Del desmayo a la meta


maratonNunca he sido un fanático deportivo. En mi casa, mi papá mostraba una pasión principalmente por el béisbol, pero a pesar de ello, yo no desarrollé esa necesidad por practicar ningún deporte en particular. Honestamente, nunca entendí a mis amigos cuando planificaban para ver un juego, o cuando gritaban ante los eventos que se daban. Incluso, una vez me invitaron a un juego de fútbol en un estadio, en primera fila, a todo lujo, y para mi no fué nada del otro mundo, mientras muchos de mis amigos me maldecian por no aprovechar de disfrutar esa tremenda oportunidad. Pero entonces, las circunstancias hicieron que me decidiera a correr. Bueno, obviamente comencé caminando, y pensando que correr no debería ser nada del otro mundo. Me fuí instruyendo acerca de la teoría, y en base a mis primeros fracasos, fuí entrenando y preparándome, ya con más seriedad, hasta que un día, luego de mucho, mucho esfuerzo y preparación, logré llegar a una meta. De ahí, logré terminar varias medias maratones, y me preparé para hacer mi primer maratón. Entrené con mucha seriedad. Hice cambios importantes en mi vida, y al final, casi llegando a la mitad de la carrera, un dolor que cada vez crecía más me hizo decidir retirarme.

Aquel dolor fué por un tema discal. Mucho esfuerzo, mucho entrenamiento para un cuerpo no acostumbrado lo causó. Pero, en el proceso de llegar a casi desmayarme por el solo esfuerzo de caminar a intentar finalizar una maratón (que segun mis calculos no iba a ser menos de 5 horas y media corriendo, o caminando o arratrándome si hubiese sido necesario), aprendí en carne propia lo que debe hacer un corredor para llegar a una meta. Entonces, finalmente entendí la pasión, entendí el entusiasmo y el fanatismo que antes era inexplicable para mí. En cada paso que da un corredor uno sabe a lo que está expuesto. Con cada gota de sudor se sabe lo que se está jugando. En mis carreras vi a gente caer desmayados como plátanos. Y viví el dolor que significa, luego de tanto esfuerzo, tener que retirarse, echando por tierra tanto esfuerzo y planes e incluso sacrificio no solo propio sino de muchos.

Fué increible ver al ganador cruzar la meta. Fué muy triste ver retirarse a algunos de los corredores. Son los mejores del mundo, y sin embargo viven la carrera tal como uno, o mejor dicho, uno la vive tal como la viven ellos, los grandes.

Por ahora, me preparo para retomar el camino. Voy enfilado a lograr cruzar la meta luego de correr los 42.195 metros. No va a ser fácil, pero tampoco lo fué la primera vez que lo hice.

Por todo eso, es que me emociona ver el maratón, aún cuando lo hago cómodamente acostado en mi cama…

El Efecto Melamed


Recorro la ruta del tercer medio maratón que hago en el año. Como de costumbre, se me hace presente la emoción en forma de nudo en la garganta cuando lo veo. Todo plan, toda estrategia, toda duda desaparece en ese momento. Me uno a la celebración de todos los que lo ven y pasan: «vamos Maickel!» gritan muchos, excepto yo impedido por el flujo de emoción que me inunda. La emoción se mantiene y recuerdo ese camino que me llevó a estar compartiendo con él, a ese momento en que decidí aventurarme, a estar buscando, simplemente, ser como él.

Aquel 24 de diciembre del 2010 íbamos de madrugada a estar con nuestra hija en casa de sus abuelos. En la vía, bajando a Morón, siento que la vía se mueve. Luego de caer en cuenta que no era la vía, busco orillarme antes de perder el sentido. Detengo el carro, y en medio de un sudor muy frío le digo a mi esposa que estaba muy mal. El colesterol y los trigliceridos producidos por mis casi 160 kilos me pasaban factura. Luego de recuperar el aliento, decido continuar, y en esa larga ruta hasta Valera pienso, reflexiono. Pudimos tener un accidente. Pudimos perder todo. No puedo seguir como si nada. Decido comenzar de inmediato a tomar decisiones. La primera, comenzar a cuidar lo que comía. A pesar de las risas y los comentarios, paso los días decembrinos sin hacer lo de costumbre: comer y beber sin límite.
 El 24, o el 31, llega el momento en que se comienzan a hacer las promesas. Acompañado de mis dos concuñados, y mi amigo Johnny, prometemos, no recuerdo por qué, que el año siguiente estaríamos los 4 corriendo la Caracas Rock.

De regreso a Caracas, decido comenzar a hacer ejercicios. Como mil veces comencé, alentado (y muchas veces obligado) por mis padres y mis tías Aura y Sara. Cuanta preocupación de todos por esa gordura que me caracterizaba, y que ahora, finalmente, se hacia mía. Me puse mis shorts, mis zapatos de goma, y bajé al parque de la urbanización. Esa bajada, que luego medí y pude saber que era de 1,5kms, no representó dificultad alguna. Algunas vueltas en el parque, cada una de unos 300 mts, y ya me estaba sintiendo cansado. Decidí regresar por la otrora bajada, envocándola con decisión, pero a mitad de camino no pude más. Tuve que sentarme en la entrada a uno de los edificios, y llamar por transporte usando el celular. Sabia decisión el habérmelo llevado, aunque la falta de aire prácticamente no me dejaba ni hablar.
Me mantuve fiel a la dieta, y empeñado en el ejercicio. A los 4 meses ya daba mas vueltas y subía caminando, pero no era suficiente. Un día, decidí combinar trote con la caminata. Daba una vuelta al parque caminando, y una trotando. Así me mantuve como un mes más, hasta que decidí irme a conocer el perímetro de la urbanización: la cota mil. Es de esos detalles que se hacen invisibles. Años viviendo allí y nunca se me había ocurrido ir a la cota mil. Así comencé a recorrerla. Primero no mas de 3 kms entre ida y vuelta. Pensaba que dominaba las subidas, y era solo una de las de la urbanización. Las de la cota mil eran otra cosa! Domingo a domingo iba, e incrementaba la distancia, hasta que un día decidí no caminar mas. Al poco tiempo, se presentó la oportunidad de inscribirme en una carrera. La tercera valida del circuito gatorade de aquel 2011 fue mi primera carrera. Sobre esa carrera escribí en su momento (ver De metas dementes). Comencé a seguir gente que me recomendaban en twitter, como runners venezuela, soymaratonista.com y muchos más. Comencé a manejar la jerga, los detalles, y por supuesto comencé a escuchar sobre Maickel Melamed. Leí sobre el, y me pareció impresionante lo que hacía. Compartí con el carreras, y se convirtió en un ejemplo a seguir.

Llegó Octubre de aquel 2011, y cumplimos nuestra promesa de hacer el Caracas Rock. Por esos días, al final de la carrera de Unicef, discutíamos las razones por las cuales era peligroso hasta pensar si participábamos en la media maratón CAF. Argumentabamos, esgrimiamos razones por las que debíamos esperar mas tiempo, hasta que vimos que pasaba Maickel, en su entrenamiento para el Maratón de Nueva York (si no recuerdo mal). Obviamente se hizo un silencio sepulcral entre nosotros, el cual era roto por los aplausos y vítores que le daban a Maickel. Luego que pasó, no pude mas que decir «coño, el va para un maratón, y nosotros decidiendo si hacemos media maratón?». Luego de algunos minutos de mas silencio, quedamos en que ese mismo día nos inscribiriamos en la media maratón de Caf. La hicimos, y 2 años después, pasaba a Maickel, ya considerado MI amigo, en vías a finalizar mi tercera media maratón del año, logrando un nuevo PR.

Pero, que es lo que ha logrado Maickel Melamed?

Siento tanta vergüenza cuando en una carrera, dicen que darán salida a los atletas «discapacitados»… Atletas que salen antes que yo, y llegan mucho pero mucho antes que yo haciendo tiempos que ni en sueños lograría, poniendome a dudar de su discapacidad, y palpando la mía. Quienes han tenido oportunidad de correr una carrera saben lo que significa mantener un ritmo por hora y media o dos horas (nosotros los terrestres). Saben lo que significa escalar la llamada «pared», responderse positivamente la pregunta de qué se está haciendo en esa bendita carrera, o lo que se requiere para vencer la merma del rendimiento por el esfuerzo realizado y sacar energía para rematar en el último kilometro, en los últimos metros… Maickel ha pasado por eso en jornadas de 18 horas y más, para finalizar incluso celebrando, y ya planificando su participación en el siguiente evento, aun mas exigente que el que está terminando. Es una prueba fehaciente del milagro en que todos nos podemos convertir, eso si, con disciplina, esfuerzo y dedicación. Es una alarma ante esos «peros» que nos autoimponemos. Es la demostración viviente (y andante) que para lograr hasta las metas mas dificiles, imposibles, no es la fuerza, el físico, los músculos ni el equipo lo que se necesita para alcanzarlas, sino la voluntad. La voluntad y, imposible no reconocerlo, una mezcla de muchos otros factores, entre ellos los mencionados, que en conjunto y bien orquestados nos llevarán a hacer eso que cualquiera, con un pensamiento lógico y una visión cuando menos tradicional, asegurarán que es imposible.

Espero poder mantenerme como compañero de rutas de Maickel. Que a pesar de mi incapacidad, pueda alcanzarlo y, con ese nudo en la garganta, aplaudirlo para seguir en la vía hacia mis sueños. Y, para el año que viene, espero poder entrar en la liga de Maickel, al finalizar el Maratón Caf, en el cual ya me inscribí, y para el que entreno, siempre contando con el «Efecto Melamed» como guía.

LIFE’S SHORT. RUN LONGER!

De metas dementes


El último aviso decía «7 Km», sin embargo, veo la meta adelante. Mientras me acerco, luego de mantener el mismo ritmo de trote por todos los 7 y ya tantos kilómetros recorridos, recuerdo aquellos días en los que me tocaba bañarme sentado en un banco bajo la ducha, y me repetía «no creo que vuelva a caminar». Aquellos días fueron de mucho pensar y lamentar, y a pesar de todo, salimos adelante. Y digo «salimos», porque no fué solo que lo logré, sino con el apoyo de muchos. Mientras tanto estoy más cerca, y, de verdad, comienza a sonar la canción de Diego Torres «Color Esperanza». Los ojos se me llenan de lágrimas, porque estoy cerca de la meta, pero aún me faltan kilómetros, y, efectivamente, cuando cruzo la meta trotando, es que veo que unos metros mas adelante está el aviso que indica «8 Km». Si, es la meta, pero no ha terminado la carrera. Sigue sonando Diego Torres, y comienzo a recorrer los 2 kilómetros más difíciles desde que comencé en esta actividad.
Mientras sigo, recuerdo aquel día en que, con las muletas aguantándome, intenté llevarme el plato del almuerzo para sentarme a comer, y no pude resistir el peso y me caí. Las circunstancias me hicieron estar solo en la casa, de manera que tuve que resolver solo y pararme, recoger el plato y la comida, y sentarme a esperar que llegar el auxilio, que de paso, estaba esperando a nuestra hija, en los días más difíciles de una mujer embarazada. Siento que un poco más abajo de la cintura, de mi lado derecho, comienza a dolerme algún músculo, de esos que comencé s sentir que existían desde que estoy entrenando. El dolor se hace más fuerte, tanto que pienso en parar, pero cuando lo intento, las piernas siguen como si tuvieran vida propia. Decido aguantar, ya que total, son sólo 2 kilómetros los que me separan de la llegada. El mismo camino lo habíamos recorrido al comienzo de la carrera, pero ahora pareciera no reconocer nada. Busco puntos conocidos para saber que estoy avanzando, porque entre el dolor, que se hace más fuerte con cada paso que doy, y el cansancio, pareciera que no avanzo nada. Recuerdo cuando discutíamos la estrategia de la carrera: arrancar corriendo, caminar en el medio, y llegar corriendo; o arrancar caminando, y luego de algunos kilómetros comenzar a correr; todo con miras a terminar la carrera corriendo. Pero como todo, a última hora decidimos darle corriendo toda la carrera, confiados en el entrenamiento que veníamos haciendo. Aún me parece increíble que lo voy logrando, y a pesar de todo, hasta he pasado gente que ha quedado atrás, y me siguen rodeando aquellos que caminan y corren y caminan y corren. Pero yo no, yo he mantenido mi paso por todos los ya 8 kilómetros y tanto.
Veo la genta que viene en el canal de regreso, luego de llegar al siguiente kilómetro. Unos van con cara de tragedia, otros bien; otros, ayudando a quienes deciden darse por vencidos. Agarro dos bolsitas de agua, una me la tomo, la otra me la riego en la cabeza y cuello. El dolor no pasa, y ahora comienza a dolerme la rodilla buena. Finalmente veo el sitio del regreso, donde está el cartel que dice «9 km». Aún no llego, y de verdad ya las fuerzas me abandonan. Pero en el camino comienzo a ver situaciones que me hacen retomar el ritmo a pesar de todo. Doy la vuelta en «U», y oficialmente comienzo a recorrer mi último kilómetro. Me duele la pantorrilla, pero mientras sigo, paso por un lado de alguien que en cuclillas, pasa el dolor que se muestra en su cara. Sigo, incólume, y más adelante veo a otro que vomita, y dice «no puedo más». Un chamo apoya a otro, lo toma del brazo y le dice «coño, sólo te falta un kilómetro, no puedes abandonar ahora» y lo lleva a rastras mientras el otro dice «no, déjame, no puedo». Paso por la estación de agua nuevamente, tomo dos bolsitas más, una la tomo y con la otra me enjuago la cara. No he bajado el ritmo, y desconozco esa fuerza que ahora me empuja a pesar del dolor. Con los saltos de cada paso comienzo a ver, ahora si, la llegada, y recuerdo la película «Caída del halcón negro», cuando al final los militares corren lo que llamaron la «milla de mogadishu». Ya la meta está más cerca, y ahora si comienzo a sentir los escalofríos, pero ya estoy cerca. Intento hacer el «remate» final para correr más rápido, pero la prudencia me grita que a menos que quiera caer desmayado en plena meta, que termine al ritmo que voy. Cruzo la meta, finalmente, sin mucha gloria me colocan la medalla de haber participado, pero siento la gran satisfacción de haber cumplido la meta establecida: no llegué ni dentro ni detrás de la ambulancia!

No pretendo con esto que cuento terminar mostrándome con una «chapita» de esas que dicen algo como «pregúnteme como adelgacé». Tampoco iniciarme en el área de la publicación de temas relacionados con la autoayuda. Todo esto comenzó el 24 de Diciembre pasado, cuando después de mucho escuchar a la Internista decirme lo que debía hacer para sentirme mejor, decidí hacerlo. Cumplir con la promesa, hacer lo que debía. Jamás pensé que algún día pasaría ni por la salida ni mucho menos por la llegada de una carrera. Tampoco que me sentiría tan bien, tanto física como espiritualmente con una decisión tan simple. Muchas veces se ven las cosas de forma muy adversa, y es en esos momentos en los que hay que tomar la decisión de aprovecharlos para iniciar procesos favorables. Este es sólo el comienzo, y aún falta por ver que se mantenga el impulso en el tiempo… Por esto me había alejado un poco a la escritura, pero ya iré retomando el ritmo!

Para cerrar con broche de oro, un «antes» y un «después»…

Gracias a Jesús y a Johnny, compañeros en esta primera aventura… La meta en aquel entonces era el Caracas Rock, que ya estamos inscritos, y en el interín, los que se puedan como entrenamiento!

NOTA: Esta es la publicación 100 en el blog. Muchas gracias a quienes han leído las anteriores, y más importante aún, las que vendrán.