Desde que se es muy pequeño, desde siempre, me atrevería a decir, se celebra el día de la Madre. Esto, en mi caso, significa que desde que tengo memoria recuerdo los momentos en que para este día, salíamos mi hermano, mi papá y yo, en un ejercicio de complicidad, a buscar el regalo para mamá. Esto se combinaba con los eventos escolares, donde, por ejemplo, un año mi mamá se molestó muchísimo, porque una maestra hizo que nos compraran pinturas y lienzo, y resultó que ella pintó no-se-cuántos cuadros para que cada uno le regalara a su mamá; Un recuerdo que creo jamás olvidaré, fué cuando le regalamos a mamá su tan deseado juego de té, fabricado en plata. Realmente nunca lo utilizamos, pero siempre ocupó un lugar especial en la casa, y estoy seguro que esto obedecía más que a su valor monetario, y a lo bonito que era, al hecho de que se lo habíamos regalado nosotros (claro, mi papá seguramente pasó muchos años pagándolo). En la medida en que fui creciendo, obviamente las cosas fueron cambiando con respecto a este día, aunque la emoción de sorprender a mamá siempre fué un motivo para no perderse de la casa. Eventualmente, cuando me fuí a la Universidad, regularmente iba a la casa el fin de semana del día de la madre, o mi mamá iba a donde estaba yo, excepto por una vez, que recuerde, en la cual mentí para no estar en la casa, pero fué debido a que esa era la oportunidad de oro para visitar a una muchacha que casualmente cumplía años ese día, y como estaba en los movimientos iniciales de llamar su atención, decidí darle la sorpresa de llegar a visitarla en la ciudad donde vivía, ese día. Afortunadamente, el esfuerzo valió la pena, ya que esa muchacha es, hoy en día, mi esposa.
Quizás todos pueden pensar e incluso sentir lo mismo, pero siempre sentí que tenía una relación muy especial con mi mamá. Siempre me habló de manera especial, tanto que hoy en día llego a la conclusión de que, aunque suene extraño, sabía lo que iba a pasar en el futuro. Todos sus consejos, todos sus empeños (que por cierto la mayoría no entendía y por ello no le paraba mucho), han resultado de utilidad aún hoy en día, a prácticamente 8 años de su muerte. Ciertamente, nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde, pero en el caso de mi mamá, es como más profunda la brecha aún abierta. Desde su partida, cada día de la Madre es un martirio, donde debo hacer un gran esfuerzo para no caer en una depresión absoluta. Es como que me pasaran un interruptor, donde se activan todos los momentos, buenos y malos, que compartí con ella; y quizás lo que más me afecta, es pensar en todos los logros que, precisamente, no pudimos compartir. Pero este año ha sido distinto! No es que no he sentido activarse el interruptor, por el contrario, ha sido más profundo, ya que ahora veo a mi hija, y siento que me desarmo al imaginarme como estaría disfrutándola mi mamá; pero así mismo, la veo y entiendo que es lo que siempre quiso mi mamá, y que no puede ser algo triste, sino por el contrario, una alegría, lo cual me lleva a una confluencia de corrientes, una de mucha alegría y otra de mucha tristeza.
Tantas cosas que compartimos, que me dijo, que me obligó a hacer, decir o prometer, las recuerdo hoy y las entiendo, ya que veo que es el mismo camino que debo forjar para mi hija, y me encuentro, repentinamente, con un nuevo y renovado reto que me plantea mi mamá: conducir a mi hija por el mismo camino de bien por el cual nos llevó, hasta donde pudo, ella. Y queda más que demostrado que era el camino correcto, ya que a pesar de no terminar de recorrerlo con nosotros, el tiempo se ha encargado de demostrar que su elección, como casi todas, fué la acertada. Ahora nos toca a nosotros, me toca a mí, llevar de la mano a mi hija, para que en el futuro, algún día como hoy, recuerde que el camino se comenzó a recorrer de acuerdo a las instrucciones de su abuela.
Hoy, más que nunca, te extraño mamá…