El asesino silencioso de archivos Excel


Fernando J. Castellano Azócar

Hay algo que me pasa casi todos los días y me da risa cuando lo pienso: creo archivos de Excel que viven menos que una historia de Instagram. A veces ni siquiera les pongo nombre. Solo los abro, trabajo en ellos unos minutos, los adjunto a un correo… y después los cierro sin guardarlos, sin mirar atrás.

Si esos archivos fueran personas, yo sería un asesino de élite. Frío, eficiente, implacable. Un sicario corporativo con una tasa de éxito del 100%. ¡Ni un solo testigo! No hay rastro de ellos. Nunca hubo. Nada en la papelera, nada en el backup, nada que delate su existencia.

Claro, suena exagerado —y lo es—, pero también es un reflejo curioso de cómo funciona el trabajo moderno. Creamos cosas todo el tiempo que están destinadas a desaparecer casi de inmediato. Resúmenes, reportes, tabulaciones, versiones temporales, análisis exprés… trabajos que cumplen una función efímera y luego se disuelven en la niebla digital como si nunca hubieran existido.

Y sin embargo, en su breve vida, esos archivos cumplieron su propósito: aclarar una idea, ayudar a tomar una decisión, responder una pregunta urgente. Son como los héroes anónimos de la oficina. Vienen, hacen lo que tienen que hacer y desaparecen sin esperar agradecimientos.

A veces me pregunto si no deberíamos rendirles algún tipo de homenaje. Un archivo honorífico llamado “SoldadoCaído_v1.xlsx”. O al menos un minuto de silencio antes de apretar “No guardar”.

Pero tal vez eso sería complicarnos más la vida. Porque lo cierto es que está bien que muchas cosas en el trabajo sean temporales. No todo necesita quedarse. No todo merece ser archivado. De hecho, ser capaces de crear rápido y soltar rápido también es una habilidad.

Así que aquí estoy, con otro Excel anónimo que acaba de nacer y que sé que no llegará a la hora de almuerzo. Le doy clic a “Adjuntar”. Después a “Enviar”. Y, finalmente, sin remordimientos, “No guardar”.

Y sigo con mi día.


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