En espera de su [última] palabra…


Necesito comenzar declarando que Venezuela es un solo país. De eso debemos estar conscientes cada uno de los venezolanos, y la tarea para tal fin no es nada fácil. Venimos sufriendo muchos años de división política, donde se nos ha requerido, o peor aún, se nos clasifica de acuerdo a nuestro nivel de necesidad. Todos aquellos que declaran sentirse plenos en salud, seguridad y confianza en la bonanza económica de Venezuela son declarados patriotas, mientras que quienes expresamos nuestra inconformidad, falta de confianza e incomodidad por las condiciones en las que vivimos, de inmediato somos clasificados como «Pitiyankees», «apátridas», «jalabolas del imperio» y demás denotaciones. Mientras hubo algo de bienestar socio-económico la división era evidente pero no nos diferenciaba tanto, pero ahora, definitivamente es imposible entender como alguien pueda defender la situación por la que estamos pasando todos los que habitamos en Venezuela. Y dejo claro que no se trata de un tema político ni mucho menos ideológico. Respeto profundamente las creencias ideológicas de cada quien, por lo que ni siquiera busco hablar sobre ellas con nadie. Cada quien tiene sus razones para creer en lo que mejor se adapte a sus circunstancias, sin embargo, lo que no es aceptable, es cuando se pretende vulnerar los derechos ajenos en función de las creencias personales. Eso, definitivamente, no puede ser.

Quedo profundamente contrariado cuando veo en la Asamblea Nacional como los representantes del Gobierno se burlan de las situaciones que presenta la bancada de la Oposición. Y antes de que cuaquiera piense que mi contrariedad es producto de mi posición psico-social mediante la cual odio al pueblo que ha sido oprimido desde los tiempos de la Independencia por ser desde tiempos inmemoriales un lacayo del imperio (discurso con el que siempre pretenden terminar todo, y que uno, por decencia, calla, cometiendo el error de otorgar ante tamaña absurdez), quiero expresar que ahora, a diferencia de lo que pudo suceder hace 2, 3 o más años, todo lo que se ha presentado no es mas que la triste realidad que, abusando de redundar, realmente vivimos quienes estamnos en Venezuela. Ya el pueblo se expresó en las elecciones, entonces, no tiene cabida seguir como si estuvieran en campaña electoral, con esa práctica vil donde no se busca mostrar por qué se es mejor, sino convencer que el contrario es peor. En este momento, no nos interesa quien es mejor o peor. Lo que necesitamos es que se asuma la responsabilidad de buscar la solución a cada uno de los problemas que nos aquejan, y en ese sentido, realmente no importa de parte de quien venga la acción, incluso si es de parte de quienes consideramos responsables, siempre y cuando se atiendan los gravísimos problemas por los que atravesamos.
Tuve la oportunidad de ver en la Asamblea como un hijo relataba como vivió la muerte de su madre; tambien como un padre relató como, impotente, tuvo que vivir la muerte de su hijo de 3 años. Los detalles de cada caso, no me importan. Lo que me indigna es que la respuesta del oficialismo fué burlas, acusaciones sin sentido, sonrisas (y quien quiera puede buscar los videos y validar lo que indico). Son un ejemplo viviente del mal que definitivamente vive en cada ser humano, y de cómo la impunidad produce ese efecto de sentirse de otra casta, a la cual nunca le va a pasar lo mismo. Es un espectáculo que ni siquiera Dante pudo haber imaginado. Y todo lo que pedimos es que apelen a su humanidad; esa que tanto dicen que los acompañó junto con Chávez, pero que ahora pisotean abruptamente cada vez que en sus caras se dibuja una sonrisa ante el ruego de un pueblo por solución a sus males.

El que el precio del petróleo suba, que las reservas internacionales aumenten, que se respete la propiedad privada o que el dólar baje a 6,30 es absolutamente inútil mientras no exista una pizca de humanidad en quienes conforman el actual Gobierno. La lucha ya la tenemos perdida en cuanto recuperar tanto que hemos perdido. Las miles de vidas perdidas por falta de alimento, delincuencia, emigración, jamás podrán ser recuperadas, de manera que solo nos aferramos a la Fé de que resurgirá la humanidad en cada uno de quienes consideran que aquí «no está pasando nada». La discusión no es quien renuncia, quien cede, quien va preso o quien no. El punto es si seguirán empeñados en continuar manteniendo funcionando al país cual campo de concentración Nazi, o si, por el contrario, están dispuestos a redimir sus errores, asumiendo por supuesto las consecuencias propias de los mismos, en función de un futuro mejor para TODOS.

La palabra es ahora de ustedes… y piénsenla bien, porque sin lugar a dudas, dependiendo de que decidan, terminará siendo la última para todos.

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