Cuando un año más implica muchos años menos


La veo tan emocionada. No haya que hacer entre tanta atención. La dejo que haga lo que quiera, pero sobre todo disfrutar. Llega alguien más con un regalo, y me llama. Me llama emocionada mostrándome su regalo. No sabe si jugar, destaparlo, comer… Y disfruta. Y disfruta, y yo disfruto. La veo, tan inocente disfrutando tanto. Y, pienso. Pienso las veces que he cumplido años y las tantas que mi mamá pudo disfrutar viéndome. Cuánto mis padres lo disfrutaron. Ahora entiendo ese «ya verás cuando tengas tus hijos». Ya lo estoy viendo. Pero realmente nadie me preparó para cuando no estuviera mi mamá. Y es la Ley de la vida, pero no nos preparamos, ni puede haber preparación alguna.
Desde un tiempo después de su partida, la animadversión por celebrar un año más se fue apoderando de mis sentimientos. Y es que tantos recuerdos se me agolpan al ritmo del «cumpleaños feliz», que se hace realmente difícil estar feliz en ese momento. Recuerdo cuando celebrábamos todos reunidos. Las fiestas que formábamos. Tantos momentos felices. Se me hace el nudo en la garganta y aun no termina el «ay que noche tan preciosa». Pareciera detenerse el tiempo. Mas que detenerse, retroceder. Y la veo. La veo tan feliz, y ahora se lo que estaba sintiendo. Esa mezcla de orgullo, alegría y amor. Un año mas de vida que ella había dado. Y me aumenta el dolor en la garganta, y muy apenado frente a mis amigos que se han tomado el tiempo para acompañarme, me esfuerzo para que no se me note el dolor que me abruma justo en ese momento. Y mientras ya comienza el «cumpleaños feliz», mas recuerdos se aparecen. Manteles, platos, tortas, todas con las huellas de mi mamá. Y la vela (ya son muchos años para prender tantas velas) me hacen ver los números que adornaban cada torta: 3, 4, 5, 6… Y llega el momento de soplar la vela, y luego los abrazos. Pero ella no va a estar. Recuerdo que no voy a buscarla. No voy a llamarla. Y alguna lágrima se asoma, pero el momento lo justifica ante todos, y pasa desapercibido el hueco que tengo en frente. Su ausencia está mas presente que nunca.

Pero este año, sucedió un milagro. Como todos los milagros, inesperado. Este año, ella, mi hija, se ocupó de preparar la fiesta sorpresa que siempre quise. Al llegar, los globos estaban puestos, la mesa adornada, y esas manitas me entregaban el antifaz y el gorro, y esa vocecita me decía «sorpresa papá!!!». Se ocupó de la torta, del quesillo. Hizo que se movieran todos en función del cumpleaños, y a pesar de sus 3 años lo logró! Pero no solo logró eso. No. También logró que desapareciera ese anhelo, esa búsqueda. Al soplar la vela, me preguntó: «papá te gustó tu cumpleaños? Estás feliz?». El nudo se me hizo en la garganta. Los ojos se me llenaron de lágrimas. Pero, sonriente, y realmente feliz, le dije «si hija, estoy muy feliz, y es el mejor cumpleaños que he tenido. Muchas gracias!!!».

Obviamente, ella no sabe el efecto liberador que causó en mi. No tuve que buscar, porque caí en cuenta que, como siempre, allí estuvo mi mamá. Estuvo en sus ojos, estuvo en su risa, estuvo en su empeño por celebrarme el cumpleaños. No me dejó caer. Y ahora, nuevamente, recuerdo cuando me decía «espera que tengas tus hijos». Como siempre, cuanta razón tenía, cuanta razón tuvo…

Un año mas de vida, de vida que me dieron, y que debo aprovechar. De vida que ahora debo dar y conducir, espero que con la misma firmeza y orientación que me tocó. Aún el vacío se siente, pero ya hay esperanza de que se llene, al menos que se aminore. Un año me queda para la próxima celebración, y a diferencia de los años anteriores, ya espero con ansias la sorpresa que me preparará mi hija.

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