Tener lo mejor no garantiza el éxito


Como todo niño, siempre tuve una bicicleta. Inicialmente, la que tuve cuando aprendí a manejar bicicleta era verde, con dos rueditas. Aprendí con las dos rueditas. Luego, con mis amigos, decidí quitarle una rueda. Lo hice, me caí varias veces, pero insistí, como es natural, y al final le quité la ruedita restante. Me sentía todo un experto, así que comencé a hacer maniobras, hasta que me caí de verdad. Fue un golpe grandísimo. Iba a cierta velocidad, y traté de girar el volante violentamente, quedando la rueda en tal forma que fue equivalente a utilizar solo el freno delantero, de manera que, debido a la ley de acción y reacción, y a superman, salí volando, brazos extendidos y todo, hacia delante, golpeándome la cara, el pecho, las piernas (especialmente las rodillas), y toda aquella parte de mi cuerpo que ayudó a amortiguar la caída.

 

Años después de la escena anterior, siempre quise una bicicleta nueva. Aun me quedaban restos de esa primera bicicleta, por lo cual se hacia mas profundo ese deseo por una nueva. Pero, como de costumbre, no era cualquier bicicleta la que quería. Quería lo que estaba de moda para la época, que eran las bicicletas de carrera. Corría el primer semestre del año 1982, al final del cual egresaría del sexto grado. Por alguna razón que ahora no viene a mi mente, quizás el aniversario de la escuela, se correría una carrera de bicicletas. No habría mejor oportunidad para ir por el oro. En diciembre del año anterior (1981), había recibido como regalo nada más y nada menos que una bicicleta Grandmaster semicarrera, rin 20 (como la que muestro en la foto, pero la mía era gris). Aun recuerdo hasta el olor de la casa en ese momento, cuando recibí mi bicicleta. Trujillo, en esos días, era una ciudad muy tranquila. El 25 de diciembre del año 81, me paré muy temprano (si es que dormí), y me fui a estrenar mi bicicleta. Claro está, el tamaño de la misma era tal, que yo, montado, no tocaba el piso, de manera que debía primero resolver el problema relacionado con el hecho de que si me montaba y comenzaba a andar, no podría parar al menos hasta donde hubiese o una acera, o algo que me atajara. Por ello, era casi imposible que montara la bicicleta en la calle del frente de la casa, por lo cual decidí irme caminando hasta un sitio suficientemente seguro. Como era 25 de diciembre, realmente no había nadie en la calle al menos a esa hora. Yo iba caminando, y pasé el seguro social (en la misma calle comercio donde vivíamos); llegué al country y tomé la vía hacia el estadio de beisbol. Ya ahí, me decidí a montar por vez primera esa demostración de ingeniería. Crucé la calle para ubicarme en la que iba en dirección a mi destino final (el estadio) , coloqué la bicicleta al lado de la acera, con un pedal sosteniendo la misma, me monté y arranqué. Al comienzo fue medio difícil controlar la máquina, pero al final lo logré. Llegué a mi destino, y estuve mucho tiempo dándole vueltas al estadio. Ya entrada la tarde, regresé a la casa, llegando justo hasta el country club, desde donde hube de bajarme de mi bicicleta e irme caminando hasta la casa. Esta rutina la repetí todos los días al menos mientras duraron las vacaciones decembrinas, y al regreso a clases al menos 2 o 3 días por semana, aparte de los fines de semana.

Como comentaba, al enterarme de la carrera que iba a haber, corrí a inscribirme. Comencé a practicar. Mi bicicleta tenía 10 velocidades. No entendía muy bien para que servían, pero evidentemente era una ventaja frente a cualquier otro contrincante que no tuviera una bicicleta igual a la mía.

Llegó el día de la carrera. Cuando llegué a la escuela, de inmediato las apuestas se voltearon a mi favor. Tenia una bicicleta de carreras, tenia tamaño suficiente, y todos los profesores de inmediato se lamentaron por los demás niños, quienes en sus pobres bicicletas, jamás serían competencia para mí. Esta sobrado pues!. Por supuesto que llegué y de inmediato me ubiqué en la acera, justo en la línea de partida. Éramos muchos los participantes en la carrera. Nos preparamos, y dieron el pitazo de salida. Yo, siempre pensador, había establecido mi estrategia en aprovechar al máximo las velocidades de mi bicicleta. Por ello, decidí poner la misma en lo que era la décima velocidad, que era la más suave, para así no agotarme al comienzo de la carrera. Claro, hasta que sonó el pitazo no pude ver el error que cometí; esa velocidad es la que se usa, por ejemplo, en una subida muy fuerte, donde hay que pedalear mucho pero se avanza muy poco. Arranqué y de broma no me caí en los primeros metros, ya que comencé como loco a darle a los pedales, y la bicicleta no avanzaba nada. Mientras tanto, los otros niños, en sus piazo de bicicletas, ya me llevaban una ventaja considerable. Por los nervios, no supe que hacer. Seguí y seguí y seguí pedaleando pero no avanzaba. Veía las miradas acusadoras de todos los que me rodeaban, de las cuales entendía que no era posible que yo con esa madre bicicleta no fuera de primero. Caí en cuenta de lo que estaba sucediendo, y de inmediato cambié la velocidad. Todo comenzó a normalizarse, pero estaba realmente agotado por esos primeros metros corridos. A pesar de mi esfuerzo y mi aprendizaje rápido y obligado del uso de las velocidades, ya era tarde. No solo perdí la carrera, sino que llegué de último. Para completar, el que ganó fue un chamo que quizás ni siquiera comía completo; su bicicleta era la peor de todas; no tenia frenos; de broma tenia aire en los cauchos, pero ganó. Tuve que aceptar tristemente mi derrota, y de paso, me tuve que ir a la casa con la bicicleta al hombro, porque no podía irme manejándola por el peligro que esto representaba.

 

De esta experiencia aprendí que el hecho de que uno considere que cuente con la mejor tecnología y los mejores implementos, no significa tener el triunfo asegurado. Por un aparte, hay que saber utilizarlos, pero lo más importante es que no se debe menospreciar al contrincante, aun cuando ni siquiera cuente con los elementos necesarios para garantizar su triunfo.

 

Esa fue mi penúltima bicicleta. Duró hasta un día en que decidí desarmarla para limpiarla, y luego, cada vez que trataba de armarla, me sobraban piezas. Sobrevivió a Trujillo, me la llevé por partes a Barinas, y allá la vendí muy barata, ya que era casi chatarra. Y a quien se la vendí, días después, paso por mi casa muy contento puesto que había recuperado la potente máquina, y se había hecho de una tremenda bicicleta por un precio irrisible. Cosas que pasan en la vida…

2 opiniones en “Tener lo mejor no garantiza el éxito”

  1. Fernando:Quería agradecer tus comentarios en mi blog, me alegra que alguien lea y le gusten mis críticas. Me encanta el toque personal de tu blog, varias partes de tu vida están expuestas en estos artículos y la contás de forma que interesa a otros.

  2. Buen escrito sobre que el Tener lo meor no garantiza el éxito, es importante que nuestra mente esté limpia y lista para definir «lo mejor» para cada uno de nosotros.

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