Se acercaba la media noche, y andábamos por la vía solo guiados por las luces del carro. Era aquel Caprice Classic una mezcla de tanque de guerra con motor de avión que proveía la seguridad de la victoria en cada trance en el cual se le usaba. La vía a esa hora siempre estaba muy sola, y eso en combinación con lo recta y larga que era, hacía inevitable que antes de irse a dormir alguien gritara “vamos a hacer un Tavacare!”. Y es que “un tavacare” se refería a pasar a lo que diera el carro por la vía que bordeaba Barinas (Venezuela), y donde se encuentra el Fuerte Militar Tavacare.
No era apto para cardíacos aquel compromiso. Solo los mas osados se montaban en los carros que iban a ejecutar la acción. Y lo que sucedía era que se aceleraba hasta el fondo, y de repente, el carro comenzaba como a “corcovear”, como si se apagara y de repente volviera a prender, pero en forma repetida. Luego de la hazaña de cierre, dejaba a los amigos en sus casas y me iba ya a descansar. Dejaba la nave en su sitio, y al día siguiente, cuando me preguntaban “qué hicieron anoche”, pues contestaba con voz de inocencia “nada del otro mundo”, y es que en realidad ya no era nada del otro mundo el hacer rugir ese tremendo motor, ya que lo hacía bastante a menudo.
Un día, el carro tuvo una falla que hizo que lo llevaran al mecánico. Buscando la fuente de la falla, se tuvo que desarmar el motor, y casualmente estaba yo con mi papá cuando el mecánico le explicó a mi papá que uno de los problemas era que ese motor lo habían puesto “a flotar”. Le explicó el señor a mi papá, con partes de las válvulas en la mano, que ese motor había sido sometido a muy altas velocidades, y que lo habían hecho “flotar”, lo cual era evidente por el desgaste en las mismas. Mi papá al comienzo negó que esa podría ser una causa ya que no el ni mi mamá, que eran quienes regularmente manejaban el carro, hacían eso. Pero luego me miró y quien sabe que cara de culpable tenía yo, que decidió callar y no reclamar más…
No sé cuánto costaría la reparación, pero si sé que estuve un buen tiempo castigado, hasta que en otras vacaciones estaba en Barinas una de mis tías y su carrito, un Ford Granada 6 cilindros en V, y como todas las noches, me lo prestaban para ir con los amigos a conversar. Solo que una noche, pasé por una de las calles de una urbanización como a 180 km/h, dando una curva donde casi me volteo, con el pequeño detalle logístico de que justo en la casa de esa esquina se encontraban de visita nada más y nada menos que mis papás… pero ese cuento ya queda para otra oportunidad.