De tantas cosas que me han ocurrido, esta es de las que combinan más comedia y tragedia. Barinas, de noche, en un carro lleno de adolescentes… Un «no» que se convirtió en «si», y que casi fué una tragedia… dos veces!
Etiqueta: AQNMC
Creer en el Cambio
Estoy sentado escuchando música. Tengo a mi alcance miles, millones de canciones de cualquier género, todas literalmente en la palma de mi mano. Al menos a mi me parece increíble contar con ese poder, que para miles es algo tan normal.

En mi infancia tuve la oportunidad de que en casa siempre hubo un «equipo de sonido». En un momento en que hubo un cambio, me tocó quedarme con el «viejo». Recuerdo que ese equipo estaba compuesto por una planta donde se conectaban unas enormes cornetas y el resto del equipamiento, que estaba compuesto por un «deck», que en mi casos era de doble cassette, y el «plato» donde se tocaban los discos (obviamente de vinil). Aquel equipo ocupaba la mitad de mi cuarto, que estaba atravesado por los cables de las cornetas, que estaban ubicadas estratégicamente para tener un sonido «envolvente» (en aquel entonces no existía aún el concepto de «home theater»). Al encender la planta se sentía esa especie de golpe en las cornetas, que era somo una muestra del poder que tenía. En el caso del plato, el detalle estaba en conseguir las mejores agujas posibles. Las había de distintos materiales, y se seleccionaba de acuerdo a cómo se quería escuchar la música (más nítida, menos ruido, etc). Era típico tener junto al equipo hisopos, algodón y alcohol. Con el alcohol y el algodón se limpiaban los discos, a los cuales, una vez embadurnados en forma circular (en el mismo sentido de los «tracks», se soplaba para que se secara más rápido. Y con el hisopo se limpiaban tanto los cabezales de reproducción de los cassetes como los rodillos de goma que movían la cinta por el intrincado sistema.
Con respecto a la música, contaba tanto con los discos de mi papá, como con los propios: Xanadú de Olivia Newton John, Ruido Blanco de Soda Stereo, son los que mas recuerdo. Mi fama comenzó a crecer entre los conocidos de la familia cuando se me ocurrió hacer mezclas de música. No voy a alegar qe inventé el concepto, pero puedo asegurar sin temor a equivocarme que por los años 80, en la ciudad donde vivía, nadie cometía esa herejía. Lo común era grabar los discos tal como venían en los cassetes, lo cual me parecía aburrido, por lo cual comencé a combinar (para no insistir en el término «mezclar») canciones de la Billo’s Caracas Boys con Soda Estereo, Serenata Guayanesa y Gualberto Ibarreto. Hacía uso de la música disponible en un proceso que era largo y complicado.
Para grabar un cassette, había que comenzar por seleccionar el que se iba a utilizar. Lo común eran los de 30 y 60 minutos, y se comenzaba a tener disponibles los de 90. Luego, si se iban a utilizar normales, o de hierro, y se escogía entre las marcas disponibles (por lo general BASF y TDK). Para, por ejemplo, grabar una cinta de 60 minutos, iba seleccionando de cada disco las canciones en el orden en que iban a ser grabadas, para lo cual debía anotar el disco, el lado, la canción, el número de track, y los minutos que duraba. Se debía considerar el tiempo entre canciones, para lo cual había que intentar que fuera el menor posible. Se hacía entonces una operación matemática de sumas y restas, lo cual requería modificar las combinaciones y orden de las canciones, hasta lograr un tota de grabación que sumara unos 27 minutos para cada lado, siendo los 3 minutos restantes reservados para los espacios entre canción y canción. Luego de llegar al resultado requerido, se pasaba a la siguiente fase: la grabación.
Luego de limpiar los cabezales, la aguja y los discos, estos últimos se colocaban en el orden en que se iban a utilizar colocando el «estuche» de cartón donde venían los discos abajo, luego la bolsa plástica que los protegía, y encima el disco, siempre agarrandolo de los bordes (jamás por la superficie!). De acuerdo a la pauta, iba colocando cada disco en el plato; tenía en el deck la cinta adelantada (por lo general con el mejor instrumento utilizado para tal fin: un boligrafo kilométrico) de manera de poder comenzar sobre la cinta (y no la parte que no grababa del comienzo); en el deck estaban activados los botones «record», «play» y «pause». Uno de los dedos de la mano izquierda se mantenía sobre el botón «pause», mientras con la mano derecha bajaba la aguja, y veía cuando iba a comenzar la canción para soltar el botón de «pause» de manera que comenzara a grabar. Luego de que comenzaba la grabación, la atención se centraba en la agujas del nivel de volumen. Se debía evitar que superaran la barrera verde, pero lo ideal era mantenerlo en el borde, lo cual era casi un arte, y cuyo resultado era el mayor nivel de volúmen sin que distorsionara. Los momentos críticos eran cuando se trataba de una canción que no era la primera del disco, ya que se requería mayor precisión al dejar caer la aguja, porque el espacio era mucho más pequeño. Pero el peor momento, el de mayor estrés, era cuando se grababa la última canción de la pauta, que completaba los 30 minutos disponibles del cassette. Si los botones del deck se disparaban antes de que terminara la canción en el disco, se estaba ante un fracaso total. No era aceptable tener una canción cortada en la cinta, por lo cual, para evitar volver a grabar todo el cassette, se buscaba una canción más corta, se regresaba la cinta al comienzo de la que había quedado mal grabada, y se grababa encima.

Luego de finalizado el proceso de grabación, venía el momento de disfrutar de la combinación. Esto por lo general se hacía en el reproductor del carro, o en el deck, hasta que llegó uno de los inventos tecnológicos que más ha impactado mi vida: El Walkman! Con el primero que tuve pude cargar mi música a donde iba. Claro, había que cargar los cassettes, el walkman era grande, la batería duraba poco y los audífonos no eran los mejores… Un diciembre recibí de regalo uno de los mejores «gadgets» que he tenido: un walkman que era del tamaño de un cassette, pequeño, liviano, y que tenía un anexo para 2 baterías gigantes adicionales. Era lo máximo, aunque hoy en día pienso que la mitad de mis dolores de espalda pueden venir de cargar esas baterías en la cintura.
Así, disfruté mucho tiempo de mis propias combinaciones. Luego llegó la época de las «guerras de minitecas» donde si se empezo el tema de las mezclas, lo cual fué muy impactante para mí. Recuerdo que por esos días salió un disco que se llamaba «magic mezclas», que consistía realmente en dos discos de vinil con efectos para hacer mezclas (si contabas con el sistema adecuado). Precisamente, uno de mis grandes sueños era tener un mezclador… y de hecho hasta intenté construirlo sin éxito, hasta que en el año 85, en mis 15 años, recibí un regalo cuya forma era la de la caja de un mezclador. Lo que sucedió me hizo desistir del tema, y los detalles los estaré contando próximamente en mi podcast.
Hoy en día todo lo que necesito es mi teléfono y conexión a internet. Cada vez que lo hago recuerdo como era de distinto todo en mis días de joven, cuando cada minuto de música que escuchaba en mi walkman era el producto de mucho mas tiempo de preparación y esfuerzo. En aquel entonces, nadie, pero absolutamente nadie ni siquiera hubiese creído en una serie fantástica que llegaríamos a este punto en el que estamos. Por ello es que, ahora, siempre creo y apuesto a los sueños tanto míos como de los demás, porque somos completos ignorantes de lo que nos depara el futuro, pero debemos, sin lugar a dudas, creer en el cambio que inevitablemente nos tocará vivir.
Sólo por dar el ejemplo
«El valor de las emociones está en compartirlas y no sólo tenerlas«. Esta es la traducción que hago de esa frase de Simon Sinek, la cual publicó justo cuando tenía ya rato pensando en escribir sobre este tema. Y es que en los últimos días he estado muy activo y contento porque finalmente logré formalizar el proyecto de tener un podcast. Y eso me ha hecho pensar en que muchos se preguntarán la razón por la cual eso me causa tanta satisfacción. Pues realmente, debo confesar que siempre he tenido algo así como un miedo a la intrascendencia. La pérdida temprana de mi mamá ha avivado esa preocupación de que uno pasa por la vida, deja una huella profunda que al final se irá con quienes disfrutaron de tu presencia. Entonces, la manera que he encontrado de apaciguar ese temor es compartiendo cuanto puedo de lo que hago, pienso y creo. Los tiempos modernos nos han hecho vivir atemorizados de que todo lo que compartamos puede ser utilizado para hacernos daño, pero al final, incluso puede pasarte que te ganes esa lotería aún sin haber comprado un número. No se puede vivir atemorizado por ninguna razón, por lo cual mi acción al respecto era, inicialmente, escribir. Luego, comencé a hacer caricaturas y ahora cuento mis historias. Recuerdo que de muy pequeño me gustaba hacer caricaturas de la gente que iba de visita a la casa, y obviamente la influencia de ver siempre a mis padres escribiendo definitivamente influenció mi amor por la expresión en sus distintas formas. Al respecto, a veces salen obras de arte, a veces no, pero es en esa diversidad donde reside, para mi, el reto de ser cada día mejor. Sólo la práctica hace al maestro, así que, voluntariamente, sigo buscando ser cada día mejor en lo que hago. Y al final, pues han sido más las satisfacciones que los desencantos.
Y hablando de trascendencia, es importate reforzar que la misma no implica fama. Entonces, cómo se sabe que lo que haces trascenderá en el tiempo? Pues en mi caso, una de las mejores muestras es cuando me siento a escribir y a mi lado se sienta mi hija a hacer lo propio. Los avances tecnológicos ahora permiten que una niña como ella se autoproclame «youtuber», y que aproveche esa inspiración para hacer de las caricaturas más divertidas que he visto.
«Lo que se hereda no se hurta» dicen por ahí. Siempre mi mamá dijo que lo único que nos dejaría serían los estudios… y realmente fué eso y mucho más! La tarea de hacer trascender su sabiduría es casi una misión de vida, que hago con la mayor pasión y gusto.
A esta altura de mi vida, me atrevo a declarar que no hay mejor inspiración que escribir para uno mismo. A veces me dicen que «busque oficio», y en esos casos las palabras sobran para explicar que, sin lugar a dudas, este es mi oficio. Si alguien entiende lo difícil que es dar los primeros pasos en cualquier emprendimiento que se plantee o sueño que se tenga, ese soy yo. Y en cuanto a expresarse, el temor a la crítica puede llegar a ser suficiente como para decidir enterrar nuestra inspiración. Pero, como dije antes, no se puede vivir atemorizado, así que con todo gusto, estoy abierto a recibir sus comentarios sobre lo que les gusta y lo que no de lo que hago.
Y para finalizar, les dejo el Segundo capítulo del Podcast. Antes del Tercero, habrá un mini-capítulo donde estaré contando una experiencia personal relacionada con una de las frases que he estado publicando. Gracias a las mas de 120 personas que han escuchado el podcast, y espero que como ellas, muchas mas se enganchen con mis cuentos…
AQNMC Capítulo 2: La Niña Rosario Almarza
Hace mas de 35 años viví esta experiencia, y aún hoy en día me asusta recordarlo. De hecho, en la noche mientras grababa el cuento, al final me dió miedo hasta llegar a mi cuarto no me espantaran de nuevo. En lugar de editar de noche el capítulo, lo hice a mediodía para no correr riesgos…
El nombre de la escuela donde estudié la primaria en Trujillo (Venezuela), «Rosario Almarza», es el de una niña que murió el día que hizo la Primera Comunión. En la escuela, comenzaron a reportarse apariciones de «la niña», de manera que en este capítulo cuento lo que sucedió después de una de esas apariciones.
Escucha este capítulo y todos los demás suscribiéndote al Podcast en iTunes: iTunes
Baja y/o escucha el capítulo haciendo click en la imagen:
O escúchalo directamente:


