Fernando J. Castellano Azócar
Me pongo a escuchar a Soda Estéreo y recuerdo muy claramente cuando mi mamá (y mi papá) me compraron aquel disco de acetato, “Ruido Blanco”, uno de los mejores para mi. Y así, para cada cosa que hago en mi vida surge un recuerdo muy intenso relacionado con mi mamá. A pesar de ser el inevitable paso de la vida según el cual los hijos entierran a los pares, a mi me tocó antes de tiempo. Demasiado. Quizás la intención de la vida e irnos preparando para ese momento, y si cuando lo inoportuno llega cuando es “normal” nos afecta, mucho mayor el el golpe si es antes de eso. Cuantos planes teníamos, algunos super detallados, y la verdad es que nunca, pero nunca, pudimos ni siquiera pensar en que no estaría presente. Pero sucedió, y de esa experiencia, por esa experiencia, se me hizo extremadamente difícil el celebrar, como siempre lo hice con ella mientras estuvo viva, el día de las madres. Si hay dos fechas en el año que me anulan son el día de las madres y el de su cumpleaños. Al comienzo me abrumaban los recuerdos así como la frustración de no poder estar con ella, de no contar con ella. Por ello entraba en una depresión profunda que me volvía como un animal maltratado, pero cuando la vida me dió a mi hija, reflejo casi perfecto de su abuela, tuve que aprender a regular ese mal sentimiento de odio porque ella no merecía cargar con la cruz que yo me había auto impuesto. Ahora tenía que acompañarla a celebrar ese día con su mamá, y con muchos años de esfuerzo sentí que controlaba ese volcán de odio con la vida por haberme quitado a quien tanto quería tener conmigo siempre. Pero si algo tenía mi mamá era hacernos ver lo que nos impedía avanzar y adaptarnos. Cuantas veces hablamos y me lo dijo, aunque yo en ese tiempo no estaba preparado ni para escucharlo ni para ejecutarlo, pero como en una jugada del destino, ahora que vivimos en México me toca celebrar ya no una vez sino dos! Y ahora lo tomo como un recordatorio de cuando mi mamá me decía “tienes que buscar la salida, tienes que lograr lo que piensas que no puedes”.
24 años han pasado y ese dolor no se me pasa, y ahora voluntariamente quiero que siga ahí. Todos los días tengo mil razones para renunciar, para esconderme, para no salir adelante, pero siempre, siempre, hay una cosa que me hace reorganizarme y adaptarme: aquella sonrisa con la que me daba esa seguridad de que las cosas saldrían bien.
Feliz Día, Mamá!


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