Salíamos de comer y al frente del sitio había un vivero. Le comento a mi esposa que habían unas matas de rosa muy bonitas, y me recuerda cuando teníamos, en la casa donde viviamos, un rosal. Recordé entonces que en aquellos días, hace 14 años, vivíamos en una casita tipo townhouse, en Mérida, donde disfrutábamos cada día. Aquella vida la tenianos con un ingreso familiar menor del precio de la pizza que acababa de pagar. Compramos nuestro primer carro, nuevo, de agencia, íbamos al supermercado con la certeza de encontrar todo lo que quisiéramos, y mas impresionante aún, seguros de poder comprar lo que agarráramos.
Luego, en esa búsqueda de mejoras tanto profesionales como personales, nos fuimos a Caracas. Al llegar logramos ubicarnos suficientemente cerca de donde trabajaba, por un módico precio de alquiler. Comenzaron los aumentos, y las mudanzas; cada vez por mas plata nos íbamos mas lejos, hasta llegar a vivir a 4 o 5 horas de viaje al dia y por mas de varios sueldos mínimos. De aquel sueño de adquirir vivienda, solo queda la posibilidad de irnos para lograrlo en otro país. Incluso, nos inscribimos en la mision vivienda, para no dejar de buscar toda oportunidad, y nos dijeron que primero debíamos esperar que atendieran a las 4 millones de personas a quienes el comandante supremo les ofreció vivienda, para que nos tocara el turno, donde, cuando y como ellos decidieran.
En el carnaval recién pasado fuimos a visitar a mi hermano a Barinas. Al llegar, la primera noticia es que tenían una semana sin agua. Esto implicaba que había que esperar en la madrugada el delgado hilo que llegaba para llenar el tobo del que abasteceríamos la acumulación de orines, algún «numero 2» ocasional, y el baño tipo «pacuso» que, siguiendo las instrucciones del galáctico, hacíamos totuma en mano.
El día a día se nos va lavando la ropa, cuando hay agua, con lavaplatos, pastas de jabón diluidas, y cuando conseguimos, con un detergente que nos cuesta 5,33 veces su precio original. Ayer, salimos, con la esperanza muerta, a buscar papel toalé para extender la exotiquez que nos proveen los ya casi finales centímetros que tanto nos hemos esforzado en cuidar. Obviamente, no conseguimos, siendo la opción usar «toallitas húmedas», por lo que agarramos un paquete que parecía barato, y otro mas barato aun. Al llegar a la caja, por primera vez en mi vida, decidí devolver uno de los paquetes, ya que su valor era de 400 bolívares, precio que por ahora, así sea para atender la limpieza en mis intersticios anales, no estoy dispuesto a pagar. Cabizbajo, pienso mientras llevo una bolsita pequeñita pero que se lleva un gran porcentaje de mi ingreso, que definitivamente, así no se puede vivir.
En mi opinión, la pobreza se refiere a la incapacidad de adquirir productos o servicios DISPONIBLES. Luego, está la miseria, que sería la situación en la cual ante la falta de los productos o servicios BASICOS requeridos, se acude a cualquier acción, moral o inmoral, legal o ilegal, humana o inhumana, para hacerse de los mismos. En Venezuela, ciertamente acabaron con la pobreza. Acabaron con la pobreza para convertirnos en un grupo de miserables dispuestos a lo que sea para sobrevivir a esta crisis en la que estamos sumidos. Y nuestros hijos, el futuro del país, ya asumen que lo normal es, simplemente, ser miserables.