Las intermitencias de la muerte


El título de este artículo es copia fiel y exacta del título de uno de mis libros preferidos, obra excelsa de ese gigante de las letras como lo es José Saramago. Y el atrevimiento a tal «licencia literaria» obedece a que ese título encaja perfectamente con la situación que se vive en un país, cierto país, donde suceden cosas que ni la mente más atrevida podría llegar a escribir al respecto.

Para quienes no han tenido la oportunidad de leer el libro, el mismo trata (y Dios me permita no equivocarme en este trance) sobre las consecuencias que sufren los pobladores de un país, ante el hecho de que luego de algunos sucesos, la muerte decide ponerse en huelga.
En este otro país, la historia se relaciona con la muerte, pero con un toque de más dramatismo. Todo comienza cuando, para transformar la mentalidad de sus acólitos, se obliga a gritar, con fuerza, con ahínco, con bolas, «patria, socialismo o muerte». En este país, donde los mejores chistes se cuentan en las casas que formalmente ocupa la muerte, lo cual termina prácticamente significando que la muerte no es más que un chiste, el colocarle ese tono de seriedad, de profundidad, no causó los mejores resultados. Al increpar a todo aquel que estuviera con el proceso a que era este o su vida, comenzaron a verse resultados en personas clave, con lo cual, luego de algunos casos importantes, incluyendo la interrupción del descanso eterno de los restos de quien resultaba ser la guia del proceso mismo, se decidió cambiar aquel funesto slogan por uno que no atrayera la mirada de la muerte. Y es entonces cuando, en un giro inesperado, en un pseudoclimax literario, surgió la posibilidad de que el líder, el que reclamaba a todos sus vidas en caso de no ser patriotas socialistas, se vio enfrentado a la posibilidad de verse de frente con la muerte misma.

Todo cambió. No fue lo mismo el exigir la inmolación ajena a cambio de sus ideas, que verse en el trance de dar la vida propia ante la dificultad para concretar el proyecto, para ellos, liberador. Así, y luego de anunciarse de manera muy sumisa, se hizo presente el anuncio de un posible encuentro, a lo Bolívar y Morillo, entre el caudillo y su par, La Muerte. En el proceso de avance hacia el terreno de batalla electoral, La Muerte se convirtió en un aliado de mucho peso. Porque al ver que las cosas se enfriaban, que el proceso sucumbía ante el asomo oportuno de sangre fresca, se hacía uso, no de La Muerte, sino de un elemento arriesgado, de mayor poder, como lo es la vencibilidad de la misma. Y así, comenzó esa danza macabra, donde ante la posibilidad de bajar en encuestas, lo cual significaría la pérdida de terreno ganado con el uso y la anuencia de La Muerte misma, surgía un Líder renovado, que volvía de las fauces mismas de La Muerte, demostrando que ni esa mil milenaria fuerza seria capaz de arrancarlo del camino de la consolidación de sus planes.

Y mientras en otros países, sus líderes se enfrentaban humildes al designio del destino, aceptando la posibilidad real de enfrentarla sin posibilidad de vencerla, este neo-paladín se impulsaba con la fuerza que da el convencimiento de que La Muerte no es más que un adversario, a quien, ante sus ojos y los de aquellos creyentes en su capacidad, vencería cada vez que fuera necesario. De esta manera, se hizo costumbre el usar la desesperanza de quienes lo admiraban y seguían, al anunciar una nueva lucha de su Líder con La Muerte, resultando que en cada round, aparecía aquella bota negra pisando la hoz en señal de triunfo, ante lo cual exigía el aporte de cada uno de sus seguidores, a quienes increpaba para que lo hicieran eterno en las urnas. Nuevamente, su estadía en la historia se fijaba en un elemento propio de La Muerte.

Para el momento más importante, en el que se jugaba el destino del proyecto, se presentó, inesperada como casi siempre, La Muerte para un round más. Debido a lo importante del trance, se mantuvo el encuentro cubierto de la vista del público de galería. Mientras se decía que había un empate técnico, de vez en cuando, muy eventualmente, salia el Líder a mostrar que iba ganando al menos en puntos.
Finalmente, el proceso venció. Los planes de perdurar en el tiempo se hicieron realidad, aunque aún faltaba un detalle más. No se tenía el resultado de aquel round iniciado. Se decía que una vez más había perdido la adversaria, sin embargo, los resultados oficiales seguían siendo un misterio. El silencio se hizo el cómplice de aquella batalla. Una vez más no se sabía nada de los resultados, hasta que aquel avión partió en el medio de la noche con destino por todos conocido.

La lucha continúa. Nadie puede desear que se pierda en un compromiso de tal envergadura, menos si lo que está en juego es el destino de un país y su gente. Sólo esperamos que, como cuentan los grandes poetas, el ver a La Muerte tan de cerca, lo haga más sabio y justo. Y que tenga mil años más para impartir justicia basado en su sabiduría. Quizas, de esa manera, La Muerte se fije otro objetivo. Quizás de esa manera, pase de largo en ese país donde a diario se le ve, convirtiendo sus intermitencias en absurda continuidad.

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