Por: Fernando J. Castellano Azócar
Aún recuerdo esa entrevista. Buscaba yo un Ingeniero de Servicio, y ese día llegó uno de los candidatos para su entrevista. Al recibirlo, su corbata entró adelante con toda su actitud. Le di la bienvenida e invité a sentarse al otro lado de la mesa, donde con una seriedad y seguridad inmensas sacó su agenda, la abrió y colocó perfectamente alineada en la mesa; sacó su computadora, la abrió y encendió; sacó su bolígrafo, lo destapó y colocó en el medio de su agenda, colocó sus brazos sobre la mesa y me dijo: “adelante”. Me lo quedé mirando con ganas de reirme, y alcancé a decirle: “estamos claros que quien viene a la entrevista eres tú, verdad?”. Una vez iniciamos, él se dedicó a explicarme en perfecto detalle toda su experiencia en el área de las telecomunicaciones. Me comentó de los proyectos que había ejecutado, y hasta me mostró las fotos de los trabajos que me mencionaba, donde pude verificar su dedicación y excelentes resultados.
Luego de unos 45 minutos escuchándolo, tuve la oportunidad de interrumpirlo y darle las gracias por su presentación, y no pude más que decirle que dado su nivel de especialización, estaba sobrevaluado para el cargo que tenía, y que con todo gusto lo llamaría si se abría alguna posición que se ajustara tanto a su perfil como a lo que entendía sería su expectativa salarial. De inmediato fuí testigo de la transformación instantánea del candidato. Me dijo que desde hacía tiempo trabajaba como “freelance”, y que no todo el tiempo habían proyectos en los cuales lo contrataban, lo cual se convertía en un problema para poder mantener a su familia, y que necesitaba un trabajo estable, por lo que estaba dispuesto a aceptar las condiciones que le propusiera con tal de entrar en la empresa; me pidió que le diera la oportunidad, que no me arrepentiría. Luego de algunas otras entrevistas, decidí tomar el riesgo ya que me había gustado, por una parte, su perfil técnico, y por otra tanto su actitud como su sinceridad. Y a pesar de momentos difíciles como los que todos tenemos en la vida, no me arrepiento de la decisión tomada.
Son muchas las oportunidades en las que, a diferencia del caso recién expuesto, vemos esa transformación pero al revés, en un tiempo mayor y sin compromiso alguno. Por lo general al momento de la entrevista se enfrenta uno a candidatos que son como Rambo: dispuestos a todo, sin importar nada; a viajar, a enfrentar situaciones adversas, a darlo todo aún a cambio de un sueldo que no cubre sus expectativas (y quizás necesidades). Pero todo cambia luego de tener algún tiempo de contratados, cuando surgen las verdaderas personalidades. En ese momento, no antes y menos en la entrevista, vemos como la gente parece recordar que tienen familia, que la paga no es suficiente, que la empresa no es lo que esperaba, y se genera la decepción.
Se puede entender que para obtener un empleo se exageren un poco, pero solo un poco, las cosas, y se espera que la ejecución del cargo se haga de acuerdo a esa actitud mostrada en el momento de la entrevista; pero lamentablemente no es la situación general. Así, se pasa de la frase “yo soy el ideal para el cargo” a “bueno, pero yo tengo vida y familia”. Por ello, para no mostrar un alto grado de incongruencia laboral, la actitud con la que debemos trabajar debe ser la misma con la que conseguimos el trabajo.


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