Aquella noche se presentaba la situación que tanto había temido. Siguiendo el ritual que acostumbro antes de montarme en mi carro (y más desde que en el estacionamiento me lo chocaron y dejaron puesto de manera que no ví el golpe sino hasta el día siguiente), observé desde la distancia el nivel del techo, en busca de cualquier alteración a la posición horizontal que indicara un caucho «espichado». Siempre había descansado tranquilo al ver que esa «horizontalidad»se mantenía, pero esa noche no. Al acercarme pude comprobar que la inclinación se debía a un caucho trasero, el derecho, espichado. No quedaba más que poner en práctica lo que tantas veces había hecho en el pasado: cambiar un caucho.
En vista de que desde que compré ese carro, era la primera vez que me tocaba cambiar el caucho, comenzaron a surgir las dudas del caso. Comencé preguntandome, mientras abría la maleta, cuando había sido la última vez que había revisado el caucho de repuesto. Al recibir como respuesta un espacio de tiempo compuesto básicamente de silencio mental, concluí que no tenía ni la menor idea del estado de ese caucho desde hacía mucho tiempo. Abro la maleta, recojo todo lo que está regado desde hace al menos año y medio y recuerdo la promesa diaria de bajar una bolsa para sacar los CDs viejos (y muy rayados) y los juguetes de la niña. Saco antes que nada el coche que desde hace muchos meses no usa mi hija, y remuevo la alfombra debajo de la cual está el caucho de repuesto. La siguiente capa es una tabla, que hace de tapa del caucho. Se supone que debe estar apretada con un tornillo largo que ajusta el caucho, pero no, no lo está. El tornillo está suelto. Remuevo la tapa, guardo el tornillo, y saco el caucho. Lo levanto y tiro para ver la altura del rebote, con lo cual compruebo que a pesar del tiempo, el mismo no está espichado. Lo coloco a un lado del carro, y procedo a buscar el gato, que de acuerdo a mi experiencia, debe estar en el mismo sitio donde estaba el caucho. Miro, y horrorizado concluyo que el tornillo estaba suelto porque me habían robado el gato!!!! Maldigo, miro al cielo (bueno, estoy en un sótano 2 del estacionamiento donde me paro, y además de que no se ve el cielo, no llega señal de ninguna operadora celular) y respiro. Vuelvo a revisar, y compruebo que efectivamente no está el gato. Me quedo un momento mirando el fondo de la maleta, donde estaba el caucho, y verifico la ausencia del caucho. Entrando en desesperación, miro a los lados de la maleta y descubro otra tapa del mismo material de la que cubría el caucho. La remuevo y, como por arte de magia, descubro que allí es donde va el gato! Listo! no me habían robado. Pienso que estamos todos los venezolanos «sicoseados» con el tema de la delincuencia, y luego de algunos problemitas, logro sacar el gato. Recuerdo que debe existir un sitio particular para colocarlo, mientras busco la llave para sacar las tuercas, y el «palito» para subir el gato. Miro la maleta, ya completamente descubierta en toda su extensión, y nuevamente me descubro sintiendo temor. No hay ni llave de tuercas ni la parte para levantar el gato. No me desespero, busco bien, consigo unas chapas de cerveza de quien sabe cuando, unos ganchos de mi hija, pero no, no estan las herramientas que busco, y no hay donde revisar. Me provoca llorar. Tan lejos que había llegado y no iba a poder terminar la tarea. Me recuesto de la maleta y, buscando inspiración para recoger todo nuevamente y proceder a buscar un taxi, miro de repente la primera tapa que había removido. No sé por qué razón, pero la levanto, y descubro que lo que andaba buscando estaba «enganchado» en la parte inferior de esta tapa. Bueno!, ahora si tenía todo lo que necesitaba. Saco las herramientas y procedo a realizar, finalmente, el cambio del caucho.
Comienzo recordando que debo «aflojar» las tuercas antes de levantar el carro. Procedo sin dilación, y luego de algún esfuerzo mayor del que quizás soportaban mis músculos, las 5 tuercas estan flojas. Levanto el carro luego de ubicar el gato en su lugar correcto, y recuerdo que no revisé si el freno de mano estaba colocado. Se me viene a la memoria aquel agosto en el que en plena Autopista Regional del Centro, viniendo de Margarita, me tocó cambiarle un caucho a la Wagoneer que tenía mi papá, y que por no colocar una piedra en las ruedas delanteras, al subir mucho la parte trasera, y luego de retirar el caucho, se movió el gato, cayendo la camioneta e incrustándose las tuercas en el caucho de repuesto, quedando el mismo inservible. Tuvo que ir mi mamá a comprar un caucho, con el respectivo «pon cuidaaaado!» y el archiconocido «por que lo subiste tanto? tenías que exagerar???». Me paro y verifico el freno de mano, para descubrir que el parquero no lo había puesto.
Seguidamente, procedo a subir el carro. Recuerdo que debo subirlo lo suficiente para que el caucho de repuesto entre, pero no tanto como para repetir aquel desastre recién descrito. Doy vueltas hasta que mis cálculos me indican que es suficiente. Me agacho frente al caucho desinflado, y al tratar de sacarlo, el mismo queda en su sitio, sin moverse ni una micra. Intento una vez más, y otra y otra, y nada. La doy vueltas a ver, pero no se mueve. Reviso a ver si dejé alguna tuerca, pero no, todas están fuera. me quedo mirando el caucho, como esperando que un «rayo misterioso» salga de mis ojos y lo afloje. Decido bajar el carro, ya que al bajarlo, si no lo bajo tanto pero suficiente para que el peso del mismo repose en el caucho y por la ley de acción y reacción se mueva. Procedo luego del pln, pero no, no se mueve nada. Le meto la llave con que saqué las tuercas (que no es de cruz) y le doy algunos «golpes técnicos», y nada, no se mueve nada. Me paro, no me coloco las manos en la cintura porque estan inmundamente sucias, y pienso. Pienso que por qué me pasan estas cosas? por qué a mi? Si he sido bueno, no le hago daño a nadie…. decido proceder con el paso más importante: me muevo hasta donde hay señal de celular, y llamo al amigo que sabía estaba mas cerca. «Aló, Juan, estas aún cerca de Chacao? porque se me espichó un caucho … y luego de todos los intentos no logro sacarlo». Luego de ofrecerme ir a ayudarme, regreso a ver si puedo hacer algo, y si no a recoger el desastre de tuercas, llaves, alfombras que tengo desplegado detrás del carro. Recuerdo aquellos días en que un «golpe técnico»arreglaba todo, y decido intentarlo. Total, lo peor que podía pasar era que le diera tan duro que se cayera el gato. Recuerdo que en la guantera del carro hay un elemento muy importante que podría ser la solución al problema: EL MANUAL DEL CARRO. Antes de hacer un desastre, decido leerlo. Busco en el índice y nada habla de cambiar un caucho. Lo repaso rápidamente hasta que llego al punto que busco. Luego de leerlo, simplemente lo guardo, ya que lo que decía era lo que ya había hecho. Claro, si lo hubiese leído antes, habría conseguido el gato y las llaves de inmediato.
Luego de haber verificado en el manual que no había mecanismo de seguridad que impidiera que saliera el caucho, concluyo que de tanto tiempo sin sacarlo, se había «pegado» por alguna razón. Procedo con ese antiguo pero efectivo método masculino de arreglar las cosas en casos extremos: LE CAIGO A PATADAS AL MALDITO CAUCHO, logrando en un momento entre la tercera y la undécima, que el caucho se mueva. Luego de secarme el sudor (en ese sotano 2 hace mucho calor!) y verificar que no me habían visto perder el control de esa manera, retiro muy eficientemente el caucho, coloco el nuevo, y culmino el proceso de cambio respectivo.
Coloco el caucho espichado en el lugar del de repuesto. Luego, gasto la mitad del tiempo de toda la operación hasta ese momento, tratando de colocar el gato en la misma posición que estaba. Guardo las herramientas en la tapa, la cual coloco en su sitio, coloco la alfombra, meto la bolsa de los CDs y el coche, y cierro la maleta. En ese momento, descubro que quien sabe desde cuando estaba el parquero sentado en la camioneta de al lado viendome. Me pregunta «un caucho espichado jefe?», y me freno de contestarle alguna «caraqueñada» como «noooooo, haciendo pesas en este multifuerzas, coñ…..». Con mi mayor sonrisa le pregunto si hay agua para lavarme, y hasta jabón me regaló.
En el camino a la casa, y luego de avisar a la ayuda solicitada que lo dejara sin efecto porque ya había resuelto, recordé las veces que, por distintas circunstancias, me decían Read The Fucking Manual!!!! Consejo que hasta estos días, y creyendome ya diablo, tiene su impacto y su espacio propio. Por ahora, no creo poder lograr mi sueño de llegar a la F1, ni siquiera como el que cambia los cauchos!!!!!
Hace poco se lo dije a una chica por acá y me tiró rayos fotónicos por los ojos! RTFM! jajajajaja
Un abrazo, a ver cuando hablamos.