Mientras veo a mi hija jugando debajo de la bandera a media asta, se me vienen a la mente muchos recuerdos de los ultimos 21 años; recuerdos que se hacen muy intensos a la luz de la razón por la cual esa y todas las banderas no ocupan la cumbre que por derecho y deber les corresponde.
Era cerca de la media noche del 3 de febrero de aquel año 1992, y entredormido vi en el televisor a Eduardo Fernandez acompañado por un gran grupo de personas de distintos partidos, hablando de la democracia. «Otro discurso mas» me dije, y simplemente apagué el televisor y seguí durmiendo. Unas horas después, ya en la madrugada del 4 de Febrero, me desperté con el eco de las voces atrapadas en el espacio que ocupaba la cancha entre los edificios, que en forma desordenada gritaban «golpe de Estado». Se daba un giro importante en nuestras vidas, un giro que muchos vimos como positivo, otros no, pero al final de cuentas era un giro importante en la historia de Venezuela. Mientras yo vivía mi parte de ese hacer historia, en Barinas vivía mi mamá su parte (una parte del relato está en mi artículo A l@s bolsas, hasta muert@s l@s persiguen, escrito hace algún tiempo y por otras circunstancias, de paso, aun vigentes), y así estoy seguro que hay muchas historias vividas por todos los testigos presenciales.
Una vez que escuché aquel «Por Ahora», puse mi esperanza en esas palabras, esas 2 palabras. Las circunstancias fueron pasando, aposté a que realmente podía haber un cambio, participé activamente, hasta el momento en que vi cómo mis amigos, mis compañeros de lucha, aquellos con quienes tantos planes hice de lograr tener el poder para cambiar las cosas, una vez investidos con ese poder, prefirieron cerrarme la puerta y darme la espalda, quizás por plantearles cómo podríamos ahora hacer aquellos sueños realidad. Habían sucumbido. Solo un gran golpe, un nuevo golpe, podria cambiar las cosas. Y ese golpe llegó.
Luego de una terrible enfermedad, cuyas consecuencias solo conocemos quienes hemos pasado por eso, murió la fuente de la ya reducida esperanza. Y por todas las circunstancias por las que nos han hecho pasar, nuevamente estamos en un punto parecido al de aquel 4 de febrero. Parecido porque no se ve el camino que vamos a recorrer. Parecido porque nos enfrentamos a una situación en la que el gobierno buscará anular a quienes lo adversan con todo su poder y fuerza, solo que en este caso el gobierno es aquel que juró no permitir que se repitiera esa historia por la que pasaron, con lo cual no hacen mas que evidenciar que no ha cambiado la situación en 21 años, solo los actores.
Hace 21 años tenia la disposición de salir a arriesgar la vida por el futuro. Hoy, veo a mi hija enseñándome cómo aprendió a columpiarse sola, bajo la bandera a media asta, y me doy cuenta que así como hace 21 años, estoy dispuesto a dar la vida pero ahora para garantizar su futuro. No es una lucha contra el gobierno, ni es una lucha por la oposición. Es una lucha por el bienestar de todos, independientemente de como piensen o de donde vengan.
En Cantaclaro, de Rómulo Gallegos, en el capitulo «El menudo por la morocota…», casi al final del libro se lee:
Otra vez el vagabundo señero por la muda inmensidad, el cantador ya sin canto. Los diez de la montonera se dispersaron, cada cual a la esclavitud de su trabajo, frustrada la aventura. Martín Salcedo, el estudiante ilusionado, también desistió de ella, después de decirle:
– Este no es el camino; por aquí no saldremos nunca de la barbarie. ¡Basta ya de correr en pos de la sombra siniestra del caudillo muerto! ¡Y bien muerto! Pero no me arrepiento de haber intentado esta experiencia temeraria, pues he presenciado dos cosas sumamente interesantes: la rabia heroica y tremenda de Juan el veguero, sobreponiéndose a la muerte que ya llevaba en su organismo aniquilado, y el candoroso idealismo de Juan Parao, cuyo espíritu sólo se alimentó de epopeya y quiso ser héroe, él también, para merecer otro canto de usted. Son dos fuerzas muy nuestras que es necesario desviar de este camino para siempre. Otra empresa es la que hay que acometer y quiero intentarla.
«En el orden de las vicisitudes humanas no es siempre la mayoría de la masa física la que decide, sino que es la superioridad de la fuerza moral la que inclina hacia sí la balanza política.» Simón Bolívar.
Muy bien escrito hijo y muy oportuno. De paso, ¿qué te parece lo del papaa?