Desde que llegamos a Mexico, el Día de los Muertos se nos presentó como un hito importante en las celebraciones del año. En la medida en que se fué acercando la fecha, más se veía la preparación al respecto. Y, en mi caso, recordaba la película de James Bond en la que una de las escenas se realiza en el medio de la celebración de esa festividad, lo cual hacía más interesante la oportunidad de estar presente en las actividades alusivas. En mi caso, pues realmente no estaba muy pendiente de la fecha. Por lo general el día de Todos los Santos es el que se me hacía más conocido, principalmente por los lunes bancarios por tal motivo, pero la verdad es que no había escuchado de la celebración del día de los muertos. Y, en la visión que tenemos los Venezolanos (al menos los que yo conozco) sobre el tema de los muertos, pues un día de celebración en su honor se me hacía algo como que muy triste, pesado. En mi caso, habiendo sufrido la pérdida temprana de mi mamá, se me hacía que iba a pasar por la misma depresión que me aturde en las fechas en que la recuerdo (cumpleaños, navidades, día de mi grado, etc.). Lo que veía de la tradición pues consistía en disfrazarse de los personajes típicos de la fecha, como los de la película «El Libro de la Vida«. Mi hija cambió su plan de disfrazarse de «Meivis» por «La Catrina«, y en la casa adornamos todo con lo típico. En la oficina me preguntaron si me anotaba para el concurso de altares, y mi respuesta fué que no tenía ni la menor idea de lo que eso era pero que me anotaba. El día del concurso se mezcló con la visita de los niños a pedir caramelos por Halloween, lo cal me confundió un poco, y tuve la oportunidad de ver los altares que hicieron por la ocasión (aunque el nuestro quedó en segundo lugar).
Entre lo que nos decían estaba que debíamos ir a un cementerio (Panteón) para ver lo que hacían el día de los muertos. Que si fuéramos a xochimilco, o a coyoacán de noche. Lo cierto del caso es que las circunstancias nos llevaron a Coyoacán, donde pudimos ver lo que es esta fecha para los Mexicanos. Por toda la ciudad pululaban los disfrazados de todas las edades y motivos, y en Coyoacán fué increíble el espectáculo. Unos altares realmente impresionantes, entre los que había uno dedicado a Juan Gabriel, otro a Chespirito con un Chavo y un Don Ramón de ultratumba franqueando la entrada; otro dedicado a los muertos en accidentes de tránsito por conductores bajo los efectos del alcohol; y muchos, pero muchos disfraces. Hacia la media noche tuvimos que irnos porque aparecieron personajes disfrazados como los que están en nuestras peores pesadillas, que de paso fueron los más populares, pero mi hija estaba aterrada. De acuerdo a lo que vimos, la costumbre es comer «pan de muerto» con chocolate caliente, lo cual hicimos en varias oportunidades durante el fin de semana.

Pero la mejor experiencia, la que me permitió entender mucho más la ocasión, fué el mismo día de muertos, cuando nos invitó una familia a compartir con ellos la comida. Llegamos y, como era de esperar, había un altar, frente al cual había mucha comida (que asumí era parte de la ofrenda para los muertos). Habían muchas velas, cada una con un nombre, y todo tipo de cosas: café en su taza; cigarros (algunos como su hubiesen fumado, otros en las scajas destapadas); frutas; dulces; ron; tequila. Al llegar, y mientras veiamos el altar, nos explicaron a quienes pertenecian algunos de los nombres de las velas. Eran sus muertos. Y cerca de cada vela habían las cosas que les gustaba en vida. Efectivamente, la comida que estaba frente al altar era parte de la ofrenda, pero también lo que ibamos a comer. Un condumio compuesto por Chicharrones en sala verde (picante); longaniza en salsa roja (picante); costillas de cerdo guisadas (supuestament no picante peeero…); pollo «encacahuatado»; arroz, tamales. Todo demasiado bueno, con un toque casero que, a pesar de no estar acostumbrados a los sabores, fue un manjar digno de reyes. Luego, nos dijeron que probáramos los dulces, que formaban parte del altar, por lo cual pregunté si no habría problema con los muertos, a lo cual me contestaron que ya no, porque habían pasado las 3 de la tarde y se habían retirado. Nos explicaron los dulces que habían, y que estaban colocados de una manera especial por algunas razones. Unos eran los dulces que les gustaban a la mamá de la dueña de la casa, quien antes de morir decía que escondieran sus dulces para que otro familiar que ya habia fallecido no se los llevara, por lo cual estaban escondidos, y así nos comentaron el por qué de muchos de los dulces y sus ubicaciones en el altar. Entre lo que comentaban estaba «el palo de los muertos», colocado junto al altar con la intención de que se cargue de energía con la presencia de los muertos, para luego ser utilizado para barrer las casa y sacar las malas vibras.

Para mi, aparte de un honor y una gran impresión el poder ver cómo contaban de sus muertos con una emoción tremendas, fué un día de mucho aprendizaje. En mi caso en particular, pude caer en cuenta que aparte de los muchos momentos felices que uno recuerda de sus muertos, pues los últimos momentos con ellos son los que dejan la mayor impresión. Por lo general cuando hablamos de nuestros difuntos, pues denotamos tristeza y pesar; pero aquí se nota una emoción particular con la cual hablan de sus muertos, que más que tristeza denota añoranza, que se les extraña. En el camino hacia la casa donde íbamos pasamos al lado de un panteón (cementerio), y pudimos escuchar como una banda tocando música. Definitivamente algo que no es nada común en nuestra tierra.
La experiencia del Dia de Muertos resultó sumamente interesante. El vivir en carne propia las diferencias culturales es tremendamente instructivo, y en este caso, me permitió ver una dimensión distinta sobre este tema que, por lo general, resulta de tanto pesar para uno. Ya habiendo vivido lo que he contado, pues me siento preparado para celebrar el próximo año esta efemérides, claro, de este lado, a menos que Dios quiera que venga a llenar de energía el «palo de los muertos»…