Me llama mucho la atención cuando ante un saludo en el que me preguntan “¿Cómo estás?” respondo enérgicamente con un “EXCELENTE!!!”, y hasta llegan a preguntar “ah! Y trabajas en otra empresa??”. Y en otras oportunidades incluso me han criticado y señalado por ser muy optimista porque me comprometo con objetivos que otras personas consideran imposibles y que alcanzarlos significaría que se eleve el nivel de exigencia ya que mi optimismo hace que se vea muy fácil la tarea a realizar.
Resulta tristemente interesante que exista ese “estigma optimista”. El problema es que lo común es caer en el error de confundir el optimismo con “optimismo ciego”, el cual podríamos definir como la absurda fe de que las cosas siempre serán mejores, que los problemas se arreglarán solos, o que si sólo tenemos la esperanza de que las cosas mejorarán, eso sucederá. El optimismo ciego no sólo es absurdo sino peligroso, porque si nos sentamos sólo a esperar nunca avanzaremos. En mi caso nunca me he sentido identificado ni he asumido ese tipo de optimismo. Por el contrario, para mi el optimismo consiste en ver los problemas como retos que son posibles de atender. Pesimismo es una tendencia de ver los peores aspectos de las cosas, o de creer que lo peor sucederá. El optimismo, en contraparte, es la esperanza y confianza sobre el futuro o del éxito en algo.
Desde mi punto de vista el error que se comete es que se ve al optimismo como una excusa para no hacer nada. Se piensa que es el pesimismo el que genera los cambios mientras que el optimismo nos mantiene donde estamos. En general, los optimistas son los que hacen que las cosas suceden porque son los que están dispuestos a arriesgar su reputación, dinero y tiempo ante una oportunidad para resolver un problema lo cual genera una alta exposición al fracaso que es lo que hace que muchos consideren absurdo el ser positivo.
Ser positivo no es fácil. De hecho, muchas veces se siente como una carga que establece una brecha enorme sobre todo en situaciones en las que se requiere obtener un resultado que obliga a ser innovadores, a “salirse de la caja”. La mayoría de las veces lo normal será que se busque apuntar al que es positivo como el equivocado con lo cual se estará dejando de lado oportunidades importantes. Cuando se tenga la dicha de contar con alguien positivo en su equipo, escúchelo, dele la oportunidad de compartir, no lo anule. Seguramente su propuesta parecerá loca pero con toda seguridad tendrá un plan completo de cómo lograrlo. Y por supuesto habrá riesgo de que no suceda, pero eso es una constante que estará presente con cualquier opción. La diferencia está en que el fracaso del plan de un optimista nunca será porque no crea en lo que hace, lo cual significa que agotará todas las vías para lograrlo de forma resiliente, mientras que es muy probable que el grupo ni siquiera crea que es necesario hacer ello, defendiendo a muerte el Statu Quo y, muy seguramente, matando toda oportunidad incluso antes de siquiera pensar en la solución. Y si matar es pecado, entonces el pecado no está del lado de quien es positivo…


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