Originalmente publicado en Medium el 6 de agosto del 2017.
Trabajaba yo en una división que formaba parte de una organización con nivel Regional y Nacional. Era Analista de Datos, y me encargaba básicamente de los sistemas computacionales y de la administración de la red de la Institución. Un día, mi Jefe me convocó a una reunión donde se encontraba el Director Regional, y me indicó que se había comprometido que solucionaríamos un problema que se estaba presentando en un evento que tenía repercusión nacional, y que el Presidente de la Organización exigía se solucionara de forma inmediata. La información que me dieron fué que había que registrar una información regional utilizando un sistema desarrollado en la sede principal, y que luego de 15 días no se había podido poner en marcha, aún cuando habían traido a los expertos de la Capital. Luego del informe inicial, el Director se retiró y quedamos mi Jefe y yo. Me comentó de la importancia de resolver el problema, y que lo habpian contactado a él ya que el Director estaba buscando contratar a una empresa que le prestaba servicios, y el dueño de la misma le dijo que con todo gusto lo atendía, pero que le recomendaba que buscara primero el apoyo de una persona que era experta en el área y, que de hecho, trabajaba en su organización. El dueño de esa empresa era mi amigo y ex-compañero de clases en la Universidad con quien, además, había trabajado en varios proyectos, y el experto al que se refería no era otra persona más que yo. De inmediato nos dirigimos al sitio, y en el camino mi Jefe me fué indicando cómo procederíamos en este caso. Me insistió en lo importante que era resolver el problema, que “nos” daría una visibilidad a nivel nacional de lograrlo. El plan era llegar, y yo debía analizar la situación. En función de ese análisis le indicaría a él si podía o no realmente resolver el problema; él comunicaría al Director el detalle, y luego de eso me quedaría trabajando y reportando sólo a el mi avance. Llegamos al sitio, y luego de pasar todos los niveles de seguridad para entrar, ingresamos a la sala donde estaba instalado el sistema. Habían no menos de 15 personas, a quienes no habían dejado salir en las últimas 24 horas, algunos locales y otros del equipo de expertos que venía de la Capital, todos con cara tanto de cansancio como de frustración. Mi Jefe habló con el que estaba a cargo del equipo, y me presentó. Me miraron todos con cara de pocos amigos e incluso con incredulidad. Les pedí que me explicaran lo que estaba sucediendo, lo cual comenzaron a hacer mientras mi Jefe salía de la sala y me decía que me esperaba para saber mi diagnóstico. El reporte comenzó insistiendo que ya habían intentado todo lo posible, y que no tenían la menor idea de qué estaba sucediendo. El sistema consistía en una serie de estaciones de trabajo a través de la cuales se alimentaba información que se almacenaba en un servidor central. En dicho servidor funcionaba perfectamente todo, pero no lograban comunicar las estaciones de trabajo con el mismo. Habían revisado la red, los cables, los suiches y todo lo que consideraban que podía representar el problema. Les pregunté si todos los equipos habían llegado juntos, y me indicaron que no, las estaciones eran del sitio y sólo el servidor había sido enviado de la sede principal, el cual se supone que venía configurado para que fuera “plug & play” al conectarlo. Sin embargo, no habían podido poner en marcha para utilizarlo como estaba previsto. Examiné la situación, revisé algunos detalles en el servidor y en las estaciones, llegué a mi conclusión y salí a darle el diagnóstico a mi Jefe. Me le acerqué, y el estaba fumando un cigarrillo. Entre bocanadas de humo me hizo la pregunta más importante: “puedes resolver el problema?”, a lo cual le respondí con un rotundo “SI”. Entonces me preguntó cuánto tiempo tardaría y qué recursos necesitaba, a lo cual, sin ninguna duda le dije: “no necesito nada, y voy a tardar 5 minutos”. Mi Jefe casi se ahoga con el humo de su cigarrillo, me miró y me preguntó: “5 minutos???”. Me dijo “los expertos que trajeron tienen 15 días aquí trabajando y no han podido resolver el problema, y tú lo vas a resolver en 5 minutos???”. Le insistí en que sí, que lo iba a resolver en 5 minutos, pero que tenía una condición: que sacaran a todos de la sala y me dejaran sólo, y yo, al final, les explicaría a todos cómo lo había resuelto. Luego de unos segundos mirándome fijamente, me dijo que le avisaría al Director, y que me preparara… Unos minutos después estaba sólo en la sala. Tenía a mi disposición el servidor y todas las estaciones de trabajo. Me senté y validé los detalles del direccionamiento IP que tenía el servidor, y validé que no estuviera configurado para asignar direcciones IP a los demás equipos que se conectaran a su red. Luego, revisé en una estación de trabajo la configuración IP que tenía. Finalmente, configuré la estación en el mismo segmento de red del servidor y la magia se hizo! Comenzó a funcionar el sistema de forma perfecta. Repetí la acción en otra estación obteniendo el mismo resultado, con lo cual validé que efectivamente era la solución al problema que se estaba presentando. Antes de que terminaran los 5 minutos que había solicitado, estaba afuera informándole a mi Jefe que estaba resuelto el problema, ante las miradas incrédulas de todos los expertos que tenían días tratando de resolverlo. Con cara de felicidad, mi Jefe se alejó para reportar al Director la situación, mientras le pedía yo a todo el equipo de trabajo que entrara a la sala para explicarles lo que había hecho. Como resultado, el Director pidió que me asignaran a ese equipo por el tiempo que durara el operativo, lo cual representó 15 días en el sitio.
Todas las personas que estuvieron trabajando con el sistema eran reales expertos. Todos estaban más que calificados para resolver la situación que enfrentaban, sin embargo, en muchas oportunidades, no consideramos los detalles más básicos que, como en este caso, afectan en gran medida los resultados. Esta lección la he llevado conmigo toda mi vida, ya que si algo he aprendido es que en los detalles están las grandes victorias. Oportunidades como ésta se me han presentado a lo largo de mi vida profesional, algunas con resultados exitosos, otras no tanto, pero siempre dejándome una lección muy importante.