Estoy sentado en la sala de mi casa, en uno de esos momentos que uno se regala para sí mismo, y mientras el mundo vibra a mi alrededor trato de concentrarme en mis pensamientos, y veo que el sol le está dando directo a uno de los muebles. Veo como se forman las sombras sobre el sofá y pienso que con ese sol se va a dañar el mueble. Siendo el caso que usualmente no le presto atención a esos detalles, me concentro en mis pensamientos, que están inundados de problemas, planes y soluciones, y luego de un rato vuelvo a fijar mi mirada en el mueble y observo que la sombra es mayor.
Me parece que es imposible que el sol se mueva tan rápidamente y fijo un punto en el mueble donde dan sus rayos y espero a ver cuánto tarda en llegar la sombra, y paso algunos segundos totalmente distraído de todo, concentrado en el fenómeno natural quizás imitando a los primeros científicos, y me hago testigo de su avance hacia el punto definido por el movimiento del sol. Me parece increíble ser testigo de ese milagro, o mejor dicho, lo que me impresiona es cómo pasan desapercibidos tantos milagros a nuestro alrededor sin que demos cuenta de ellos, entretenidos en cosas que quizás ni merecen nuestra atención. Me mantengo concentrado en el avance de la sombra, con lo cual disfruto de unos minutos de paz que hacía tiempo no encontraba.
Muchas veces nos empeñamos en que la paz, la tranquilidad, se encuentra en constructos externos, cuando en realidad es algo tan propio, tan íntimo, qué solo necesita ser excitado por algo tan sencillo… Y, a pesar de que el Sol se mueve alrededor del centro galáctico describiendo una órbita inmensa que recorre a la velocidad de 792.000 kilómetros por hora, yo disfruto de unos minutos de paz que parecen detenidos en el tiempo. En los detalles más obvios pero imperceptibles se encuentran grandes fuentes tanto de inspiración como de paz…