Desde que nací, en mi casa había una biblioteca. En un momento fué tan grande que llenaba, ella sola, todo un cuarto. Mi papá y mi mamá siempre estaban leyendo; mi papá en su maletín siempre tenía libros. Cuando nos mudábamos, la mitad del esfuerzo era por los libros. Así crecí y, por supuesto, en mi casa siempre ha habido una biblioteca.
Para mi, pocas cosas son tan personales como un libro. Recuerdo cada libro que me han regalado, y me viene a la mente el momento y lo que sentía al leerlos. Lo que he comprado, esa es otra historia, ya que soy de los que se meten en las librerías y hojeo los que por el título me llaman más la atención, y en esa lectura rápida siento que por alguna razón debo comprarlos, con lo cual paso a la segunda fase, que es el tema del precio. Cuando el tiempo me lo permitía, me dedicaba a buscar ese «click» entre los libros de bajo costo, y lograba conseguir algunas joyas. De vez en cuando me daba un lujazo al compmrar un libro de esos que, por lo general, eran los que más me gustaban, pero también eran los más costosos. Y están los libros heredados. Esos que siempre vi en la biblioteca de la casa, o en el maletín de mi papá, o en su mesa de noche, o del que con tanta emoción contaba algo. De esos son varios los que siempre tuve en mi biblioteca.
Debo confesar que tengo una relación que puede entenderse como muy extraña con los libros. Para mí, es necesario tener no solo una lista sino los libros que voy a leer. No tenerlos es como que no hay más nada que hacer, que es el final del camino, por lo cual siempre me mantengo comprando libros y llenando mi biblioteca. Esto ha implicado la necesidad de ir requiriendo más espacio para mis libros, que se traduce en más espacio por ocupar en la casa, lo cual no es de los motivos más resaltantes de alegría para mi esposa, por lo que, al no tener más espacio para mis libros, lo que hacía era «atapuzar» las bibliotecas por todos lados. Para mi, ver mis libros siempre ha sido importante. Nada como llegar a la casa con una idea en la cabeza y seguro de que las respuestas están en mis libros, e ir a mi biblioteca y comenzar a buscar. Ir hojeando a los que se parecen al que busco, encontrar muchas cosas interesantes que no buscaba, poner en el tope de la lista alguno que otro libro para leerlo y al final encontrar lo que buscaba. O, como entiendo que hacemos muchos de los fanáticos a la lectura, en ese momento antes de ir al baño, buscar, ya con los pelitos parados, ese libro que tiene la lectura ideal para esos minutos de gloria…
Obviamente, por más que uno intente, toda biblioteca tiene una capacidad física que es imposible de cambiar, de manera que cuando comencé a necesitar más espacio para mis libros… me hicieron entender que había otras prioridades… y comencé a preocuparme. Una opción era salir de algunos libros para tener espacio disponible, pero no!, jamás salir de mis libros! Pero, los tiempos habían avanzado, y comencé a pensar que la solución era tener un Kindle. La opción era tentadora: tener disponible todos mis libros sin ocupar espacio. Comencé a leer y había, como en todo, los detractores y los entusiastas. Los primeros decían que se perdía el «feeling» de un libro verdadero, que no era lo mismo por el peso, etc. La verdad es que yo, como he sido apasionado de la tecnología, pues no tenía problema de probar. Al final, en un viaje que hice a los Estados Unidos, se me presentó la oportunidad. Tenía el dinero, la necesidad, el plan, y para las dudas, mi amigo Andrews me dió el empujón que final que necesitaba y me compré mi Kindle. Luego de algún tiempo me acostumbré y me volví fiel usuario. Quizás el único problema que encontré fué el precio de los libros, pero era algo manejable. Tenía mi biblioteca con mis libros de verdad, y ahora podía seguir ampliando mi lista a futuro de lectura sin ocupar mas espacio que el del kindle. Pero, llegó el momento en que tuvimos que mudarnos nuevamente, sólo que ésa vez era de país. Por el costo, sencillamente se hacía imposible llevarme mis libros, por lo cual decidí donarlos. Los conté todos, revisé cada uno en búsqueda de hojas o cosas que a veces se dejan en los libros. Siempre tuve la costumbre de escribir en la primera hoja de cada libro mi nombre y la fecha en la cual comencé a leerlo, de manera que cada libro que iba revisando me decía cuándo lo había leído por primera vez. Los conté, anoté los títulos, y los metí en las bolsas donde finalmente los llevé a la biblioteca donde tenía la esperanza de que serían tratados tan bien o mejor de como los traté yo. Así, solo tenía la lista de mis libros viejos, mas los que conformaban mi colección en digital. Para el kindle, encontré la manera de ubicar libros buenos a muy bajo precio e incluso gratis, de manera que la lista en digital ya triplicaba la cantidad de los que tuve en papel. Pero el sistema, por mas bueno, no me era satisfactorio.
Tenía los libros en el Kindle, pero para verlos todos no era fácil ni cómodo. En Amazon, se tiene la lista de todos los libros comprados, y aunque se pueden hacer más listas, pues no es ni cercano a esa capacidad de ver los libros como cuando se tienen en una biblioteca. Comencé a utilizar Goodreads, y es bueno, pero tampoco provee esa libertad de ver los libros e interactuar con ellos como lo hacía antes. En esa búsqueda de métodos de organización personal, comencé a utilizar Trello. Al comienzo, principalmente para cosas relacionadas con mi trabajo, pero después comencé a inventar, para al final llegar a una solución que, al menos en mi caso, cubre la mayoría de mis necesidades considerando las opciones disponibles con los libros en digital.
En la segunda parte, detallaré lo que hice, cómo lo uso y cuán satisfecho estoy con el método. Por ahora, dejo la imagen de mi nueva biblioteca, la cual siempre llevo a todo sitio donde voy…
Un comentario en “Recuperando mi biblioteca (Parte 1 de 2)”