
No han pasado ni dos años desde aquel momento en el que nos enfrentábamos por primera vez al COVID. Basados en la cantidad de fallecidos y en lo terrible que era el proceso que, en aquel momento, llevaba casi irremediablemente a la muerte, comenzamos a tomar distintas medidas para evitar el contagio. Lo primero fué encerrarnos y con esa otras acciones como que sólo un miembro de la familia saliera a lo absolutamente necesario; al llegar con los alimentos la orden era «nadie toca nada». y se procedía a limpiar todo con Lysol; cualquier salida a la calle implicaba que al regreso se debía uno quitar toda la ropa y tomar un baño, y es que en esos días el hecho de contagiarse representaba, casi con certeza, estar a merced de la muerte.
La sombra se iba cerrando sobre uno. Primero eran cuentos de gente muy lejana, pero muy rápidamente comenzaron a contagiarse personas de círculos cada vez más cercanos. Me tocó vivir el caso de dos miembros de mi equipo de trabajo, uno que llegó a estar realmente muy mal pero que afortunadamente logró la hazaña de sobrevivirle al virus; otro que lamentablemente no lo logró; y un tercero que sufrió las concecuencias del contagio al perder a su esposa y dos hijos. No era una exageración. El virus era mortal.
Nunca bajamos la guardia. No podíamos considerando que por mi condición de hipertenso el riesgo era mayor, y nuestra hija, de 12 años, estaba (y así sigue) desprotegida gracias a la política ilógica del gobierno, pero al final nos llegó el día de recibir la terrible noticia de la que tanto huimos: éramos positivos. Los síntomas nos alertaron en primera instancia, y a pesar del miedo buscamos tener la confirmación, lo cual fué un proceso muy complicado ya que no éramos los únicos con la misma duda. Y una vez confirmada la desgracia nos dedicamos a enfrentar con toda la Fé del mundo este reto que nos ponía la vida.
El comentario general es, incluso de parte del gobierno, que son síntomas leves, y quizás es el caso para algunos pero no el nuestro. Los primeros días quise asumir que efectivamente era como una gripe e incluso seguí haciendo todo de manera normal, pero para el segundo día el malestar era inmanejable al punto que no podía estar ni de pié ni sentado sin sentir que me desvanecía, eso combinado con otros síntomas. Por supuesto que la recomendación fué: reposo! Y realmente sólo cuando voluntariamente me dediqué a reposar las cosas dejaron de empeorar.
De ésta experiencia que asumo fué más leve porque en el sorteo celestial nos tocó la variante Omicrón, concluyo que lo más importante es la actitud con la que se asume la situación. Asumir que es algo leve es jugar en una lotería donde, como bien dice el dicho, «la casa siempre gana». Se requiere entrar en «modo de supervivencia» y tomarse muy en serio la situación, y de lo más importante es ser empático con quienes pasan por ese terrible momento. Y la empatía no sólo es apoyando a quien se encuentra contagiado sino siendo muy conscientes, sihguiendo las instrucciones (las buenas, no las pendejadas), y cuidándose convencido de que se quiere evitar tanto contagiar a los demás como ser contagiado.
Por ahora mi familia y yo ganamos ésta primera batalla, pero viviremos con la duda de si habrá otra, y de suceder, si correremos con la misma suerte. Lo que está en nuestras manos es asumir que no es un juego, que sigue muriendo gente y que nuestras acciones son fundamentales. Y de resto, seguiremos en las manos del destino…