Fernando J. Castellano Azócar
Hay momentos en la carrera de cualquier líder en los que el reto no es técnico, no es financiero y no es operativo: es emocional. Son días en los que, aunque por fuera todo parece avanzar, por dentro sientes que vas sobreviviendo a pulso.
Hace algunos años tuve dos días seguidos así. No fueron los peores en términos de resultados; de hecho, las metas se habían superado ampliamente. Sin embargo, emocionalmente me sentía exhausto.
Todo comenzó con algo aparentemente trivial: me pidieron que diera un número, una proyección, una cifra para una decisión clave. Yo la di. Pero di un número muy distinto al que otros estaban considerando.
Y esa diferencia -esa discrepancia entre expectativas y criterio propio- desató un ruido innecesario.
Lo que leo en mi diario de esos días es muy claro: la verdadera carga no era la cifra, sino lo que representaba.
Representaba asumir una posición técnica que no agradó. Representaba decir lo que honestamente veía, aunque fuese incómodo. Representaba mantenerme firme, sabiendo que otros querían escuchar algo distinto.
Y aún así, mientras yo navegaba esa tensión, lo cierto es que los objetivos no solo se habían cumplido… se habían superado.
Pero ese logro pasaba a segundo plano. Importaba más justificar por qué mi número era distinto que celebrar que el equipo había entregado más de lo esperado.
Esa incongruencia desgasta.
Ese tipo de días son los que no salen en ningún reporte. Son los días invisibles del liderazgo.
Con el tiempo entendí algo fundamental:
liderar no siempre duele porque faltes a lo técnico; a veces duele porque estás cumpliendo demasiado bien, pero molestando con tu claridad.
Ese es el tipo de desgaste del que nadie te advierte.
¿Cómo evitar que ese ruido te frene? Hoy lo conecto directamente con mi metodología REIP:
Reflexionar: escribir mi diario fue el primer acto de honestidad. Al releerlo años después entendí cuánta energía estaba gastando para justificar lo que ya estaba dando resultados.
Emular: busqué referentes -como Marco Aurelio- que también lidian con el deber y la incomodidad de decir lo correcto.
Intentar con Intención: aprender a separar mi valor personal del ruido circunstancial. Entregar claridad sin cargar con la necesidad de agradar.
Practicar: repetir el hábito de comunicar con firmeza, aunque la reacción emocional del entorno no sea la más cómoda.
Hoy sé que esos dos días no fueron un fracaso; fueron un espejo.
Un recordatorio de que cumplir expectativas no es lo mismo que alinear percepciones. Que superar metas no te blinda del ruido. Que decir lo que crees que es correcto tiene un costo… pero tiene un valor infinitamente mayor.
Y sobre todo: que el liderazgo real no siempre está en los días en que todo fluye, sino en aquellos en los que lo lograste todo… y aun así dudaste de ti.
Ese es el tipo de liderazgo que, con práctica, se vuelve más sereno, más consciente y más intencional.
Menos excusas. Más intención.


Deja un comentario