De las metas, pues obviamente cada quien se establece las propias, sin embargo, si se pertenece a la misma sociedad, pues más o menos se comparten las mismas. Así, y como indiqué anteriormente, uno no sabe ni entiende ni quiere saber el por qué, pero se tiene que estudiar. Por lo general, uno «tiene» que estudiar, porque la meta de sus padres es que su hij@ llegue a ser médic@, doctor(a), ingenier@, abogad@, militar, piloto, modelo, etc. Entonces, se establece una línea de vida en base a una meta ajena, que termina siendo como un virus, que al estar uno sometido al mismo en forma prolongada, pues se infecta! así, se llega a bachillerato, y lo enseñan a uno a ser caso fracasado. Si!, porque al menos en los tiempos en que yo estudié, uno tenía que sacar muy buenas notas de primero a cuarto año, que eran los que valían para el índice académico requerido para poder seguir en el camino de satisfacer la meta de los padres y familiares. Así, la tortura se extendía en esos 4 años, y en el quinto ya nada importaba, con lo cual se podía asumir que se había cumplido la meta… pero no!
Hacia finales del 5to año, se presentaba la primera evidencia formal y física que daba constancia de las metas ajenas aplicadas a uno. Llegaba el momento de decidir qué estudiar en la Universidad. Para empezar, ya a esa edad, se supone que uno es suficientemente maduro para decidir si su meta es esa, pero cualquier opinión contraria, conduce a a ser clasificado en uno de los grupos antes descritos, y peor aún, se corre el riesgo de ser llevado ante el mayor asesino de metas: el psicólogo o psiquiatra! Estoy convencido de que estos profesionales han tenido tamañas contradicciones con sus padres con respecto a sus metas, que terminan ejerciendo su profesión con la única meta de vengarse de su situación con el resto del mundo, arruinándole las metas genuinas e inocentes de quienes atienden, pero requeriría muchas líneas más analizar esos casos. Lo cierto del caso es que para evitar el tema de los «mata metas», existe (o existía) un cargo, informal en cuanto a formación profesional se refiere, pero formal de oficio, que era el «orientador». El Orientador era lo contrario a los psiquiatras y psicólogos (de allí la complementación entre ellos). El Orientador sencillamente es un ser que no tiene metas. Y esta conclusión llega porque ni siquiera es capaz de orientar en lo más sencillo: se supone que si alguien se iba por la rama de ciencias, era porque se preparaba para estudiar carreras relacionadas; y la gente que se iba por humanidades, pues le tocaban carreras sociales. No, el orientador hacía caso omiso de los últimos 4 años y pico estudiados, y terminaba recomendando cualquier cosa. Finalmente, por lo general terminaba imponiendose la meta de los padres… Así uno llega a la Universidad.
A la Universidad uno llega convencido de que lo que va a estudiar es lo que quiere, pero sin la menor idea de que carrizo es lo que se va a estudiar. Y por lo general, excepto por muy contados casos, se recorren las aulas de clases atendiendo, no a gente sin metas, sino a gente con otras metas que no son cumplir con la meta que uno tiene. En ese camino, comienzan a surgir otras metas, básicamente de la misma fuente de la que conllevó a estar en la Universidad, de las que se habla muy tímidamente cuando se esta niño y joven, pero que se convierte en un río escabroso mientras mas se avanza. Entonces, hay que estudiar para poder casarse, hay que casarse para tener familia, y así se va…
Finalmente, se entiende que la meta impuesta no era mala, y el acto de grado es como una entrega de guardia, donde se expresa «cumplí con tu meta, ahora voy por las mías». Pero el proceso es difícil. Después de tanto tiempo, cuesta lograr echar a andar la máquina de producción de metas, y en ese proceso, ya juega un papel preponderante la influencia de todos los medios modernos: TV, computadoras, internet, etc. Por lo general se quiere tener muchas cosas, lo cual equivale a muchas metas de distinto tamaño. Luego, se dedica uno a alcanzar solo una meta, que es tener mucho dinero para poder satisfacer las otras metas, y se comienza esa danza meta-ica de: no me caso porque no tengo plata; ya nos casamos pero no habrá hijos hasta que tengamos plata para una casa; tenemos la casa pero hay que comprar un carro, y así sucesivamente. Algunos logran salirse del camino, y uno ya, de manera muy tímida los llama «locos», pero con un sentimiento así como de envidia, como de que «con que felicidad dejaría todas mis metas para ser feliz», pero igual se sigue. Y en el preciso momento en que se tienen los hijos, termina llenándose el espacio en blanco que se tiene en su propia vida, con respecto a qué pasaba mientras uno no tenía razón y/o conciencia de si mismo, que es el punto donde me encuentro ahora.
Ya mi hija va para dos años. Ya decidí donde estudia, de qué se enferma, cómo se cura… Ya debe dejar el tetero, lo cual está logrando, y el próximo paso es que deje los pañales! Y en ese establecerle metas, entendí por lo que pasaron mis padres, y a lo que yo mismo me vi sometido. Ahora, me esfuerzo en no ver mucho hacia adelante, para no convertirme en el «orientador» de su vida, pero no es nada fácil la tarea. El que uno voluntariamente decida no hacer planes para su hijo, incluso pareciera ser un ejemplo clásico de «locura», pero no queda otra que seguir el camino.
Con esta enseñanza, he logrado entender a un gran hermano mío, que se declaró «amante de la procrastinación«. Ahora, lo acompaño en su estadio, ya que voluntariamente decido «hacerme el loco» con algunas de las cosas que «por definición» debo atender… total, como dice el refrán popular: Procrastinare humanum est!