Dicotomía Venezolana: Guerra y Unidad


LA GUERRA ES PAZ
LA LIBERTAD ES ESCLAVITUD
LA IGNORANCIA ES PODER

En Venezuela, según el gobierno, vivimos en Guerra. Guerra económica, guerra a la corrupción, guerra al imperio, guerra al contrabando, guerra al capitalismo y últimamente, guerra a la Unidad.
Por otro lado, tenemos una Unidad en guerra, y una guerra por la Unidad. Total, que de un tiempo para acá todo lo que nos rige tiene que ver o con la guerra, o con la unidad, o con cualquier forma de combinación entre ambos conceptos.

La guerra es bastarda. Bastarda porque no tiene apellido, y si se le coloca, no hay apellido que le quede bien. Guerra es Guerra. Es un enfrentamiento entre dos partes opuestas. Y para un pueblo como el venezolano que no ha vivido en guerra desde hace 200 años, la guerra es solo un argumento para una buena película. Por eso es que nos quedamos tan tranquilos ante la insistencia de que estamos en guerra, simplemente porque no sabemos lo que ese concepto es.

La Unidad es la propiedad que tienen las cosas de no poder dividirse ni fragmentarse sin alterarse o destruirse. En Venezuela el termino está como secuestrado por el ámbito político, ya que definirse en unidad se interpreta como perteneciente al conjunto de personas «unidas» por el deseo de un cambio de rumbo. En mi criterio, mas que unidad, a eso debería llamársele «cambio» o cualquier otro epíteto, pero no unidad.
La unidad siempre será un prefijo positivo a cualquier palabra o concepto. «Unidad democrática» suena muy bien, aun cuando no se haya logrado tal fin; «unidad socialista», «unidad pragmática» y hasta «unidad nazi» suena bien. El problema está cuando se quiere aprovechar el termino de la unidad sin considerar las implicaciones intrínsecas. Unidad no es «estar juntos». Unidad es ser indivisibles en el tiempo a pesar de cualquier circunstancia.

No se trata, entonces, de decidir si estamos en guerra o en unidad. Se trata de contar con la libertad de poder decidir, simple y llanamente, sin preocuparse por consecuencia alguna, todo a la sombra de un sistema político que asegure el bienestar de todos y cada uno de los venezolanos por igual.

La realidad venezolana se parece cada día mas a lo escrito por George Orwell en su libro 1984. En el libro, se puede leer:

«…Se espera que hasta el mas modesto de los afiliados al Partido sea competente, trabajador y hasta inteligente, dentro de los limites estrechos, pero también se requiere que sea un fanático iluso y crédulo, en cuyo humor prevalezcan el temor, el odio, la adulación y un triunfalismo frenético. En otras palabras, es necesario que tenga una mentalidad apropiada para un estado de guerra. No importa que la guerra acontezca en realidad porque, como no es posible una victoria decisiva, tampoco importa si la guerra va bien o mal. Sólo se requiere que exista un estado de guerra…»

En un resumen del libro se encuentra la siguiente información:

El Partido es la organización a la que han de pertenecer todas las personas, a excepción de los «proles», que con todo, constituyen la inmensa mayoría de la población. Estos últimos están mantenidos en la miseria más abyecta, pero se les entretiene de diversas formas por parte del Partido para preservarlos contentos en su situación. Prácticamente sólo saben obedecer órdenes y se los considera incapaces de rebelarse; se les conceden los mismos derechos que a los animales y, de hecho, la Policía del pensamiento apenas los vigila: «a los proles se les permite la libertad intelectual porque no tienen intelecto alguno».
La familia es apenas tolerada por la ideología del Partido; es una práctica común la denuncia de traición al partido por parte de hijos pequeños a sus padres.
Los lemas del Partido son:
«Guerra es Paz, Libertad es Esclavitud, Ignorancia es Fuerza»
En la novela un miembro del Partido, O’Brien, explica su significado, invirtiéndolos.
  • La Guerra es Paz: ya que la guerra provoca que los ciudadanos no se levanten contra el Estado ante el temor al enemigo; de esta manera se mantiene la paz. Por eso O’Brien dice que su verdadero sentido sería: «Paz es Guerra»
  • La Libertad es Esclavitud: pues el esclavo se siente libre al no conocer otra cosa, de este modo; «Esclavitud es Libertad»
  • La Ignorancia es Poder: debido a que la ignorancia evita cualquier rebelión contra el Partido, por lo cual «El Poder es Ignorancia», concluye O’Brien.

A la luz de lo indicado hasta ahora, se hace evidente la intención de mantenernos imbuidos en el concepto de guerra. Para todo estamos en guerra, incluso por y para la unidad. Por ello, se hace urgente olvidar ese concepto, no comportarnos como en guerra contra estar en guerra, y simplemente estar en Paz. Solo cuando lleguemos a ese punto, lograremos reconocernos como pares y unirnos para mantener el estado sociopolítico que decidamos. Porque si seguimos como vamos, solo seguiremos siendo parte del proceso de acompañamiento por la guerra, en lugar del de unidad por la paz.

Sexo y la Universidad


«Si ‘sex and the city’ es un producto tan famoso, no puede ser tan malo escribir sobre el sexo y la universidad», pienso mientras finalmente decido escribir sobre el tema…
No espere el atrevido lector encontrar una transcripción de lo que se que sucede en la universidad, donde por lo general se descubre, a veces de buena y a veces no tanto, el mundo del sexo. No. Por el contrario, trato de escribir sobre las implicaciones que tiene la educación, el hogar, los padres y los amigos en ese tema tan íntimamente unido a los días de la universidad.

Mi mamá era particularmente estricta con el tema del sexo. A partir del momento en que me fui a estudiar en la universidad, se generó una sinceridad de lenguaje que llenaba los momentos y espacios mas inesperados, con lo cual lograba que no bajara la guardia nunca.
Eran otros tiempos muy distintos a los de ahora. Un embarazo significaba, en el caso de las mujeres, la vergüenza familiar y la muerte social para ellas; y en el caso de los hombres, el abandono del sueño de estudio, debiendo dedicarse a asumir su responsabilidad, realizando cualquier tarea que requiriese un coeficiente intelectual igual al que usó al dejarse llevar por su miembro masculino. En pocas palabras, era preferible una gonorrea que un embarazo. Nada más característico de aquellos días que la canción de Franco deVita «somos tres», que significaba la frontera en que la mujer embarazada decidía enfrentar la tragedia sola ante la seguridad de rechazo del padre de la criatura por el sacrificio que debería hacer, a pesar de lo cual, inspirado por el amor, decidía asumir su responsabilidad a pesar de las oscuras circunstancias que envolvieran ese futuro incierto para los tres. Uno escuchaba en silencio aquella canción, y en mi caso recordaba simultáneamente la lista de acciones que ejecutaría mi mama al saber que su hijo había cometido tamaña contrariedad.

Gracias a la juventud y al ímpetu de sentirse libre, a pesar de las conocidas consecuencias (todos teníamos casos cercanos de embarazos no deseados), no había manera de escapar al destino. Insisto, eran otros tiempos, y en Mérida habían pocas y por lo general muy conocidas y concurridas farmacias. Esto significaba que comprar unos preservativos era, de por si, una aventura, que pensándolo en perspectiva, como que era a propósito para bajarle a uno las ganas…
Primero, solo habían 2 marcas. Luego, uno entraba en la farmacia, por lo general llena de personas muy mayores (a los 17 años cualquier persona de 20 en adelante es vieja), por lo que uno esperaba que se desocupara un poco el local. Los preservativos seguramente los guardaban en una caja fuerte donde nadie los viera. Y de paso, en ese preciso instante siempre tocaba que lo atendiera a uno la persona mas anciana que había en la farmacia. Así, entre la sordera de la señora, uno hablando bajito para que el grupo de jugadoras de canasta que justo entraba en ese momento no escuchara lo que se requería, y de paso el casi infarto que le daba a la señora al entender lo que se le estaba pidiendo, por lo cual tumbaba la ristra de bolsitas de manies que siempre estaba detrás del mostrador mientras buscaba ayuda, pues uno quedaba descubierto, siendo objeto de miradas que sólo merece un depravado sexual. Finalmente llegaba un joven, que voz en cuello preguntaba «quien es el que busca condones», con lo cual quedaba uno al descubierto al voltear todas las cabezas como si se tratara de la familia de Linda Blair, todas bajo la influencia del maligno. Finalmente salia uno con su bolsita marrón con el tan necesario elemento.

Parte de las fantasías de aquellos días era ser parte de un encuentro sexual no planificado. Para ello, y con miras a no arruinar la oportunidad al tener que negarse para evitar el terrible embarazo fortuito, uno cargaba un preservativo en la cartera. Nada mas inútil que eso. Inútil, por una parte, porque al menos a mi jamas se me presentó la oportunidad. Claro, nunca fui de los mas agraciados, de manera que quizás eso les sucedía a los miembros del grupo elite de los deportistas y/o músicos. Por otra parte inútil porque en caso de darse el fantasioso momento, aquel preservativo sometido a calor y peso por quien sabe cuanto tiempo, con toda seguridad no iba a cumplir su cometido. Los mas organizados reemplazábamos la preciada carga regularmente, con la esperanza de estar preparados para aquel ansiado momento en que se cumpliera la fantasía.

Uno comenzaba a manejar información que resultaba importante saber, y que por cosas de género y el machismo de la época, pues era casi tabú. Se sabia que las mujeres tenían la menstruación cada 28 días. Así, los mejores días para tener sexo sin preocuparse por el uso del condón eran los 5 días antes de la llegada de la «regla», y los 5 posteriores. Y quienes querían estar mas a salvo, esperaban para tragarse el semáforo «en rojo» con lo cual se tenia plena y absoluta seguridad de que nada podía ocurrir. También se aprendía que habían unos días que jamás, nunca, bajo ninguna circunstancia, se debía ni siquiera ver a la pareja. 14 días luego de irse la menstruación, venia el período de ovulación, y nuevamente, 5 días antes y 5 días después de esa fecha, no se podía ni sacar a la novia a un baño público, pues se tenia la información de que en esos momentos, si usaba un baño donde algún ocioso hubiese tenido sexo autoinflingido, podría quedar embarazada y no habría manera de demostrar que no era de uno. No existía el ADN, ni google, ni twitter… Total, que a 28 días había que restarle 5 de la menstruación, un día de ovulación, 10 días alrededor de la fecha, y se tenían 12 días disponibles para sexo «seguro», pero considerando que había que buscar el momento, ya que no se tenia ni carro ni plata para un motel, y restando los días que había que estudiar, etc, pues realmente el condón era una exquisitez que terminaba no siendo necesario. Para aquellos dias no existian las » app» de ahora, y resultaba incomodo comenzar las relaciones intentando obtener los detalles de la fecha de la ultima regla, para meter los datos en el sistema que se había hecho en la calculadora programable y así llenar el almanaque que siempre acompañaba aquel triste condón en la cartera. Pero, aquellos minutos en que finalmente se podía estar con la pareja, por lo general lo agarraban a uno desprevenido, sin condón y en plena ovulación, en lo cual se caía en cuenta, obviamente, cuando toda la teoría había pasado a ser historia.
Venía entonces aquel encuentro en el cafetín, aquella situación donde definitivamente se separaban los hombres de los niños. Aquel «tenemos que hablar», que había hecho que perdiera la explicación de las integrales dobles, pensando en el grave problema en que se estaba y en como iba a explicárselo a mi mama, llegaba al momento cumbre cuando sentados en las sillas plásticas se escuchaba el temible «no me ha llegado». Uno de mas bolsa buscaba asegurarse preguntando «estas segura?», y una cabeza gacha, con una lágrima recorriendo la mejilla, asentía a la pregunta realizada. Todas las alarmas se disparaban. No había ni un toque, ni una caricia, y solo un «vamos a salir de esto», mientras la mente realmente gritaba «la cagasteeeee, debiste ir a comprar los condones». Cada minuto era una eternidad. Me imaginaba a mi mamá preparándome la maleta, mientras me gritaba «te dije que ningún hijo mio iba a joderse la vida por una barriga. Recoge tus cosas que te vas a Alemania». Porque mi mamá siempre me dijo eso, y vaya usted a saber la razón, el plan siempre fue que me iba huyendo a Alemania. Aquellas visitas, originalmente para estudiar, y luego motivos de ansias, ya que quería llegar para el encuentro, dependiendo de lo que dijera el almanaquito, que podía terminar siendo EL día, ahora eran una carga gigante. En el camino, compraba dos latas de malta, y llevaba en una bolsita toda arrugada unas ramitas de romero que alguien había comprado a una señora en el mercado periférico. «Para hacer bajar la regla, una malta caliente con romero». No había mucho intercambio de palabras. Se preparaba el brebaje, y se esperaba a que se lo tomara. Luego, algo de televisión, y mas nada. En mi caso, afortunadamente siempre fue efectivo el remedio, pero para quienes no les funcionaba, el siguiente paso eran las pastillas abortivas que vendían en las heroínas. Era una operación difícil. Debía ser a media noche. «Dale una hoy y si no bota nada otra mañana» decía el proveedor. A algunos les funcionaba, a otros no. Y el siguiente paso, entrar en la red de clínicas piratas que hacían abortos. No me tocó, afortunadamente, ese paso, pero hubo conocidos que se vieron en situaciones muy dificiles, ya que la suerte era la que realmente decidía al respecto, y hubo incluso las que murieron buscando solucionar el tan complicado trance.

Luego de la llegada de la regla, todo era felicidad. Escuchaba la canción de Franco deVita y suspiraba pensando «estuve cerca!». Ocultaba, hasta hoy que lo escribo, aquellos difíciles momentos, pasando los interrogatorios de mi mama que, al final de un almuerzo familiar, siempre buscaba lanzar su anzuelo con un » Fernando, y tu que te la pasas tirando!?». Pasado el susto, era fácil responder en forma convincente «mamá por favor!».

Hoy en día pienso en qué estuviese haciendo, si viviera desde los 90s en Alemania. Suerte o no, en el camino descubrí que era muy poco probable que embarazara a alguien. Las cosas de la vida, tanto sufrimiento para comprar condones, tanta malta y romero que hice que bebieran, y al final no era necesario tanto alboroto. Veo a mis amigos criar sus nietos, producto del error de calculo de sus hijos adolescentes, y felices todos. Cuando voy a farmatodo o locatel y veo un estante completo de preservativos, de distintos colores, texturas, tamaños, sabores, caigo en cuenta en cómo han cambiado las cosas. En algunos casos, me río cuando visito a algún amigo, y entra su hijo o hija con su pareja, saludan, y suben al cuarto. Me es inevitable preguntar » y los dejas estar solos encerrados?», y me responden «si vale, si ellos se encierran y se quedan ahí hasta el otro día». Cómo recuerdo a mi mamá y sus advertencias, de llegar a amenazar de poner ollas en los pasillos de la casa para evitar que me pasara al cuarto de la novia que había llevado de visita. Definitivamente es otro tiempo. Escucho nuevamente «somos tres» y me vienen a la mente tantos recuerdos. Y pienso en mi hija, que en menos de lo que canta un gallo estará en la universidad. La universidad, donde definitivamente muchas cosas han cambiado, menos el proceso de descubrir las bondades y consecuencias del libre albedrío. Espacio para crecer, espacio para madurar, espacio para aprender a sobrevivir.

Asi como la noche y la luna, siempre estarán unidos el sexo y la universidad.

La culpa es de los "ismos"


Quisieron convencernos que era el capitalismo
Que era mas malo que el diablo mismo
Captaron la atención apelando al golpismo
Para luego jurar su vida por el socialismo
Se mezclaron las cosas con algo de comunismo
Para ver como el poder se basaba en el consumismo
Se creyeron ellos mismos el cuento del chavismo
Para terminar cual artista haciendo impresionismo
Ahora resulta que la culpa es del fascismo
Nada han podido hacer por culpa del imperialismo
Creen que todos sufrimos de estrabismo
Que mamamos dedo, y practicamos idiotismo
Van a tener que saber de alpinismo
Así como también ser expertos en atletismo
Porque cuando se nos pase el empacho de platonismo
Van a saber lo que de verdad es Bolivarianismo

La Barca Uno


A finales de los años 80, comencé la carrera de Ingenieria de Sistemas en la Universidad de Los Andes. En aquel entonces, el básico de ingeniería se hacia en los chorros de milla. Unos metros abajo del básico, entre otras licorerias, estaba la Barca Uno. Allí, se hicieron presentes muchos sueños, celebramos cuando una nota menor a 10 mataba otros, y siempre llegábamos para brindar por cualquiera de las millones de razones que siempre teníamos…

Luego de aquellos muy difíciles primeros días, en los que para identificar a «los nuevos» se salia de aquel estrechisimo pasillo con el carnet en la mano, obligando a quienes no teníamos a no salir para evitar el interminable proceso de «bienvenida», comenzamos a sentir que realmente estábamos en la universidad. Disfrutar de aquella » libertad» de hacer lo que quisiéramos comenzaba a ser realidad. Algunos tenían carro, y le daban la cola a quienes vivían en su ruta y se hacían sus mejores amigos. La situación del trafico de la época permitía que fuéramos a almorzar a la casa y regresáramos a tiempo en el espacio de tiempo comprendido entre las 12 y las 2 de la tarde. Así hacíamos, hasta que un día algún miembro del grupo comentó: «leí que si uno se toma UNA cerveza a mediodía, se abre el apetito». Cual si sufriéramos de inapetencia, nos pareció un » tip» interesante, por lo cual ese mismo día decidimos probarlo. Por alguna razón, elegimos a la Barca Uno como proveedora de la no necesitada solución a una inapetencia inexistente. Cual si se tratara de una receta médica, procedimos a pedir una ronda. Finalizada, nos vimos con cara de aprobación, y seguro estoy que alguno, tocándose el estómago, comentó que hasta sentía mas hambre. Cual cientificos, nos retiramos satisfechos a disfrutar del resultado de aquella prueba, sometida con extremo cuidado al método científico. Al día siguiente, y así los sucesivos, sometimos al rigor científico aquella hipótesis original, siendo el resultado el esperado ya que efectivamente todos los días sentíamos mayor apetito ante el mismo estímulo.
Supongo que aquella lectura que hacíamos en Sociología, «el gesto y la palabra» de André Leroi-Gourhan, causó algún efecto en nosotros. Y se hizo presente el hecho en un intento de expansión de los bordes de la ciencia, cuando algún miembro del grupo llegó a la conclusión de que si una cerveza nos abría el apetito, lo cual estaba sobradamente demostrado, pues dos duplicaría el efecto. A este nuevo reto nos sometimos, determinando que realmente se comprobaba la hipótesis planteada, aunque se comenzaron a presentar efectos secundarios. Al salir con el estómago vacío a tomarse dos cervezas, ya se llegaba a una frontera peligrosa. Total que luego pusimos a prueba los limites de la ciencia al decidir que 3 cervezas serían mejor, con lo cual se acortaba el tiempo disponible para ir a almorzar, por lo cual ahora contábamos con mas tiempo, el cual llenamos con otras cervezas adicionales, hasta que un día llegó lo que transformó aquella hipótesis original: se hacia presente la caja de media jarra nacional. Obviamente, era mas barato comprar la caja de media jarra que las polares detalladas, así que nos ofrecieron guardarnos una caja cada mediodía. Luego, como requeríamos mas tiempo para tomarnos la caja, nos invitaron al «reservado», que era un patio al que se accedía por una puerta casi invisible y solo para clientes. Allí podíamos sentarnos en cajas vacías y estar mas cómodos. Había gallinas, las cuales usaban para unos muy buenos sancochos, los cuales repartían sin costo adicional a sus clientes. Con eso resolvíamos el tema original del almuerzo. Nos fuimos agrupando en la medida en que contábamos nuestros descubrimientos, con lo cual aumentaron las cajas que necesitábamos, además de que ya no esperábamos mediodía para ir, sino que desde las 11 ya no se nos veía por las aulas ni pasillos del básico, hasta la clase que tocaba a las 4 de la tarde, cuando no era hasta el día siguiente…

Aquellos días fueron gloriosos. Eramos hombres; eramos libres; hasta que llegaron los primeros exámenes. Obviamente en aquel salón anexo de la Barca Uno aprendíamos mucho de la vida, pero de ese conocimiento poco aplicaba para los exámenes de calculo, álgebra, química y ni siquiera para Sociología. Ni teníamos los conocimientos, ni estábamos en condiciones de presentar aquellos exámenes que siempre eran a las 2 de la tarde. Así, aquella aula, cual la que usaba Newton, nos dió muchos conocimientos, pero no logró ayudarnos en nuestros estudios. Hasta aquel día en que parte del grupo se fue directo de la fuente del sabor a un examen en la sede del saber, vivimos muchos, muchos buenos momentos. El descubrimiento de los atrevidos, algunos dormidos sobre el examen, otros reclamando alterados por las preguntas, nos hizo reflexionar sobre nuestra incursión en el mundo de la ciencia. Igual tuvimos que retirar las materias, nuestro primer retiro, con lo cual podíamos disfrutar sin remordimiento de las promociones de cerveza nacional, así como el lanzamiento de la «stout», y ni hablar de aquellos sancochos hechos con las gallinas que, envalentonados, escogíamos y hacíamos pasar a mejor vida nosotros mismos.

Bastante navegamos aquellos primeros días en la Barca Uno. Cada viaje, seguirá presente en cada uno de los que comenzamos esa aventura que compartimos en la Universidad.

Invasión Silenciosa


Sus noches se iban pensando en todos los que habían llegado. No había un momento, un segundo, en que no llegaran. Cortos, largos, importantes, absurdos. Incluso los que no eran de su atención, llegaban sin tregua. Parecían inútiles todos los esfuerzos por controlarlos. Y, todos a su alrededor sufrían el mismo mal.
Con el avance del tiempo, por extrañas circunstancias surgían medios de dominación mas especializados. Ya el campo de batalla no estaba restringido a las horas hábiles, sino que lograba extenderse a la casa, el cine, incluso a los momentos mas íntimos que se dan en el baño. La dominación se hacia palpable al observar a tantos con las cabezas gachas, las manos como atadas. Aquellas cabezas que en todo momento, incluso en las horas de atención laboral, se mantenían erguidas, orgullosas, manteniendo la actitud de alerta ante las circunstancias de la tranquila vida que llevaban. Y las manos… Las manos que tanto hacían.  Las manos que en plena libertad transmitían amor, generaban orgullo, producían tanto como para sentir una vida plena, ahora perdían su movilidad, producían dolor al mantenerse estáticas sirviendo de apoyo al mecanismo perfecto de dominación.

Luego, comenzaron las víctimas. Infartos fulminantes, accidentes de transito, aéreos, y asesinatos por despojar de aquellos aparatos por doquier. La vida pierde valor ante la necesidad popular por aquel mecanismo de dominación perfecto. Aprovechando los gustos y hobbies, se convierte la dominación en el día a día de cada ser humano del planeta.

Mientras lucha contra el trasnocho, suspira viéndose totalmente sumiso ante el invasor silencioso. Recuerda como en la oficina el y todos cuantos trabajan, independientemente de su función o área, sucumben al yugo. Antes de apagar la luz de su mesa de noche, se voltea y ve en la mesa de su esposa como otro invasor reposa silente mientras absorbe la energía que necesita para continuar su trabajo de dominación. Apaga la luz, y en lo que empieza a sentir el sueño, una señal emana de sobre su mesa de noche, emitiendo uno de tantos sonidos que indicaban la esclavitud a la que estaba sometido. Un nuevo suspiro, mientras con el corazón acelerado pensó: llegó otro correo…