FELIZ CUMPLEAÑOS CARACAS!!!


Caracas cumple 442 años.


Hablar de Caracas, y más en estos días de aniversario, puede ser como «llover sobremojado». Sin embargo, en una ciudad como ésta, siempre habrán historias desconocidas que la involucren.
Yo nací en Mérida, y estoy orgulloso de ello. Sin embargo, siempre he tenido una gran admiración por Caracas. Desde muy pequeño, siempre había una razón por la cual venir a Caracas. Mi abuela materna vivía aquí, y la mayoría de mis ti@s también, de manera que al menos una vez al año, por lo general en diciembre, veníamos a reunirnos con la familia.
Por lo general llegábamos al Paraíso, por la Av. Páez, a casa de una de mis tías. En aquellos días, cuando se estrenaba «Anita la Huerfanita», recuerdo que iba a pié desde casa de mi Tía hasta el centro Uslar, en Montalbán. Lo hacía a pié, a veces acompañado de mis prim@s o de los amigos, a veces, muchas, solo. Por esos días vivía en Trujillo, de manera que venir de Trujillo a Caracas significaba algo extremadamente radical.
Un día aprendí a irme en bus desde la avenida Páez, hasta la Av. Baralt, donde agarraba el metro en Capitolio, y llegaba a sabana grande, todo yo solo. Conocí, en esos viajes, los cines «continuados», donde pude ver, hasta la saciedad, las películas de moda en el momento, y que, sin exageración, llegaban a Trujillo años después, donde las pasaban, en funciones especiales, en el Ateneo, ya que el otro cine que existía, como buen cine de pueblo, solo pasaba películas «no aptas para menores». Ni hablar de las visitas, obligatorias, al Museo de los Niños. Fui tantas veces, que ya las últimas me veía bien raro, porque era muy grande en comparación con los niños que por lo general iban de visita.
Los paseos por Sabana Grande eran increíbles, y ni hablar del Centro Comercial Chacaíto, de moda para el momento, y donde, si no recuerdo mal, Guillermo «Fantástico» González tenía un teatro o algo así, por lo cual era lugar común tropezarse con las deidades que veía, desde el televisor en blanco y negro, allá en Trujillo. Por lo general, cuando íbamos, siempre esperaba ver a algún famoso o famosa, y siempre lo lograba.
Por lo general, a nosotros (a mi hermano y a mi) nos compraban las cosas para el colegio o bien en Cúcuta, o bien en Sabana Grande, pero de las cosas que mas me gustaban, era el poder ver tantas jugueterías, con tantas cosas que pedir, con qué soñar. Fue un Diciembre cuando me regalaron mi «walkman», y esperé pacientemente hasta llegar a Caracas, para utilizarlo mientras caminábamos por Sabana Grande, lo cual hice al ritmo de «Gitana gitana» y «O que será», en versión de Willie Colón.
Para esos días, mi papá trabajaba como Comisionado de Ciencia y Tecnología en el estado Trujillo, por lo cual, cada vez que veníamos a Caracas, el tenía una reunión (creo que siempre vi las cosas al revés, ya que ahora se me ocurre que precisamente veníamos a Caracas porque el tenía una reunión), y en una de las oportunidades, lo acompañé a una reunión que tenía en lo que era el Congreso (hoy Asamblea Nacional), quedando asombrado por poder estar en el sitio donde se decidía el destino del país. Recuerdo que el 15 de Diciembre de 1999, mi papá había ido a una reunión, bajo un torrencial «palo de agua», mientras nosotros lo esperábamos en casa de mi tía porque nos íbamos para Margarita, pero veíamos como se complicaban las cosas en la ciudad, mientras en Vargas sucedía el deslave, pero eso es otro cuento largo que tengo por contar!
Ni hablar de las infinitas veces que fuimos a la Casa Natal del Libertador! Mi papá siempre nos habló de la historia (gracias a Dios), y estando en Trujillo, pues tuvimos oportunidad de ir, en Santa Ana, al sitio donde está la roca que conmemora el abrazo de Bolívar y Morillo; Y, por supuesto, tenía a 4 cuadras de mi casa el ahora museo, en Trujillo, donde Bolívar firmó el Decreto de Guerra a Muerte, el cual visitaba casi a diario. Por ello, al ir a la Casa Natal de Bolívar, recordaba los libros y las historias que nos contaba mi papá, lo cual nunca permitía que me aburriera, a pesar de que cada año, así como íbamos al Museo de los Niños, pues visitábamos la Casa Natal del Libertador. Recuerdo claramente como había un restaurante, por ahí al frente o muy cerca de la casa del Libertador, muy famoso hasta donde recuerdo, que se llamaba «la atarraya» o algo así, donde me comí lo que mi papá me dijo que era uno de los platos mas famosos del sitio: Pabellón con Barandas!
Los Diciembres que pudimos pasar aquí, eran mas interesantes aún, ya que los 31, la pólvora era algo totalmente increíble con respecto a lo que estábamos acostumbrados. Hubo un momento, cuando el gobierno de Luis Herrera, donde recuerdo que habían prohibido la venta de fuegos artificiales (desde ese entonces ya se luchaba al respecto), pero como por demostrar que no podía contra ese vicio, explotaron mil veces mas fuegos artificiales que cualquier año anterior (de los que yo había visto).
Mucho tiempo después, el azar me llevó a tomar la decisión de venirme a vivir a Caracas. Desde la Universidad, todo aquel que llegaba a Caracas, y por supuesto, sobrevivía, era casi considerado un Héroe Nacional! Y por supuesto, la gente, cuando iba, solo contaba las cosas buenas que les sucedían, los éxitos que les tocaban. Nadie que yo conozca contó lo difícil que es conseguir un apartamento, pagar un alquiler, etc. Pero bueno, al presentárseme la oportunidad de venir a conquistar la Capital, la verdad es que lo pensé mucho, pero al final, las circunstancias fueron lo suficientemente buenas como para aceptar el reto, así que con mi esposa, nos vinimos en pro de la conquista. Aparte por supuesto de los detalles característicos de la ciudad, relacionados con dónde vivir, cómo pagarlo, etc., la ciudad nos ha tratado realmente bien. Tan es así, que lo que no pudimos lograr antes, lo hicimos aquí, y a falta de poder declararme yo un caraqueño de pura cepa, pues la ciudad me dio una caraqueñita que ya comienza a mostrar y a demostrar que efectivamente es de esta acelerada ciudad.
Por supuesto que no todo es «color de rosa» en esta ciudad. Pero, afortunadamente, no nos ha tocado vivir, en persona, ninguna circunstancia de las tan lamentablemente típicas, y rogamos por seguir como vamos. Existen cuentos, historias, hechos que a cualquiera lo harían pensar muy bien venirse a vivir, y que cualquiera podría utilizar de combustible sólido para salir disparado, cual cohete espacial, fuera de esta ciudad, sin embargo, al menos para mí, vivir aquí tiene un «algo» especial. Quizás, para mí, es esa cercanía a la historia que tanto he leído (y aún lo hago); quizás es por eso de sentirme un conquistador más de la ciudad; quizás es por tener el potencial de disfrutar de todo aquello que nos ofrece en tantos ámbitos A veces trato de explicarlo, como lo intento ahora, y siempre, inevitablemente, llego al mismo callejón sin salida. Muchos me dijeron que estaba loco cuando decidí venirme; Muchos insisten en que estoy loco por haberme venido; Muchos me dicen que estoy loco por no irme. Pero yo seguiré, mientras pueda, atado al quehacer diario de esta ciudad que nos ha abierto los brazos. Quizás no sean los mejores momentos que viva, quizás no serán los peores, pero siempre tendré la esperanza de que cuando mi hija esté en la edad de disfrutar, como lo hice yo en mi momento, podamos hacerlo como en aquellos días, de manera de poder llevarla a todos esos sitios que eran de mi deleite. Por supuesto que los tiempos son otros, y a lo mejor, ella no esté tan interesada, pero no importará, porque sé que algún día, agradecerá, como hago yo ahora, el haber tenido la oportunidad de conocer esta cumpleañera ciudad.
Feliz Cumpleaños, Caracas!

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