Cuando era pequeño solía ir con mi papá a su trabajo. El era biólogo y en la Universidad desarrollaba trabajos de investigación de manera que era muy divertido cuando pasaba todo el día en su laboratorio donde aparte de ver lo que hacían, me enseñaban a usar los instrumentos y hasta participaba con alguna responsabilidad en las investigaciones en desarrollo. En muchas oportunidades pasaba por el sueño de ser también un investigador y trabajar con mi papá, ambos de bata blanca, y hasta recibiendo un premio juntos, un Nobel para los Castellano.
Quizás uno pasa por el pensamiento de querer que sus hijos trabajen con uno sólo para tener la oportunidad de estar con ellos más tiempo y por supuesto mantener el manto de protección, lo cual termina siendo poco probable que suceda. Pero entre las cosas que nos trajo la pandemia estuvo la oportunidad de tener a mi hija de vecina de oficina. Sólo una pared nos separaba en el horario en el que yo trabajaba y ella asistía a clases. Así como yo escuchaba mucho de lo que ella hacía con toda seguridad ella escuchaba lo que yo hablaba, y en algunas horas nos encontrábamos en medio de los descansos que ambos teníamos y conversábamos.
Lo muy poco probable se hizo realidad y por el tiempo de la pandemia estuve trabajando con mi hija. Una vez que comenzaron a normalizarse las cosas cada uno regresó a su rutina original pero en mi caso me queda ese sentimiento de agradecimiento con la vida por la oportunidad de lograr ese sueño de trabajar con ella, quien sin lugar a dudas ha sido la mejor compañera de trabajo que tendré siempre.