Polvo en el fichero


Usando el papel de examen con un marco rojo debajo de la hoja blanca, voy transcribiendo lo que estuve investigando. Pensando en la maestra Ana Hilia, quien revisa profusamente la separación de las letras al llegar al final del cuadro, voy llenando la papelera de ensayos fallidos de la tarea que hago. En algunos casos, en la ultima línea del marco rojo, repito el error de separar mal una palabra. No hay nada que hacer, una hoja mas a la papelera, otra nueva se cuadra sobre el marco rojo, asegurándola con pedacitos de tirro en las esquinas.
Y es que el texto que transcribo también tuvo su historia. Como casi todos los días, luego del almuerzo, iba a la biblioteca. En mi caso, y si no me traiciona la memoria, era la biblioteca Mario Briceño Iragorri, ubicada a media cuadra de la casa donde Bolívar firmó el Decreto de Guerra a Muerte. Allí llegaba claro en lo que debía buscar, pero sin saber dónde encontrarlo. Todas las respuestas las encontraba en aquel ya viejo fichero, organizado en orden alfabético. Era para mi común comenzar a abrir aquellas angostas y muy largas gavetas, para dejar a mis dedos indice y medio imitar una caminata humana mientras iba leyendo títulos y autores. Algo surgía que parecía contener la información buscada, por lo cual procedía a llenar la planilla de solicitud del libro. Una vez lo tenía en la mano, me sentaba en mesas por lo general compartidas (a veces por compañeros de clase, a veces por extraños) a leer en búsqueda de las respuestas requeridas. Al conseguir la información requerida, la transcribía a un cuaderno «de tareas», para luego pasar por el proceso descrito al inicio. Y de las imágenes, se buscaba en la prensa y en revistas las que más cubrieran las necesidades, para recortarlas, o en el peor de los casos, se copiaban o calcaban de los libros. En aquel fichero conseguí muchas de las respuestas que necesitaba. Todas realmente.
Ahora, la historia es otra. Las bibliotecas han desaparecido, sustituidas por «infocentros». Quienes aún no cuentan con una computadora en sus casas con su respectiva conexión a internet, van a estos a seguir básicamente el mismo método: buscar en google (o «guglear»), terminando en el mejor de los casos en wikipedia. En mi opinión, no se presta mucha atención a los contenidos. Sobre todo a las fuentes, dando por ciertas las primeras informaciones que se encuentran. Aquel papel blanco se cambió por el «word» (o cualquiera de sus versiones gratis), y el «copiar y pegar» sustituyó la parte de la transcripción. Igualmente con las imágenes, que simplemente se copian y se insertan en los textos, quedando en la prehistoria la preocupación de si se están separando bien las palabras (se acabó la dictadura del diptongo, el triptongo y el hiato. Que de paso, si no lo «gugleo», no recuerdo como eran). Y del resultado final, nada de aquellos manuscritos que tanta dedicación requerían, tantos intentos fallidos llevaba cada hoja presentada, tantas lágrimas habian quedado en hojas arrugadas. No, ahora solo es mandar a imprimir, acto lógico y obvio actualmente, pero que en «aquellos» días era impensable ya que ni siquiera habían hecho su debut las fotocopiadoras (el «stencil» era el único medio de reproducción existente).
De aquella biblioteca, esperaría que la hubiesen convertido en un Infocentro, pero hasta donde pude conocer, se está literalmente cayendo, quizás acusada de contener el conocimiento y la historia que mantendría el recuerdo de cómo eran las cosas en los tiempos en que la palabra «revolución» era sinónimo de libertad, fraternidad e igualdad.
Aquellas fichas ya amarillas en aquellos tiempos, ejemplos excelsos de humildad y supervivencia, seguro aún llenan aquellas largas y delgadas gavetas, anhelando el paso atenuado de unos dedos habidos de respuestas. Quizás sostienen algunas mesas y sillas desvencijadas, o hacen de techo a cajas de libros condenados a morir. Aquel fichero que tanto ayudó a llegar donde estoy ahora, debe estar ganando peso producto del polvo del tiempo que lo irá cubriendo. Ojalá tenga la oportunidad de encontrarlo, y llevarlo a un sitio donde reconozcan su virtud. Ojalá pudiera tan solo limpiar el polvo en el fichero…

El pito de la desgracia


El «Falcon» verde se estacionaba bajo las sombras de aquellos grandes árboles que rodeaban la casa. Mi tío llegaba, y recuerdo aquel casco plateado que siempre estaba en la parte trasera del carro. Siempre quise usarlo, pero hasta en eso había orden. No era un juego. Me explicó que el era miembro de los bomberos voluntarios, y me contaba acerca de los procedimientos que tenían en los casos de emergencia. Era en judibana, en las vacaciones que siempre tuve la oportunidad de pasar allá. 

Recuerdo cuando en buses de la Guardia Nacional ibamos a celebrar el dia del árbol en el marco de aquellos fantásticos planes vacacionales. Los recorridos por muchos lugares, pero jamás a la refineria. Pasé mil veces por un lado y preguntaba si podian explotar esos tanques, y la respuesta siempre fue que mientras se sigueran los procedimientos, era muy poco probable que sucediera. 
Mientras escribo esto, escucho repetidamente un pito en la cancha de atras de mi casa. Me lleva ese sonido al momento en que pito en mano, el Presidente botaba a los directivos y hasta ese momento empleados de PDVSA. Nunca quise creer que ese era el sonido que anunciaba la desgracia de nuestro futuro. Muchos se alegraron. Muchos fueron «a recuperar» a PDVSA. Todos pensaron que la patria socialista se los agradecería sin siquiera imaginar que tiempo después ni siquiera un pito utilizarían para sacarlos de en medio. La gente capaz (aunque no entrenada) que conocía que estaban en la industria eran sustituidos por otros. En medio de palabras tapadas, comenzaban a salir historias de accidentes que según el gobierno y sus adeptos «jamás habían sucedido». Luego, para tapar la baja producción se inventó el tráfico ilegal de combustible. Método «hitleriano» para «tapiar» el hecho de que no hay producción por lo cual hay que buscar la solución mas conveniente. Día a día se iban escapando noticias de los accidentes que sucedían, siempre bajo la risa burlona de los representantes del gobierno, a quienes solo importaban los números de cédula de los heridos y muertos para no perder los votos en los momentos requeridos.
Hoy, el soplido de aquel pito finalmente se hizo presente. Las casas de aquellos a quienes expropiaron quedaron sin techo. El árbol que sembré en la comandancia de la Guardia Nacional se volvió cenizas, así como los sueños de quienes allí estaban y de sus familiares. El vocero del gobierno alcanzó a decir que «la mayoría de las victimas era Guardias Nacionales» como si eso nos hiciera respirar tranquilos. Ordenan una investigación que tendrá el mismo resultado que la de Danilo Anderson, y todo acabará con un acto en cadena nacional acusando al imperio por el atentado, que es exactamente igual al del juego «mercenarios»
Esperemos que el soplido de aquel pito sea anulado por los vientos de cambio. Esperemos que esas victimas de la indolencia no hayan muerto en vano. Espero que alguien como mi tio vuelva a usar aquel casco plateado solo en la parte trasera de su carro.

Hoy voy a soñar con tu sonrisa


El aire vibra, al pasar por tus cuerdas
La piel se me eriza, cuando mi mente recuerda 
Cuantas veces te vi sonreir
Sin saber que de repente te me ibas a ir
Al menos siempre disfrute con tu estruendo
Creaste momentos que siempre recuerdo
La luz de tus dientes siempre me ilumina
Me anima, me arruya, es la que me dio y me da vida
Cuánto extraño escucharte riendo
Retumba entre mis sienes el silencio sin tu estruendo
Un día como hoy entendí que se iba
Que no la tendría mas, que tu silencio me envolveria
Que solo en mis recuerdos tu risa quedaría
Y ahora me toca contarle a tu nieta de toda tu vida
Y entonces sucede un dulce milagro
Su risa, sus gestos, remedan tus actos
Y así como tu, genera un estruendo
Haciéndome ver que aun aquí te tengo
Hoy desperté y recordé tu partida…
Hoy voy a soñar con tu sonrisa