Motores Invisibles


En mis días de adolescente siempre había una razón para ver el motor de cualquiera de los carros de la casa: había que verificar que tuviera agua, o medir el aceite, e incluso uno tenía lo que en aquel entonces me explicó mi papá que era una falla de origen, por lo que el motor de arranque de repente dejaba de funcionar y ya teníamos uno de repuesto que, como era una camioneta y cabíamos por debajo sin tener que levantarla, procedíamos a cambiarlo así tipo fórmula 1. También era casi obligatorio que al momento de llenar el tanque de gasolina se revisaran todos los niveles, y ni hablar del momento en el que debíamos salir de viaje, para lo cual se procedía a medir todo lo que pudiese ser medido y así asegurar un viaje sin problemas.

Luego tuve la oportunidad de tener mi carro propio, un Volkswagen Beetle año 1973, que con lo que había aprendido lo primero que hice al recibirlo fué desarmar el motor para limpiarlo, con el único problema que no tuve la menor idea de cómo armarlo, por lo que mi papá tuvo que contratar un mecánico para que lo hiciera, lo cual terminó convirtiéndose en un curso acelerado de mecánica alemana, razón por la cual por lo general yo era quien se encargaba de todo. E igual siempre había que revisar el platino (hasta que le puse encendido electrónico), la correa del dinamo, etc.

Pero hoy en día me impresiona como se han vuelto invisibles todos los temas relacionados con la mecánica de los carros. Prácticamente la única vez que le veo el motor es cuando lo llevo a hacerle servicio que como parte del proceso de entrega me muestran que quedó limpio, porque de resto no tengo ni la menor idea de si necesita agua, que de hecho creo que no usan porque al menos yo jamás los lleno; del aceite, pues jamás me he tenido ni siquiera que preocupar si tienen o no, y así con el resto de las cosas. Escasamente aire en los cauchos de vez en cuando, al ver que ya es absolutamente necesario. Y eso me parece tan extraño, pero a la vez tan cómodo. Cada cierto tiempo llegaba el momento en que se debían pintar los carros. No era un problema de un choque, sólo que ya era el momento de pintarlo. Y dígame de hacer el motor!!! Ahora que lo recuerdo era algo que se me hace anormal el que regularmente se tenía que revisar el motor, y había que cambiar las válvulas, los anillos, los taquetes, la bomba de aceite o la de agua, pero ahora nada de eso es tan siquiera una preocupación.

En estos días el carro tenía como un sonido en alguna parte y se me ocurrió acostarme y revisarlo; del susto me paré y rogué a Dios que se encargara que no fuera algo grave, porque lo que ví fué… NADA! No había nada sino una plancha que cubría toda la parte inferior, de manera que tuve que asumir que por encima de ese elemento se encontraba la razón por la que en viejos tiempos uno se refería a algo muy feo como “peor que carro por debajo”.

Con el avance de las tecnologías ya es un hecho que existen los que efectivamente se mueven sin contar con un motor, un hecho sencillamente imposible de considerar en aquellos días en los que aprendí que para cambiar las bujías, no se deben quitar todos los cables al mismo tiempo, lo cual requirió, nuevamente, la asistencia de un mecánico para arreglar el entuerto que había causado. Parte de los cambios que muchas veces se nos hacen invisibles, como pareciera que ahora son los motores.

El lugar anhelado


Hay momentos en los que se busca una mirada, un gesto o una palabra para lograr encontrarse con uno mismo. Se suspira, se mira al cielo, pero no se encuentra lo que se necesita.

En estos días se hizo viral un video publicitario de un bebé que llora y llora hasta que lo toma en sus brazos un caballero a quien le transplantaron el corazón de la madre del bebé. Eso me hizo pensar en lo que realmente busco en esos momentos de angustia, recordando las veces que en medio de mis problemas busqué la paz en mi casa materna, con mis padres.

En algunas oportunidades se venía el regaño por haber hecho algo que creó la situación; luego el consejo y la consolación. En otras, la mirada fija pero con ese «no sé qué», o el abrazo, la toma de la mano, y un silencio compartido único, en el cual se transmitía todo.

No hay nada que sustituya esa cercanía, esa alineación, esa sensación. Hoy más que nunca los extraño, especialmente en tantos momentos de duda. Recuerdo sus enseñanzas, sus consejos, sus predicciones, y eso me ayuda, sin lugar a dudas. Pero en realidad suspiro anhelando tener el poder de hacerlos estar conmigo, sólo por al menos unos minutos, para renovar ese sentimiento y poder seguir adelante, tal como lo hacía cuando al final, me mandaban a enfrentar mis retos y temores.

Sé que me acompañan porque siempre los siento conmigo, pero los necesito…

matrimonio081

Muerte en el Páramo (o casi casi)


MecumMonterey2014_F54.1_Jeep_1987_Grand Wagoneer_Station Wagon 4x4_1JCN15U6HT086900_Siguiendo con mis cuentos, les dejo Muerte en el Páramo (o casi casi). De esas cosas que suceden y que parecen mentira, pero que sí son muy ciertas. Parte de muchas experiencias familiares en los viajes que hicimos, y que iré compartiendo en este espacio.

 

Fernando Castellano Azócar