
Furon 3 las veces en las que busqué dominarla, separadas cada una por 365 días. Para la segunda y la tercera, fueron 365 días de entrenamiento en los cuales podría decir que mejoré, pero no logr{e mi objetivo. En estos días que fuí de paseo al Nevado de Toluca, se me vino a la mente todo ese recuerdo…
Ya había participado en varias carreras de asfalto de distancias entre 5 y 21 kilómetros, y era una rutina mantenerme entrenando para correr un maratón. Por mis carreras corridas, me sentía con la capacidad de participar en cualquiera, y estando en ese ambiente, me enteré de una carrera especial a la que muchos querían ir. Lo especial consistía en que era de montaña, en un sitio especial, la Hacienda Santa Teresa, por lo cual habían pocos y muy disputados cupos. De inmediato me dispuse a participar, para lo cual involucré a mi compañero de aventuras runner, mi concuñado Jesús. Logramos incribirnos, y el en Valera entrenaba, así como lo hacía yo en Caracas. Me sentía en excelente condición física, de manera que mi confianza era muy alta.
Finalmente llegó el día, y llegamos muy temprano en la mañana. Calentamos, pero en realidad no sabíamos con certeza a lo que nos íbamos a enfrentar. Llegado el momento, nos alineamos en la salida, en medio de ese paraje de ensueño que es la Hacienda Santa Teresa, y esperamos la señal de salida. Es en esos momentos previos cuando surgen los pensamientos que llamaría «complicados». No conocíamos la ruta, lo cual es un deber para cualquier corredor. La distancia, 13K, era extraña, pero estaba en el rango de lo que había corrido en varias oportunidades. Tenía todo mi equipo: zapatos, hidratación, tobilleras. Lo único que me faltaba era al menos un bastón, que muchos recomendaban, pero no había podido adquirirlo. De repente, reaccionábamos a la señal de salida.
Ibamos uno al lado del otro. El comienzo era plano, y atravesábamos los campos de caña de azúcar. Mucho polvo se levantaba con el paso del grupo, aún compacto, y luego del primer kilómetro pasábamos por debajo de la Autopista Regional del Centro, encaminados hacia la montaña. Seguía yo con algunas dudas sobre cómo me iría en una carrera de montaña. Coordinaba, ya por instinto, mi respiración con mis pasos. Cada 2 pasos inhalaba, cada dos pasos exhalaba. Ya pisábamos menos tierra pero aún era plano. Se veía el borde de un bosque al que nos dirigíamos, por lo cual no podía ver nada de la ruta que enfrentaríamos. Entrados en el bosque, el camino comenzó a convertirse en una subida muy ligera. Miré a Jesús, quien iba concentrado en su ritmo, por lo general más rápido que el mío. La inclinación siguió creciendo y ya se veía una curva casi en «U» adelante. Al pasarla, la subida se hizo más inclinada aún, lo cual representaba un grado de dificultad importante para mi. En plano me sentía seguro, pero por mi contextura, siempre las subidas habían sido difíciles. Jesús comenzaba a dejarme atrás, y como de costumbre le hice señas para que no me esperara. Ya sabíamos que en última instancia nos encontraríamos en la meta.
El grupo se fué esparciendo a lo largo de la ruta, aún cubiertos por el denso bosque. La inclinación se hizo cada vez mayor, pero aún manejable. De repente salimos del bosque y nos recibió un sol inclemente que descubría ante mis ojos una ruta de tierra naranja que subía en un ángulo terrible hacia un descanso, y en la vía ya se veía mucha gente. Ya me costaba no sólo concentrarme, sino incluso mantenerme de pié. Entre el ángulo de la subida, el terreno y el sol, apenas los 3 primeros kilómetros ya eran un suplicio. Miré arriba, y me dije que seguro al llegar a esa cima vendría ya la bajada, pero me equivoqué. En cuanto pié la cumbre que veía, pude ver que efectivamente venía una gran bajada que sólo era el preámbulo para otra subida aún más inclinada y de quizás el doble de la distancia de la primera que a duras penas acababa de vencer. Mis peores pesadillas se hacían realidad.
Esa primera bajada sin el bastón fué una lucha contra la gravedad, que sólo me causó algunos golpes en las nalgas, y la subida era tan inclinada que había partes en las que pude ir en mis manos y pies, casi de rodillas, y agarrándome de las piedras, ramas y cualquier cosa a mi alcance. Al llegar a esa segunda cima, se repitió la historia al ver otra bajada mayor con su respectiva mega subida, la cual afortunadamente fué la última, pero hiper difícil de dominar. Había, entre muchas piedras, una tienda donde nos dieron caramelos y algo de hidratación. Algunos estaban sentados descansando y disfrutando la hermosa vista que había hacia un valle muy verde. La señalización indicaba que se debía seguir entre las piedras, hasta que nuevamente comenzaba un sendero de tierra naranja, pero esta vez en bajada. Una bajada suave, que permitía recuperarse bajo el inclemente sol, hasta que en una curva se internó, nuevamente, en un bosque, lo cual proveía un ambiente más fresco, aunque muy húmedo. Si así íbamos a ir hasta el final, no tenía mucho de qué preocuparme. Seguí mi camino, sin saber a estas alturas de Jesús quien asumí iba delante de mí. Pasé por un pequeño río que tuve que pasar, y una curva después pareciera como si hubiese llegado al fin del mundo. El bosque se terminó, y se abrió paso una bajada infinita, con grandes surcos por donde seguramente bajaba el agua como río en los días de tormentas. La bajada era tan pronunciada que era imposible detenerse, así como tratar de controlar la velocidad. Poco a poco fuí ganando impulso, a tal punto que no era posible controlar ni el ritmo ni la dirección. A mi derecha, una caída mortal, por lo cual tenía que mentenerme en el camino. En ese momento, el bastón era la herramienta ideal…
Por mis lados pasaban otros corredores en igual predicamento al mío. Seguí bajando en unos rapidísimos minutos, hasta que pasé por un lado de una laguna de melaza, donde había otro punto de control que mostraba el camino a seguir, e indicaba que faltaban 2 kilómetros para la meta.
Regresábamos a la zona plana entre los sembradíos de caña de azúcar, corriendo sobre mucha tierra que se levantaba con cada paso creando una nube alrededor de mis pies y hasta mis rodillas. No éramos muchos los que íbamos en ese tramo y sabía que venían muchos más detrás de mí, de manera que decidí utilizar las fuerzas que me quedaban para el remate final. Siempre con mi música alentándome, me concentré en su ritmo para lograr una velocidad que me permitiera mejorar mi tiempo de carrera, e incluso comencé a pasar a algunas personas, hasta que finalmente, entre aplausos y gritos de aliento, llegué a la meta.
Luego me enteré que llegué antes de Jesús, lo cual fué impresionante, pero más aún fué escuchar las historias de la gente que no pudo ni siquiera terminar, o los que terminaron detrás de mí. Muchas veces uno no cree de lo que es capaz, y experiencias como esta le dan a uno asidero. En las sucesivas mejoré mi tiempo, pero siempre fué un reto inmenso. De lo que he aprendido de correr, lo importante es el siguiente paso que se dá. No importansi es más rápido, más técnico o el de llegar a la meta, sino lo importante es darlo, uno a uno.
Actualmente busco retomar ese ritmo, no de carrera, sino de compromiso tanto conmigo como con la vida. Hay tantas razones por las cuales no intentarlo, que uno se queda paralizado ante tal abrumación. Pero es quizás una sola razón la que impulsa a lograr los objetivos que se plantean, como es sentirse bien con uno mismo, sabiendo que se hace lo necesario.
En Venezuela intenté en un par de oportunidades completar un maratón, pero por distintas razones, o mejor dicho, por una misma razón como es más preparación, no lo logré. Ahora, me planteo completar ese sueño, como lo es cruzar la meta de un maratón, para lo cual aprovecharé las oportunidades que se presentan acá en México. Yo podré ir contando de las experiencias pasadas, como de estas nuevas.

