El cielo se encapotó de repente. Entendí que todo el esfuerzo hecho hasta ese momento iba a ser inútil, que no había manera de evitarlo. Levanté los ojos al cielo y le pregunté a dios: «he sido tan malo como para merecer esto?». Obviamente, la respuesta no se presentó. Miré nuevamente el aparato que tenía el señor en las manos, pidiéndole que hiciera nuevamente la prueba. El diagnóstico era definitivo. No había duda de la gravedad del caso. A mi lado otra persona se retorcía del dolor mientras con dificultad llamaba por teléfono para dar la misma mala noticia: la batería del carro estaba mala…
Con miedo le pregunté al señor que me atendía: «y por casualidad tendrá baterías para este carro»? La larga y estridente respuesta me recordó la triste realidad que vivimos en Venezuela: «noooooooooooooo que va». Las vías estaban cerradas. No había más opción. Toda la planificación del día se iba al demonio, ya que tocaba ir a la duncan, única distribuidora de baterías, intervenida por el gobierno, y donde no hay garantía de encontrar el modelo que requiere el carro para seguir funcionando. Luego de tomar una bocanada de aire, y de que el técnico me dijera «dele a ver si prende, si no para auxiliarlo», con lo cual quemé unas calorías mientras retraía en forma espasmodica los intersticios anales y le daba a la llave a ver si prendía el carro, el cual luego de un sonido como en cámara lenta dio arranque. El otro señor me preguntaba «y la suya también está mala?», como si de chiste se tratara. Un seco «si» fue toda mi respuesta, mientras me decía «pues nos veremos en la duncan»… «Pues nos veremos en la duncan» es, para los venezolanos, algo así como cuando en un caso extremo, una víctima con pistola en mano le dice a su atracador «pues nos veremos en el infierno» mientras aprieta el gatillo en acto de defensa.
Voy por plena autopista. En la rampa de salida a la zona industrial donde está la duncan ya está una camioneta con las luces intermitentes prendidas. Recuerdo que la última vez que pase por aquí me impresionó que la cola de la duncan casi llegaba a la autopista, así que decido pararme, en plena autopista, detrás de la camioneta. No estoy seguro que sea la cola de las baterías, hasta que comenzamos a avanzar, y luego de pasar una pequeña curva, veo que están empujando un carro más adelante. Triste confirmación de que si estoy en la cola correcta. Sólo unos 1500 mts me separan de mi meta. «El grandísimo coñodesumadre» pienso con mucha intensidad. Antes, cuando el gobierno se encargaba de gobernar y no de jodernos, vendían baterías hasta en las bodegas. Suspiro. Aviso a mi jefe que hoy me toca hacer la cola. Me da una vergüenza grandísima! Pero todos sabemos que es la realidad.
Hora y media después de llegar a la cola, luego de recorrer 75 mts, recuerdo que una gran amiga trabaja allí. La contacto y le pido que al menos me confirme si hay la batería. Unos tensos minutos después me responde: si la hay, que no me preocupe, pero que tenga paciencia porque la cola es obligatoria. Al menos bajo la presión de saber si iba a perder mi tiempo. Igual lo estoy perdiendo. Cuantas horas hombre perdidas por sólo comprar una batería. Pero al final espero tener resuelto mi problema. Ya había contactado a un amigo mecánico de esos que consiguen todo, y espero a ver si me resuelve más rápido, lo cual implica que sea más costoso, pero bueno, mientras tanto escucho programas de radio que no conocía en el camino a encontrarme con mi destino.
Dos horas después emboco la recta final. 800 metros, (unos más, unos menos) me separan de mi meta. Los compañeros de cola se bajan, conversan, en dos horas hasta amigos se deben haber vuelto en esta penuria obligada, pero yo no quiero hablar con nadie. Quizás si! Con el presidente, para explicarle, pizarra en mano, las consecuencias nefastas de cada uno de sus actos. Prefiero no seguir pensando en eso porque se que no me va a entender ni a parar bolas y le voy a terminar metiendo su coñazo, por lo cual terminaría preso, acusado por el psicótico de Jorge Rodríguez, por golpista. Me saco la cartera que me presiona el nervio siatico, luego de más de 3 horas y media en el carro, la primera hora y media por la incapacidad de crear nuevas vías de acceso a Caracas, las dos últimas por la incapacidad de ejercer un trabajo como el de presidente, ministro, viceministro, venezolano…
4 horas después, estoy a unos 50 metros del sitio. Cuanto más tardare en que me atiendan, sólo Dios debe saberlo. Me dieron un cartelito que le colocaron al carro, y el muchacho, ante mi pregunta de si tenían la batería para mi carro, me dio un «si» como para salir del paso. A estas alturas estoy alterado y quizás eso me hizo ver una sonrisa de burla, así como de «jodete pitiyankee cachorro del imperio, haz tu cola y pierde tu tiempo», pero espero que sea yo en mi desesperación. Veo a los que van empujando el carro… 4 horas empujando ese carro no es nada fácil. Siempre hay alguien en peor situación que uno, pienso. En estas 4 horas ya habría llegado, en un promedio de 100 km/h, a 400 kilómetros de aquí. Por ahí por Barquisimeto estaría, por ejemplo. También hubiese atendido cualquier cantidad de pendientes en la oficina. Pero no, hoy me tocó a mi está cola. Pobres de aquellos que todos los días les toca una cola para comprar, por ejemplo, comida. Estimo que al menos estaré una hora más aquí. 5 horas por quizás unos 15 minutos de gloria. Ojalá fuera por un concierto de U2 o algo así, pero no, es por una simple y triste batería…
4 horas y cuarto luego de llegar a la cola, entro al establecimiento. En resumen, entre esperar que me atendieran, pagar el único modelo que había de batería, colocarla, probar el sistema eléctrico y salir: 25 minutos. Sólo 25 minutos. Sólo 25 benditos minutos. En el sitio habían más técnicos que baterías. Lo logré…
Seis meses tengo de garantía. Seis meses durante los cuales al menos una vez debo llevar a revisar la batería, para que en caso de daño y/o falla me la cambien. Es decir, que obligatoriamente debo pasar, en forma voluntaria, por el mismo trauma de hoy. En ese caso por menos de los 25 minutos que me tomó el trámite. Iré contando uno a uno cada día que vaya pasando, confundido entre querer ir para evitar perder la garantía, y no querer calarme otras 5 horas como las de hoy. Esperemos que en esos seis meses pase algo que haga que cambie el país de este estado de pronóstico reservado a uno se esperanza y normalidad.
Genial, por lo menos conseguiste la batería para tu carro, porque aquí pones la que «haiga» o no la pones. Yo compré una Bosch para salir de la emergencia y me costó 7 palos.