vida.
Los amigos al rescate
Todos los días, a eso de las 5 o 6 de la tarde, me iba a visitar a alguno de mis amigos. Allí me quedaba conversando, tratando de ser útil, acompañando en momentos de estudio. Por lo general me invitaban a cenar, y ya tarde, cuando ya uno siente que molesta, preguntaba si me podía quedar así fuera en un mueble. Afortunadamente siempre me dijeron que sí, y me prestaban alguna colchoneta o un saco de dormir. Yo me iba corriendo al carro y buscaba mi «kit», que consistía en mi cepillo de dientes, pasta dental, desodorante y un interior limpio. Me daba un baño y quedaba listo para el día siguiente que, o bien repetía con el mismo amigo, o buscaba la ayuda de otro. Muchos fueron los que afortunadamente me dieron asilo en esos momentos de dificultad. Así pasé varias semanas, hasta justo el día de mi cumpleaños.
El Momento de Quiebre
Esa noche fuimos a celebrar, las que estaban por ser mis cuñadas, y yo, en un sitio de la ciudad. La pasamos muy bien, hasta el momento que salimos. Desde lejos pude ver mi carro, y de inmediato dije «me chocaron mi carrito». Resulta que, por alguna extraña razón, alguien había chicado mi carro por detrás, empujándolo contra la pared, por lo cual lo habían dejado como un acordeón. Eso ya era demasiado.
Me fuí a mi cuarto. No tenía ánimo para pedir posada, y menos en medio de esa muy fuerte depresión que me atacó. Esa fué la última noche que pasé allí. Ni siquiera dormí, sino pasé la noche pensando en lo que debía hacer. Muy temprano al día siguiente, recogí todo, lo metí en el carro, y me fuí al único lugar donde sabía que estaría seguro: la casa de mis padres. Allí estuve varias semanas al cuidado de mi mamá y de mi papá… Lo mejor del mundo!
Recogiendo las piezas
A esa habitación la llamé «El Cuarto de Drácula» por lo oscura y tenebrosa que era. Producto de la humedad, todo se llenó de hongos, incluyendo mi cara así como otras partes de mi cuerpo. Al verme en un espejo, parecía una morcilla…
Una experiencia inolvidable el haber contado con el apoyo de todos mis amigos, lo cual formó lazos que aún hoy en día, y a pesar del tiempo, se mantienen fuertes. Hay oportunidades en las cuales se deben enfrentar situaciones que ni en las peores pesadillas aparecen, y lo más importante, es que se debe aprender de ellas. Siempre se podrán resolver los problemas, es lo que siempre me decían mis padres. El haberlos tenido fué un lujo que ya hoy en día no me puedo dar, y por el contrario, ya me toca ser ese apoyo indestructible para mi hija, mis sobrinos, mis ahijados y todo aquel que lo requiera.
Sé que ese cuarto aún debe existir, y alguien más debe haberlo habitado. Cada paso que doy tiene la intención de alejarme, pero siempre estaré preparado en caso de que me toque regresar.