
El éxito es una y mil cosas, todo depende del momento, del lugar y del tiempo. Para muchos, en esta sociedad, el éxito es una cuestión de carácter material, donde el dinero, la posición social o el disfrute del poder son las credenciales que lo acreditan. Por eso surgen refranes como aquel que dice “Dios le da carne a quien no tiene dientes”, el cual implica que cuando tú alcanzas tus indicadores de éxito, lo más probable es que ya no los puedas disfrutar y de eso hay demasiados ejemplos en tiempos recientes, al menos en nuestro país. Yo soy de los que creen que el éxito se muestra en cosas y hechos que no necesariamente son tangibles. Además, cada momento tiene sus indicadores de éxito, así como cada persona, por lo que hay que aprender a ver cuando se alcanzan.
Yo soy biólogo, egresado de una facultad de Ciencias, lo cual ya pone un hándicap, pues ni es una carrera de “éxito”, ni es una facultad de las “importantes”. Cuando tuve que elegir la carrera que me daría el salto cualitativo para mi condición social, pues no era de lo mejor de la sociedad, manejé varias opciones. La primera fue la carrera militar, en la escuela de aviación, pues yo soñaba con ser piloto, pero no tuve éxito. Entonces tuve que intentar la universidad, que también me gustaba mucho (lo digo porque a algunos les interesa una carrera, pero no les gusta la universidad; de hecho, yo entré, pero nunca salí) y tenía tres opciones, agronomía, que tenía el inconveniente de que había que ir a vivir lejos de casa, medicina, que era lo que mi madre quería, por aquello de que en los andes se hablaba de que uno debía ser cura, militar, médico o abogado, para tener éxito, o biología, simplemente porque me gustaba. Al final y luego de pasearme por las clases de anatomía, que se suponía que eran el “coco”, pero que a mí no me impresionaron, estudié biología. Mientras lo hacía, trabajé, me civilicé (o sea, adquirí cultura) y escogí una especialidad, pero lo que más me impresionó, fue que adquirí la capacidad de trabajar, no importa cual fuese el trabajo.
A final de mis estudios, me casé, luego trabajé como profesional, tuve hijos y viví. En mi carrera no fui un gran profesional, como algunos de mis colegas, porque me dediqué a vivir mi vida con mi familia, compartiendo con ellos, amándolos, educándolos y preparando a mis hijos para la vida adulta. Tuve varios tropiezos, que no considero fracasos, y sufrí malos ratos, pero la vida misma me enseñó que los malos ratos y los tropiezos, en el camino se resuelven y eso es algo que trato de enseñarle a mis nietos. ¿Tuve éxito? Pues sí, a juzgar por mi situación actual, aunque no tengo recursos económicos, como no los tiene la mayoría de los venezolanos, pero vivo bien. Mi éxito lo representan en primer lugar mis hijos, los propios y los adoptivos, pues ellos han sido exitosos en lo que se proponen. Yo recuerdo que una vez estaba en una reunión social con otros colegas profesores universitarios y empezaron a hablar de las maravillas que eran sus hijos. Yo permanecí callado, hasta que alguien me preguntó por los míos. Contesté “bueno, los míos son normales”. Cayó un silencio lapidario y no se habló más del asunto. Creo que allí reside mi éxito, en criarlos normales y enseñarles que deben criar a sus hijos normales. Punto.
En lo profesional, hice uso de lo que aprendí acerca de trabajar, sin importar el tipo de trabajo. En la actualidad, trabajo en el tema de la vegetación urbana. Creo que el mundo está en una encrucijada que la mayoría de sus habitantes no ve y que es mi deber, no el advertirlos, ya se ocupan algunos de eso, sino buscar soluciones a estos problemas. La humanidad está cambiando. Uno de cada dos habitantes en el mundo viven en ciudades; en Venezuela 9 de cada 10 viven en centros poblados de más de treinta mil habitantes. Ellos no reconocen ni ven la necesidad de los espacios rurales para la salud ambiental de las ciudades. Por ello, en los últimos años he estado trabajando para que la vegetación urbana sea reconocida, valorada y usada para la conservación, no sólo de las especies en peligro, sino de los habitantes de la ciudad. Sin embargo, es una tarea muy difícil y quizás, por mi edad, no vea el éxito en ella, por dos causas: la primera es que, los que trabajamos en esto, nos enfrentamos por un lado a un enemigo muy poderoso, ya que su poder económico es muy grande y da frutos de inmediato, mientras que no hay voluntad en los que se encargan de controlarlos, ni educación que forme a las generaciones futuras. La segunda es que los ecólogos no se han ocupado de las ciudades como tema de interés. Si Ud. busca en la bibliografía, se trata de un tema marginal, porque el interés se ha centrado en áreas con la menor influencia humana, mientras que se ha desarrollado lo que se conoce como ceguera verde en las ciudades, es decir, no ver lo que tenemos por delante. Sin embargo, creo que seguiré con esto hasta que las fuerzas me abandonen, buscando quizás un éxito inalcanzable. Veremos.
La búsqueda del éxito es como el desarrollo sostenible, muy de moda en estos tiempos. Lo más importante es que es un proceso, no una meta, es decir, cuando se alcanza una meta, surge otra nueva, igual de difícil, hasta que es uno el que deja el juego, pues la vida humana es finita. Sin embargo, tanto en lo personal, como en lo profesional, espero dejar una huella que se pueda seguir. Ese será mi éxito final.
Puede ver la entrevista realizada a Eliseo Castellano utilizando el siguiente enlace: «El conocimiento sin sabiduría es absolutamente inútil»